domingo, 9 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 24





Nochevieja


DURANTE un tiempo, Pedro pensó que todo saldría bien. Al volver a la ciudad, se dedicaron a pasear con ella como turistas. Vieron en Broadway una obra de teatro. Discutieron sobre ella durante horas, mientras tomaban café con pastelillos en un restaurante italiano de Little Italy. Después, asistieron a una exposición en el Museo de Arte Moderno, la cual ella encontró ofensiva y él fascinante. De inmediato se metieron en un taxi y Paula pidió que los llevaran al Metropolitan. Una vez allí, enseñó a Pedro las pinturas de los viejos maestros.


—Eso es arte —aseguró Paula.


—Si los artistas sólo pintaran retratos y paisajes en ese estilo, se quedarían estancados —comentó Pedro—. El arte es un medio creativo, se supone que debe cambiar y evolucionar. Eso es lo mismo que dijiste acerca de esa obra que no tenía ningún sentido.


—Bueno...


—Vamos, Paula. Admítelo. Tengo razón. Experimentar es importante.


—Nunca he dicho que no lo fuera —aseguró ella.


—¿De verdad?


—No. Sólo he dicho que no me gustaba ese tipo de experimentación. Ahora, llévame a comer. Todo este debate me ha abierto el apetito.


—¿A dónde te gustaría ir? —preguntó Pedro—. ¿Quizá al Russian Tea Room?


Ella negó con la cabeza.


—Ese lugar que está en tu barrio me gustaría más. Tengo antojo de pepinillos en vinagre —confesó Paula.


Pedro se detuvo de pronto, con expresión estupefacta.


—¿Tienes antojo de pepinillos? —preguntó él. Ella asintió.


—¿Qué hay de extraño en eso? —quiso saber Paula.


—¿Antojo de pepinillos en vinagre? —repitió él.


Paula lo miró sin comprender, y al fin abrió muchos los ojos al hacerlo.


—¡Oh, Pedro, no estoy encinta!


—¿Estás segura? —preguntó él, con un nudo en la garganta por la emoción. Recordó lo que había sentido en Nochebuena, cuando la tía Mildred le sugirió que Paula debería tener una casa llena de bebés—. Eso estaría bien, en realidad, sería maravilloso.


Pedro, no sería maravilloso. Llámame tradicional, pero pienso que las parejas tienen que casarse antes de convertirse en padres.


—No hay problema, podríamos casarnos esta noche —aseguró Pedro—. No se me ocurre una manera mejor de pasar la última noche del año.


—No hagas sonar esas campanas, Romeo —indicó Paula con expresión de anhelo—. El único pasillo que tú y yo recorreremos en un futuro inmediato está en Bloomingdale's. Quiero ese vestido que vi en su catálogo.


—Ya lo veremos —respondió Pedro.


—¿El vestido? —preguntó ella.


—La boda.


—No intentes convertir esto en una discusión, Pedro —pidió Paula—. Solamente conseguirás hacerme cambiar de opinión si me convences de que podemos hacer que funcione.


—¿Y cómo se supone que voy a hacer eso? —preguntó Pedro.


—El tiempo.


—Nos conocemos desde hace casi dos años —indicó él.


—Sí, pero en realidad, sólo hemos estado juntos algo así como un mes, si sumas todas nuestras visitas —explicó Paula.


—Asegúrate de añadir el tiempo que pasamos en el teléfono —sugirió él con sarcasmo—. ¿Qué tiene que ver el tiempo con todo esto? Algunas personas se conocen y se casan de inmediato.


—Eso es muy romántico —señaló Paula— pero después, descubren todos los problemas.


—Y los solucionan —indicó él.


—O se divorcian —observó Paula—. Yo tengo bastante con un divorcio.


Pedro cedió, pues sabía que una vez que Paula tomaba una decisión, sólo la persuasión suave, y no la táctica insistente, resultaba efectiva.


Tal vez pensando en aquel asunto como si fuera una campaña publicitaria, tendría más éxito. El era el productor, y Paula representaba al público. Lo único que tenía que hacer era convencerla de que su vida no estaría completa si no tenía a Pedro Alfonso en su casa. Para un profesional con los éxitos que había conseguido, eso debería resultar muy sencillo.


Sin embargo, no resultó de esa manera. La campaña fue saboteada, antes que pudiera entrar en acción. Pedro cometió el error de llamar a su oficina desde un teléfono público en el restaurante. Era un hábito compulsivo, lo hizo sin pensar en las consecuencias. 


Naturalmente, se produjo una crisis.


—Estaré allí en diez minutos —le prometió Pedro a su secretaria—. Intenta arreglar una cita para esta tarde.


Cuando volvió a la mesa, su mente ya estaba en el trabajo. 


Sacó una libretita del bolsillo y empezó a anotar algunas ideas.


—Has llamado a la oficina —lo acusó Paula.


El la miró con expresión de culpabilidad.


—Estás de vacaciones —le recordó Paula.


—Eso no significa que ya no tenga responsabilidades —respondió él.


—Creí que habías dejado a Eduardo a cargo del negocio —comentó Paula.


—Lo hice, pero...


Pedro... ¿cómo esperas que él se convierta en socio, si no le permites hacerse cargo del trabajo cotidiano?


—Sí se lo permito —respondió Pedro—. Sólo le doy un poco de energía —aseguró Pedro a la defensiva.


—¿A qué hora es la cita? —preguntó Paula.


—¿Quién ha dicho algo acerca de una cita? —preguntó él.


—Te conozco —manifestó Paula—. Esa energía que le darás a Eduardo significa una cita. ¿A qué hora?


Pedro no quería darle la satisfacción de admitir que tenía razón. Por desgracia, no tenía alternativa.


—No estoy seguro —respondió él—. Helene va a concertarla.


—¿Y qué hay acerca de nuestros planes para Nochevieja, con los niños? Estarán en tu apartamento a las tres, y esperan pasar la noche con nosotros. Les prometimos juegos de video, películas y pizza


—¡Maldición, me había olvidado de eso! —murmuró Pedro—. Pero no importa, pues tú estarás allí, y yo no estaré en la oficina más de una hora. Tal vez esté de vuelta antes que ellos lleguen —tomó la mano de Paula—. Lo siento, cariño. Sé que esto no es justo para ti. Haré que la cita sea corta, para que no tengas que estar mucho tiempo sola con los niños.


—Jonathan y Kevin no constituyen ningún problema. Lo pasamos maravillosamente bien juntos —explicó Paula—. Anhelo volver a verlos. Sin embargo, ellos cuentan con verte a ti.


Pedro se sintió todavía más culpable. Desde que se divorció, había hecho un gran esfuerzo por no desilusionar a los niños.


—Paula, no voy a cancelar la reunión con mis hijos. ¿Cuál es el problema?


—Al parecer no lo ves, ¿no es así? —preguntó Paula. 


Suspiró y sacudió la cabeza.


—Y al parecer, tu no puedes aceptar que yo soy de esa manera. Siempre me ha gustado cumplir con mis obligaciones —declaró Pedro.


—Con tus obligaciones de trabajo —lo corrigió ella—. Parece que las obligaciones familiares han pasado a un segundo lugar.


Frustrado por la negativa de Paula para comprender, se levantó y puso un billete sobre la mesa.


—Me voy a la oficina —dijo Pedro—. Estaré en casa lo antes posible.


Al llegar a la puerta del restaurante, Pedro se volvió un instante. Paula seguía sentada, y, enfadada, se estaba dedicando a romper servilletas. Como si de pronto se hubiese dado cuenta de que él la estaba observando, levantó la mirada y la expresión de sus ojos casi le rompió el corazón. Tenía la expresión de una mujer que había perdido lo más importante de su vida.


Pedro sabía exactamente cómo se sentía Paula



****

Paula entró en el apartamento de Pedro con la llave que él le había dado cuando volvieron de Atlanta. Faltaba una hora para que llegaran los niños; se dio un largo baño caliente, y meditó sobre cada palabra que, enfadada, le había dicho a Pedro. Se preguntó si sería razonable por su parte esperar que él repartiera equitativamente su tiempo entre su trabajo y la vida con ella y sus hijos. Además, tanto trabajo podría dañar su salud.


Tal vez la verdad del asunto era que Pedro se parecía demasiado a Mateo, y no lo suficiente a su padre. Raul Chaves había nacido en una familia rica. Aunque tuvo que trabajar durante toda su vida para mantener la posición económica de la familia, nunca había tenido que luchar. 


Paula había llevado una vida segura, adinerada.


Mateo no había tenido que luchar para triunfar en la profesión médica. Tenía un talento natural, había asistido a buenas escuelas, parecía haberlo tenido todo en la vida, excepto la posición social que tanto deseaba, y por la que se casó con ella. Una vez que tuvo dinero y un lugar en la sociedad de Atlanta, se pudo dedicar a lo que en realidad quería... la cirugía. Solía pasar todo el tiempo en la sala de operaciones, excepto las pocas horas que necesitaba para dormir.


Todavía pensando en aquel problema, Paula se puso un suéter rojo y unos pantalones negros de lana. Con toda deliberación, se peinó hacia atrás, en un estilo que odiaba Pedro. Imaginó que él volvería nervioso, culpable...


Antes que pudiera continuar con esos pensamientos, sonó el timbre, anunciando la llegada de Jonathan y de Kevin.


—¡Hey, papá, ya llegamos! ¿Estás en el despacho? —preguntó Jonathan.


Paula los recibió en el vestíbulo.


—¡Feliz Año Nuevo a los dos! —exclamó Paula.


—Sí —asintió Kevin y corrió para abrazarla—. ¿Podremos quedarnos despiertos hasta la medianoche? ¿Tú también estarás levantada?


—No lo sé —bromeó Paula. Se arrodilló para ayudarlo a quitarse las botas—. Eso es muy tarde para mí. ¿Y tú, Jonathan? ¿Crees que estarás despierto hasta tan tarde?


—Seguro —respondió Jonathan—. Ahora tengo nueve años. Siempre me acuesto tarde.


—¿Tienes nueve años? —preguntó Paula—. Creía que el mes pasado tenías ocho. Eso significa que ha sido tu cumpleaños.


—Sí —dijo Jonathan—. Me regalaron muchas cosas. ¿Quieres verlas? Tengo algunas aquí—se asomó al despacho—.¿En dónde está papá?


—Tuvo que irse un rato a la oficina —explicó Paula—. Volverá pronto.


—Hmmm... —comentó Kevin y abrió mucho los ojos—. Mamá se va a enfadar. Se supone que no deberíamos estar aquí, mientras papá no esté.


—Estoy segura de que no hay problema, puesto que yo estoy aquí —indicó Paula, y se preguntó si eso sería verdad. Patricia no la conocía, y a lo mejor se pondría furiosa—. Tal vez debería llamarla. ¿Qué pensáis?


—Llamaré a papá —informó Jonathan—. Quizá él pueda llamarla.


Paula asintió, después de todo, era responsabilidad de Pedro.


—De acuerdo, llama a tu padre —respondió Paula—. Kevin, ¿por qué no me enseñas a hacer palomitas de maíz?


—¿No sabes? —preguntó Kevin.


—Las he hecho alguna vez, pero es probable que tú las hagas mejor que yo—comentó Paula.


—De acuerdo —dijo Kevin con solemnidad—. Te enseñaré.


—Empieza tú. Espérame en la cocina.


El niño corrió hacia la cocina, mientras ella esperaba a que Jonathan llamara a la oficina de Pedro.


—Hola tía Helene. Soy Jonathan. ¿Está papá allí? —puso expresión preocupada mientras escuchaba la respuesta—. De acuerdo, de acuerdo, adiós.


—¿Todo está bien?—preguntó Paula.


—Me dijo que papá está en una reunión —le informó Jonathan.


Paula sintió que la sangre le hervía.


—¿No hablaste con tu padre? —preguntó ella.


—Ella me preguntó si yo estaba aquí, y dijo que él me llamaría cuando terminara esa reunión—explicó Jonathan.


—¡Maldición! —murmuró Paula sin pensar, y sintió que una pequeña mano le tocaba el brazo.


—Está bien, Paula. A mamá no le importará que tú nos cuides.


—¿Y si hubiera sido una emergencia? —preguntó Paula.


—Yo se lo hubiera dicho a Helene, eso es todo —respondió el niño—. En caso de emergencia, Helene se lo habría dicho a mi padre y él se habría puesto al teléfono. Pero supongo que esto no es una emergencia. Estamos aquí, contigo.


Paula abrazó a Jonathan.


—Sí, Jonathan, estáis bien aquí conmigo. Ahora, veamos cómo hace Kevin las palomitas de maíz.


A las siete, Pedro todavía no había vuelto, y Paula pidió una pizza por teléfono. Ya habían terminado de comerla y de jugar con el video cuando al fin Pedro apareció. Paula tuvo que dominarse para no reaccionar ante el cansancio que vio reflejado en sus ojos. También tuvo que ocultar su furia.


Jonathan y Kevin lo saludaron con entusiasmo, en apariencia, no preocupados porque él no estuviera en casa cuando llegaron. Pedro abrazó a Kevin y le alborotó el pelo a Jonathan.


—Nos hemos divertido mucho, papá —le informó Jonathan—. Paula es muy buena con los juegos de video.


Pedro miró a Paula, por encima de la cabeza de Kevin.


—Apuesto que así es —dijo Pedro—. ¿Me dejaron un poco de pizza?


—Está en el horno —señaló Paula—. La traeré.


—Gracias, cariño.


Cuando Paula volvió al comedor, Pedro estaba en el suelo, ayudando a Kevin a competir con Jonathan en otro juego de video. A pesar de que las arrugas de cansancio de su rostro estaban más pronunciadas que nunca, él rodeaba a Kevin con un brazo, y su atención estaba por completo dedicada al juego. Ese era otro indicio para Paula de que Pedro era un competidor compulsivo, sin importar el tipo de juego. Incluso un juego infantil requería de toda su energía. Pedro levantó la cabeza y le sonrió a Paula, mientras aceptaba la pizza.


—¿Vino, café, agua mineral? —preguntó Paula.


—Agua mineral.


Cuando Paula volvió con la bebida, intentó mantenerse apartada, pero de inmediato, Jonathan la obligó a jugar a su lado, pues declaró que Kevin tenía una ventaja injusta.


—Tienes que ayudarme, Paula, papá es muy bueno.


—Ya veo —murmuró ella—. Veamos qué podemos hacer al respecto.


Media hora después, cuando Paula y Jonathan resultaron victoriosos, Pedro rió.


—Al fin me vencisteis —comentó Pedro.


—Me temo que no lo suficiente —respondió ella.


—¿Por qué no vais a buscar esos pitos y todo lo que he comprado para el Año Nuevo? —preguntó Pedro a los niños—. Están en su habitación —cuando se fueron, se inclinó y besó a Paula—. Siento lo sucedido esta tarde.


Paula suspiró y le acarició las huellas de cansancio que se dibujaban en su rostro.


—Pareces exhausto —indicó ella.


—Lo estoy.


Pedro... ¿por qué...?


—Hablaremos de eso más tarde —prometió él—. Intentaré explicártelo. Por lo menos, te debo eso.


—Entonces, ¿eres consciente de lo que te estás haciendo? —preguntó ella.


Pedro asintió, y logró sonreír cuando sus hijos volvieron y lo obligaron a jugar con ellos. Si no hubiese sido por la conversación seria que tenía pendiente, Paula se habría sentido muy contenta. Esa era la familia que siempre había querido tener. Los niños la habían aceptado en sus vidas con mucha facilidad. Si aceptaba la proposición de Pedro, estaría con el hombre que amaba, con sus hijos y, quizá, con los hijos de ambos. Eso era más de lo que podía ambicionar. 


¿Entonces por qué se aferraba con terquedad al único problema que veía en esa solución?


Se dijo que eso era debido a que esa solución era demasiado importante. No se trataba de que Pedro recogiera los calcetines cuando se los quitara; eso tenía fácil solución. 


Un marido que nunca estaba cerca, y para el que su matrimonio estaba después que su trabajo, era algo diferente por completo.


—Paula, casi es medianoche —dijo Kevin con entusiasmo—. Esa enorme pelota empieza a moverse.


Los locutores de la televisión, y la multitud de Times Square anunciaron el Año Nuevo. Kevin y Jonathan hicieron sonar sus pitos. Pedro tomó a Paula en brazos.


—¡Feliz Año Nuevo, cariño!—exclamó Pedro.


—¡Feliz Año Nuevo! —respondió Paula.


Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Si pudieran atesorar ese momento en su mente, tal vez podría ser un feliz Año Nuevo.







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