sábado, 8 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 23






—No puedo imaginar qué le ha sucedido a mamá —comentó Paula más tarde, cuando al fin Pedro y ella consiguieron escapar al mirador que se abría por el lado sur de la enorme mansión. Las luces navideñas brillaban en los patios de las distantes casas vecinas. De no haber sido por la actitud de su madre, habría sido una noche mágica para Paula. Le gustó ver cómo Pedro había tratado a la tía Mildred y al tío George—. ¿Por qué supones que ha insistido en una tradición tan anticuada? Nunca lo había hecho. —Quiere proteger a su hijita de los invasores yanquis —indicó Pedro.


—Supongo que tal vez sea eso —aceptó Paula.


—No querrás permitir que te intimide, ¿o sí? —preguntó Pedro.


Paula lo miró a los ojos, y se preguntó si él tendría alguna idea de lo maquiavélica que podía llegar a ser su madre, y de la influencia que intentaba ejercer, no sólo sobre ella, sino sobre toda la familia.


—Yo no soy a quien ella intenta intimidar —señaló Paula.


—Estás equivocada, amor mío. Ella ha descubierto mis intenciones desde la primera vez que me miró a los ojos. Ha estado preparando su plan de batalla desde entonces.


—No te preocupes —dijo Paula—. Ha pasado mucho tiempo desde que mi madre podía dirigir mi vida.


—Pero no desde que lo ha intentado —indicó Pedro.


—Lo lleva en la sangre —le aseguró Paula y rió sin resentimiento. Después de un momento añadió—: habría sido una reina maravillosa, ¿no crees? Le encanta mover la mano y observar que todos se mueven para cumplir sus deseos. Si ella hubiera podido hacer las cosas a su manera, mi padre habría arreglado los matrimonios de todas nosotras. Nos habríamos quedado sentadas en el jardín en espera de nuestro destino.


—¿Si eso hubiera sucedido, lo habrías aceptado?—preguntó Pedro.


Paula meditó durante un momento, y comprendió que de esa manera había escogido a Mateo... a través de las indicaciones de sus padres. Tal vez a su madre no le gustara demasiado Mateo, pero lo consideraba suficientemente anticuado.


—Creo que en su momento lo acepté —admitió al fin Paula.


—¿Y ahora?


—Ahora, tomaré mis propias decisiones.—aseguró ella.


—¿Vas a escogerme a mí, Paula? ¿Aunque no encaje en la idea que tiene tu madre acerca de un marido respetable?


—¿Quién quiere responsabilidad? —bromeó Paula, que no quería dejarse llevar a una conversación seria sobre el tema del matrimonio. Aunque pensaba en ello frecuentemente, le tenía miedo. A su edad, apenas había empezado a comprender que el matrimonio a menudo no necesitaba solamente amor. La obsesión de Pedro por el trabajo no era algo fácil de soportar. Además, esa noche no era la indicada para discutir eso con seriedad—. Voy detrás de tu cuerpo— dijo, con la intención de distraerlo.


Advirtió que Pedro se tensaba. El la tomó de la barbilla suavemente y le levantó la cabeza, obligándola a mirarlo a los ojos. Su mirada parecía condenar el comentario que le había hecho.


—¿Por qué dices eso? Suena como el libreto de una estúpida comedia romántica —le reprochó Pedro. Ella lo besó en la mejilla.


—Era una broma, Pedro. Siempre me dices que sea alegre.


—No cuando el tema es tan serio como el matrimonio —indicó Pedro.


—No estamos hablando de matrimonio —dijo Paula.


—¿No?


Pedro, no podemos hablar de matrimonio mientras no sepamos cómo mantener esta relación. Tu vida está en Nueva York. No puedo imaginarme visitándote allí más de dos veces al año, y mucho menos viviendo en esa ciudad.


—No te gusta.


—Exactamente —admitió Paula—. A no ser que me equivoque, tú piensas igual con respecto a Atlanta.


—No tengo nada contra Atlanta, pero mis negocios están en Nueva York —explicó Pedro.


—Y mi vida está aquí, o lo estará, tan pronto como termine mis estudios en Savannah. Ese es otro motivo por el cual no puedo hacer mis maletas e irme a Nueva York. Tú insististe hasta que me inscribí. Soy más feliz que nunca. ¿Esperas que renuncie, antes de graduarme?


—No —respondió Pedro y suspiró con pesar—. Me gusta que estudies. Resulta evidente que ahora estás más realizada, que te sientes más segura. ¿Qué sucederá cuando te gradúes? ¿Querrás entonces trabajar en Nueva York?


—Esa es una posibilidad demasiado lejana como para tenerla en cuenta —dijo Paula.


—¿Quieres que dejemos en espera nuestra vida hasta entonces? —preguntó Pedro.


—¿No hay lugar para el compromiso? —preguntó Paula.


—Menciona uno —indicó Pedro de manera razonable.


A pesar de intentarlo, Paula no pudo pensar en una solución mejor que la que Pedro proponía.


Pedro, es mucho más complicado que escoger una ciudad para vivir. No me gusta cómo eres en Nueva York... cómo nos comportamos. Desde la primera noche nos atacamos. No tuvimos tiempo para estar a solas. Apenas si tienes tiempo para estar con tus hijos. Planeas toda tu vida alrededor de actividades de negocios con personas que apenas conoces, y que ni siquiera te gustan.


—Esa es la naturaleza del trabajo que desempeño —manifestó Pedro—. ¿Me estás diciendo que quieres que lo deje?


—Por supuesto que no, pero... ¿no podrías separar tu trabajo y tu vida personal un poco más?


Pedro evitó mirarla a los ojos, y se puso a pasear por el mirador.


—No lo sé —respondió él al fin—. Sinceramente, no lo sé, pero sí sé que te quiero y que deseo que esto funcione, como nunca había deseado nada. Vuelve conmigo ahora, Paula. Intentémoslo de nuevo, hasta que las clases empiecen otra vez, a primeros de año. Si podemos hablar acerca de lo que no funciona, podremos manejar la situación. Por favor, cariño... dame otra oportunidad. Los niños se mueren por volver a verte. Nueva York es bonita en esta época del año. Podemos pasar la última noche del año en Times Square.


Esa idea la hizo estremecerse.


—No iría allí por nada del mundo —prometió ella con fervor, en tono de broma. El sonrió.


—De acuerdo, una cena tranquila sólo para dos, en el restaurante más bonito de la ciudad. Podremos bailar hasta el amanecer. No habrá negocios —le dio un rápido beso en la boca, y encendió su pasión—. Por favor —con la lengua le acarició el contorno de la boca. Paula se estremeció. No había otro lugar en el mundo donde deseara empezar el año, que no fuera en los brazos de Pedro.


—¿Cuándo nos vamos? —preguntó Paula y él la abrazó.


—Podríamos irnos esta noche, pero quiero ganar algunos puntos con tu madre. Sospecho que esa no es la manera de hacerlo —confesó él.


—Sospechas bien.


—Entonces, nos iremos por la mañana, después de rendir homenaje a la reina y de abrir nuestros regalos —sugirió Pedro.


—No permitas que se entere de que la llamas así. No sabe que es así como mis hermanas y yo hablamos de ella.


—Viniendo de mí, ella pensará que es un tributo —señaló Pedro.


—¡Oh, Pedro! Te quiero tanto.


—Yo también te quiero, y haremos que esto funcione, te lo prometo.



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