sábado, 24 de septiembre de 2016

MAS QUE VECINOS: CAPITULO 13





Las semanas siguientes transcurrieron en una agradable rutina: Pau hacía su vida normal, pero su camino se cruzaba a menudo con el de su vecino. De vez en cuando, Pedro aparecía sin avisar con unos bombones o una botella de champán y la retaba a una partida y, si la joven estaba dispuesta, jugaban al ajedrez durante horas, hasta que uno de ellos perdía. Para sorpresa de Alfonso, Paula había resultado ser una experimentada jugadora y se veía obligado a utilizar toda su habilidad para ganarla, aunque la mitad de las veces no lo conseguía. En una de esas ocasiones en las que ella se había alzado con el triunfo, Pau vio la expresión desolada con la que Pedro contemplaba el tablero y no pudo evitar lanzar una carcajada.


—No es muy elegante celebrar una victoria riéndose del vencido —manifestó, severo, mientras mantenía la espalda tiesa como un palo.


—Deberías verte la cara. Entonces entenderías de qué me río —Los ojos castaños de la joven chispeaban, maliciosos.
Pedro la miró con rencor, pero prefirió cambiar de tema.


—El miércoles pasado llamé al timbre para echar una partida. No estabas.


—Ah, ¿no? —respondió Pau sin inmutarse.


—Serían las ocho...


La joven se limitó a mirarlo risueña.


—Luego volví a pasarme a las nueve. Tampoco estabas.


—¡Cielos!


Pedro no soportaba la forma en que Paula se burlaba de él pero, muy a su pesar, fue incapaz de dejar la conversación en ese punto.


—También me pasé a las diez...


—¡A ver si lo adivino! —le interrumpió Paula con descaro, sujetándose el puente de la nariz entre el índice y el pulgar—. ¡No estaba!


—Ni a las once.


—Vamos, Pedro, déjalo. No voy a permitir que te comportes como un solterón frustrado porque tu rival al ajedrez no se encuentra en casa cuando se te antoja jugar una partida.


¡Solterón frustrado, esa maldita bruja sabía tocarle la fibra sensible!


—No soy ningún solterón y menos frustrado —respondió de forma patética.


—Claro que no, Pedro. No quería ofenderte, solo era un comentario inocente —confirmó ella como si estuviera hablando con un retrasado mental.


Enfadado, Pedro echó la silla para atrás y se puso en pie.


—Me estás sacando de mis casillas —avisó muy serio.


—¡Uhh, qué miedo! —Paula empezó a recoger el ajedrez.


—Deberías tenerlo —contestó él y con un rápido movimiento la agarró de uno de sus brazos y la giró hacia él.


—Está bien. Estoy aterrorizada. —Pau lo miró con fingido pavor.


—No sabes cuándo callarte, ¿no es cierto, Paula?


—En realidad... —empezó la joven, pero Pedro no la dejó acabar.


Con los ojos despidiendo chispas de plata, rodeó su cintura con un brazo, le alzó la barbilla con dedos imperiosos y comenzó a besarla con pasión. Al principio, la tomó tan de sorpresa que Paula no se resistió y permitió el contacto de su boca sin protestar, hasta que, de pronto, empezó a sentirse como si le hubieran transfundido lava ardiente en las venas. Incapaz de rebelarse, Pau se rindió sin ni siquiera luchar; sus labios se entreabrieron y el beso se hizo más íntimo. Después de un buen rato, Pedro, tras una intensa lucha consigo mismo, se detuvo y, jadeante, dio un paso atrás. Paula agradeció que siguiera sujetándola pues, si no lo hubiera hecho, estaba segura que sus piernas hubieran cedido y habría caído al suelo como una damisela victoriana víctima de un vahído.


—Perdóname, Paula, sé que es de muy mala educación perder los estribos. —Pedro hacía lo posible por tratar de controlar su respiración.


Pau escuchó esas palabras bastante atontada todavía.


—Desde luego, no denota muy buenos modales —contestó muy seria, intentando a su vez que su corazón rebajara la intensidad de sus latidos.


—Lo siento. No volverá a repetirse —se disculpó de nuevo Pedro, apretando los labios.


—Me alegra oírlo —respondió Paula, a pesar de no saber muy bien si lo decía en serio o no.


¡Dios, hacía mucho tiempo que un beso no la afectaba tanto!


—Me iré ahora mismo.


—Bien.


Cuando Pedro estaba junto a la puerta, Pau dijo:
Pedro Alfonso, has osado desafiar al destino por segunda vez. —El hombre la miró confuso y ella prosiguió en un tono cavernoso, como si fuera la mismísima Madame Cassandra y se dedicara a adivinar del porvenir—: Ya te dije que todo aquel que me besa se enamora de mí.


—Bueno, la otra vez no pasó nada... —Pedro hizo un gesto evasivo con la mano.


—Luego no quiero que digas que no te avisé —advirtió la joven, mirándolo con solemnidad.


—Está bien, no lo diré. Buenas noches, Paula, espero que esto no signifique que no volverás a jugar conmigo al ajedrez...


—No lo sé, Pedro, quizá sería mejor que dejemos pasar un poco de tiempo antes de la siguiente partida. Ahora tenemos una especie de amistad y no me gustaría echarla a perder.


—Entiendo. —Pedro trató de disimular su desilusión—. Buenas noches, Paula.


—Buenas noches, Pedro.


Al llegar a su casa, Pedro decidió darse una ducha, aún sentía la excitación que le había provocado besar a su vecina. No entendía qué demonios le había pasado, lo había estropeado todo. Estaba convencido que Paula tan solo era una amiga, le gustaba saber que cuando regresaba a casa podía pasarse por la suya a echar una partida de ajedrez. A veces, durante sus viajes de negocios, se encontraba deseando llegar y poder charlar un rato con ella. 


Nunca había mantenido una relación similar con ninguna mujer; era un poco como hablar con Harry, aunque reconocía que no sentía el mismo placer al mirar la cara de su amigo que cuando miraba los delicados rasgos de Paula.


Recordó, sorprendido, el trabajo que le había costado separarse de ella. Durante unos minutos muy, muy largos, solo había sido capaz de pensar en lo mucho que le gustaría cogerla entre sus brazos y llevarla a la cama más cercana; acariciar sus largas piernas, la piel sedosa de su cuello, enredar sus dedos entre sus brillantes cabellos... sacudió la cabeza intentando alejar esos pensamientos, al tiempo que bajaba un poco más la temperatura del agua. No es que le atrajera su vecina. ¡Por Dios, qué absurdo! Reconocía que era una chica agradable y amena con la que se podía charlar, pero nada más. Lo único que ocurría es que llevaba bastante tiempo sin acostarse con una mujer; desde que lo dejó con Alicia no había vuelto a salir con ninguna y, claro, la naturaleza humana era la naturaleza humana.


Contento con esa explicación, Pedro cerró el grifo y empezó a secarse con una toalla. Haría lo que Paula había dicho: espaciaría sus visitas. Sería una lástima, pero era mejor renunciar al ajedrez por un tiempo que liarse con una persona que le sacaba de sus casillas tan a menudo.


Algo más tranquilo con la determinación que acababa de tomar, se tumbó en la cama y trató de dormir, pero aún le parecía sentir el roce de los suaves labios femeninos, apretados contra los suyos, respondiendo a sus caricias apasionadamente. Pedro lanzó un gemido de frustración, se abrazó a la almohada y hundió su rostro en ella; en cuanto pudiera, le diría a Harry que le presentara a esa chica de la que le había hablado.



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