sábado, 1 de abril de 2017
DESCUBRIENDO: CAPITULO 6
Para sorpresa de Pau, la carne estaba muy buena. Y ella tenía hambre. En cuanto se le habían pasado las náuseas del primer trimestre, se le había despertado el apetito.
Y la libido. Eso explicaba que le estuviese costando tanto mantener la mirada apartada de Pedro. No entendía cómo podía encontrar tan atractivo a un hombre que se había pasado la tarde cocinando.
Ella respetaba a los hombres de negocios, a los políticos poderosos, pero un vaquero sin pretensiones que gestionaba la ganadería de una anciana no tenía ningún atractivo.
Y aun así, los vaqueros jamás le habían sentado tan bien a un hombre, y Pedro tenía unos hombros increíbles. Se movía con facilidad, le brillaban los ojos y tenía una sonrisa…
Se sintió como una niña tonta y blanda.
Era evidente que las hormonas del embarazo habían mermado su sentido común y despertado sus instintos más bajos.
—La comida está deliciosa —admitió, intentando pensar en otra cosa—. Estoy impresionada.
—Me alegro de que te haya gustado.
Su espíritu competitivo la llevó a preguntarse qué podía hacer ella para igualar a Pedro cuando le tocase cocinar.
—He oído que la gente que vive en el campo suele tener muchos recursos —comentó—. Supongo que eres mecánico, cocinero, granjero y hombre de negocios en uno.
—Más o menos —dijo él con el ceño fruncido—. Así nos suele ver la gente de la ciudad, como aprendices de todo y maestros de nada.
A Pau le sorprendió que Pedro se pusiese susceptible. Era evidente que había metido el dedo en la llaga.
—Los senadores también somos así. Un día economistas, otro trabajadores sociales —dijo, para intentar arreglar la situación—. ¿Siempre has vivido aquí, Pedro?
Él se tomó su tiempo antes de contestar.
—Más o menos. Salvo los años que estuve en el internado.
—¿Y quisiste trabajar la tierra desde niño?
Aquella pregunta también pareció molestar a Pedro.
—¿Y tú, quisiste ser política desde niña?
—Vaya… —dijo ella, sorprendida—. La verdad es que no. La política me fue atrapando poco a poco.
Aquello pareció sorprender a Pedro.
Ella dejó los cubiertos en el plato y suspiró sin querer. ¿Por qué le había hecho semejante confesión a aquel hombre?
—Todo cambió cuando fui a la universidad —añadió, quitándole importancia al tema.
—No me digas que te mezclaste con quien no debías.
—Supongo que podría decirse así —respondió ella en tono frío—. Di con un grupo de idealistas trabajadores y comprometidos.
Pedro hizo una mueca para demostrar que no estaba en absoluto impresionado y se levantó para quitar los platos.
—Bueno… gracias por la cena —dijo Paula, levantándose también—. Estaba deliciosa.
—Eh —la llamó él cuando ya estaba casi en la puerta—. ¿Los idealistas trabajadores y comprometidos no ayudan a fregar los platos?
Paula sintió calor en las mejillas. Ni siquiera había pensado en ello. Se imaginó al lado de Pedro, charlando, rozándose mientras fregaban y secaban los platos.
—Mañana cocinaré y fregaré yo —le dijo antes de marcharse.
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