sábado, 1 de abril de 2017
DESCUBRIENDO: CAPITULO 5
A las seis en punto, Pedro llamó a la habitación de Paula para decirle que la cena estaba lista.
Como no recibió respuesta, se aclaró la garganta y llamó:
—¿Senadora Chaves? —volvió a llamar—. ¿Paula?
No hubo respuesta y Pedro se preguntó si se habría ido a dar un paseo.
Se había acercado a la habitación desde la galería, así que se asomó por la barandilla y miró hacia los pastos, pero no la vio.
No podía haberse ido más lejos.
Pedro pensó que no merecía la pena ir a buscarla a otro lugar antes de comprobar que no estaba en su habitación, así que cruzó las puertas de cristal y casi se le detuvo el corazón al verla.
Dormida. Como una bella durmiente contemporánea.
Pedro supo lo que debía hacer: darse la vuelta, salir de la habitación y volver a llamar más fuerte hasta que la senadora se despertase.
De eso nada.
No podía moverse de allí. Tenía los pies clavados al suelo y los ojos pegados a Paula.
Llevaba puestos unos vaqueros desgastados, de tiro bajo, y una camiseta de color verde claro sin mangas, con escote y unos volantes en la parte delantera. Estaba tumbada de lado, con parte del estómago al descubierto.
«Eh, senadora, no estás nada mal dormida», pensó Pedro.
¿Cómo que no estaba nada mal? ¿A quién pretendía engañar?
Dormida no sólo había perdido la altivez, sino que parecía indefensa y vulnerable. E irresistiblemente sexy.
Con la atención de un artista que debiese retratarla, Pedro fue tomando nota de todos los detalles.
Tenía los labios de un color rosa exuberante y el escote dejaba al descubierto una pequeña cruz de oro entre sus voluptuosos pechos. Deseó tocarla, trazar la curva de su cadera con la mano.
Incluso sus pies descalzos eran sensuales.
«Vete». Tenía que salir de allí cuanto antes. En cuanto despertase, la bella durmiente volvería a convertirse en la fría y estirada senadora. Así que no era el tipo de mujer que necesitaba.
Se obligó a retroceder un paso. Y otro. El problema fue que siguió mirando a Paula en vez de mirar dónde ponía los pies, se tropezó con una cómoda e hizo caer un cepillo del pelo, que chocó contra el suelo.
Paula se despertó al instante, se incorporó, con el pelo oscuro sobre los hombros, los ojos y la boca abiertos con sorpresa.
—Lo siento —dijo Pedro, levantando las manos de forma inocente—. No grites. No pasa nada.
Ella estaba respirando deprisa, asustada y desorientada, pero no perdió la dignidad.
—No tengo la costumbre de gritar —replicó, mientras se estiraba la camiseta para cubrirse el estómago.
«No», pensó Pedro con ironía mientras se agachaba a recoger el cepillo y lo dejaba en la cómoda. Por supuesto que no gritaba. Era demasiado fría. Demasiado dura.
—He intentado llamarte desde la galería, pero estabas completamente dormida —dijo, obligándose a seguir retrocediendo—. Sólo quería decirte que la cena está lista.
—¿La cena? ¿Ya? —miró por la ventana y frunció el ceño mientras alargaba la mano hacia la mesita de noche, donde antes había dejado su reloj. Al ver la hora, refunfuñó—. He dormido horas.
—Mejor para ti.
Era evidente que Paula no estaba de acuerdo. Se levantó y se calzó al tiempo que se recogía el pelo en un moño.
—Los filetes se habrán quedado fríos —comentó.
—No pasa nada, Paula.
Ella se quedó inmóvil y frunció el ceño y Pedro se preguntó qué haría si le decía lo increíble que estaba en esos momentos. Con la luz del atardecer, los brazos levantados mientras se recogía el pelo, los pechos redondeados y erguidos y la cremosa piel de su vientre una vez más al descubierto.
Pedro miró hacia el suelo. Era evidente que hacía demasiado tiempo que no tenía novia.
—Esta noche no vamos a cenar filetes —dijo—. Hay carne al estilo strogonoff y todavía está en el fuego, así que no tengas prisa.
—¿Strogonoff? —repitió ella con los ojos brillantes.
—No es para tanto —dijo Pedro, encogiéndose de hombros mientras salía a la galería—. Te espero en la cocina. No tengas prisa, ven cuando estés preparada.
Mientras tanto, él iría a cortar leña, aunque todavía no fuese invierno. O llamaría al dentista para que le hiciese una limpieza, aunque aún no la necesitase. Cualquier cosa con tal de dejar de pensar en su sensual y prohibida invitada.
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