sábado, 1 de abril de 2017

DESCUBRIENDO: CAPITULO 4




Mientras deshacía las maletas, Paula se negó a pensar en Pedro Alfonso. Sobre todo, se negó a pensar en que le había dicho que era un rostro bonito.


Era un hombre joven, de unos treinta años, mientras que ella estaba embarazada y ya tenía otra edad, y hacía tiempo que había aprendido a ignorar los comentarios acerca de su aspecto.


Desde que se había metido en la política, la prensa se había fijado siempre en su aspecto, en su forma de vestir, en sus peinados. Había sido exasperante.


Desde la universidad, se había propuesto trabajar duro para mejorar la vida de los australianos, pero los periodistas parecían fijarse sólo en lo que llevaba puesto o en con qué hombre salía.


Al principio de su carrera le habían hecho una fotografía saliendo de un restaurante del brazo de un compañero. Ella estaba con el pelo suelto e iba vestida con una minifalda y unas botas de cuero rojo y tacón. La fotografía había aparecido en todos los periódicos del país.


Después de aquello, había decidido llevar siempre el pelo recogido en un moño y vestirse de forma recatada para no llamar la atención de la prensa.


El comentario de Pedro era sólo uno más. Le daba igual.


Se concentró en coordinar el color de la ropa mientras la colgaba en el viejo armario con un espejo ovalado en la puerta. Metió la ropa interior y los camisones en los cajones.


Luego colocó los diez libros buenos que se había llevado en el escritorio, abrió el ordenador, comprobó que funcionaba la conexión a Internet, gracias a Dios, y se descargó el correo del trabajo.


Para variar, contestó a todos los mensajes, aunque habría preferido no hacerlo y, en su lugar, cruzar el pasillo hasta el cuarto de baño y pasarse un buen rato sumergida en la bañera. También le habría encantado echarse una siesta en la cama, con las puertas abiertas para que entrase la brisa en la habitación.


Pero no podía aflojar el ritmo de trabajo ya el primer día. Era importante demostrarse a sí misma, y a sus compañeros, que no iba a dejar de trabajar a pesar de haberse marchado a descansar.


Después de haber contestado a todos los correos, le mandó un breve mensaje de agradecimiento a Eloisa Burton, diciéndole que había llegado sana y salva. Pensó en reprenderla por no haberle advertido acerca de Pedro, pero decidió que, si lo hacía, Eloisa podría malinterpretarla.


También le envió un mensaje a su madre y otro a su prima Isabella, en Monta Correnti, contándole que estaba en Savannah.


Durante su última estancia en Italia, Isabella los había sorprendido a todos al anunciar su compromiso con Maximilliano Di Rossi, aunque la emocionante noticia se había visto empañada por la discusión entre su madre y el padre de Isabella, Luca.


Hacía décadas que había constantes tensiones entre ambas familias, en esos momentos, avivadas por la competencia entre los restaurantes de las dos, Sorella y Rosa, que estaban situados el uno al lado del otro en Monta Correnti.


Sin embargo, Paula siempre había sido amiga de Isabella y estaba decidida a mantener el contacto con ella para llevar a cabo su plan de acercar a sus familias.


Cuando hubo terminado, la enorme cama la volvió a tentar.


¿Qué tenía de malo?, se preguntó. Llevaba luchando contra el cansancio desde que se había quedado embarazada.


En esos momentos estaba en un lugar aislado, en medio de la nada, y tenía libertad para imponerse el horario de trabajo que quisiera.


Después de muchos años de duro trabajo y de un horario agotador, la repentina libertad le dio miedo.


Pero era real.


Sí, era libre de verdad. Allí a nadie le importaría si la senadora Paula Chaves se daba un largo y relajante baño a media tarde. No había periodistas merodeando por el exterior de la casa y ella era libre para contemplar el milagro que estaba ocurriendo en su interior.


Como siempre, se animó nada más pensar en el bebé que estaba creciendo en su vientre.


Estaba muy contenta de haber llevado a cabo su plan, a pesar de todas las preocupaciones y de las dudas que le habían expresado sus amigas.


—¿Un donante de esperma, Pau? Seguro que es una broma.


Al principio, no la habían comprendido, y era normal. 


Durante años, no le había molestado ser la única que seguía soltera y sin hijos. Casi se había sentido orgullosa de ser independiente, una mujer de la nueva era que no se doblegaba a la presión de las masas. Estaba centrada en su profesión.


Pero con treinta y ocho años, casi treinta y nueve, de la noche a la mañana, algo había cambiado en su interior. De repente, había deseado con todas sus fuerzas tener a un bebé entre los brazos. Y no al bebé de una amiga. No a una sobrina ni a un sobrino.


Su bebé.


El deseo se había vuelto tan fuerte y constante que no había podido seguir ignorándolo y había tenido que enfrentarse a la alarmante verdad de que su reloj biológico seguía avanzando, hacia un futuro solitario y sin hijos.


Por supuesto, la falta de un padre potencial para el bebé había sido un contratiempo. Las cicatrices que le habían dejado Mitch y, varios años después, Toby, todavía eran profundas y dolorosas.


Aun así, había intentado volver a salir con hombres. Lo había intentado de verdad, pero todos los hombres decentes ya estaban casados y ella no podía seguir esperando a que llegase don Perfecto. Tampoco podía casarse con cualquiera sólo para tener un bebé. No era ético.


Además, Paula había aprendido gracias a su madre que una mujer podía enfrentarse a su independencia y a la maternidad con dignidad y arte.


Así que había ido a un banco de esperma, pero había tardado doce desesperantes meses en quedarse embarazada. Cuando por fin lo había conseguido, se había puesto tan nerviosa que Eloisa Burton había insistido en que fuese a pasar una temporada a su granja, para disfrutar de su nuevo estado sin ser el centro de atención.


Cuando naciese el bebé, encontraría el modo de continuar con su carrera y de educar al niño.


Pau Chaves siempre había encontrado la manera de hacer las cosas.


Pero, en esos momentos, en esa soleada tarde de otoño, era una mujer de cuarenta años, embarazada por primera vez y sintiéndose un poco sola, pero, sobre todo, cansada.


¿Por qué no darse un baño? Aunque fuese sólo para quitarse el polvo rojizo de los pies. Y después, ¿por qué no una siesta?






No hay comentarios.:

Publicar un comentario