sábado, 24 de septiembre de 2016

MAS QUE VECINOS: CAPITULO 16





Aunque más de uno de los actores olvidó su guión, y el personaje principal tropezó con la espada que llevaba al cinto y se cayó todo lo largo que era sobre el escenario, la obra de teatro fue un éxito. Para celebrarlo, un grupo de profesores de la escuela, Paula, Diego Torres, Fiona y su joven acompañante, fueron a un restaurante a tomar algo.


Fiona había pasado la mayor parte de la velada coqueteando con descaro con su amigo, mientras Diego bebía una cerveza tras otra. Al final, la pelirroja y su pareja se fueron juntos, y Diego se ofreció a acompañar a Pau a su casa.


—Quizá debería haberte acompañado yo a ti —comentó la joven al notar, preocupada, que Diego se tambaleaba por el excesivo consumo de alcohol.


—No digas tonterías, ángel mío, controlo perfectamente —respondió él trabándose un poco con las palabras.


—¿Quieres que llame a un taxi?


—Pau, puedo recorrer sin problemas las tres manzanas que me separan de mi casa —contestó Diego, ofendido.


—En ese caso, buenas noches. —Paula se acercó para darle un beso en la mejilla, pero el hombre, que era casi de su misma estatura, volvió la cabeza y Pau no pudo impedir que sus labios se tocaran.


—Pau... —susurró él rodeándola con los brazos y estrechándola con fuerza, mientras su boca se volvía más insistente. Paula apoyó las palmas contra su pecho y lo empujó con fuerza tratando de apartarse. No le resultó muy difícil, Diego estaba tan borracho que por poco lo tira al suelo.


—Diego, no soy Fiona —le recordó, armándose de paciencia.


—Ya lo sé, Pau, ¿por qué piensas que me gustaría que fueras Fiona? Fiona es una bruja, tú en cambio eres guapa y buena. ¿Quieres ser mi novia, Pau?


—Baja la voz, Diego, vas a despertar a los vecinos.


—¿Qué me importan a mí tus vecinos? —respondió él a voz en grito—. ¡Oídme bien, le he pedido a Pau que sea mi novia!


En ese momento, un taxi vacío acertó a pasar por ahí y Paula alzó el brazo para detenerlo. Con esfuerzo, consiguió montar a su amigo en el asiento trasero y cerrar la puerta. Luego le indicó al conductor la dirección a la que debía llevarlo y se despidió de Diego, no sin asegurarse antes de que su amigo tuviera suficiente dinero para pagar la carrera.


—¡Adiós, ángel mío!— vociferó Diego con medio cuerpo asomando por la ventanilla agitando los brazos, frenético, mientras el taxi se alejaba.


Paula dio un suspiro de alivio y se disponía a entrar en el portal cuando una sombra de un tamaño amenazador surgió de la nada. Aterrada, Pau se llevó una mano a la boca tratando de ahogar el grito que pugnaba por salir de su garganta pero, casi al instante, reconoció la alta figura de su vecino, tan impecable como de costumbre.


—¡Caramba, Pedro, casi me da un infarto! —protestó Paula, llevándose la mano al corazón, que parecía que fuera a escaparse de su pecho.


—No me extraña que no me hayas oído, Paula, menuda escenita —comentó su vecino con desdén, mientras clavaba la mirada en los labios enrojecidos de la chica, signo evidente de que acababan de ser besados con intensidad.


—¿Qué ocurre, acaso nunca has tenido un amigo que estuviera pasando por un mal momento? Tienes la misma empatía que la uña del dedo gordo de mi pie derecho —replicó ella. Por primera vez, Pedro había conseguido enojarla de verdad.


—No me pareció que lo pasara tan mal, al contrario, me dio la sensación de que disfrutaba bastante besándote —declaró, sarcástico, mientras que, con los brazos cruzados sobre el pecho, clavaba en ella una mirada desaprobadora.


—¡Hombres! —exclamó Pau, despectiva—. No sois capaces de ver más allá de vuestras narices.


—¿Y qué es lo que había que ver, si puede saberse?


—Diego está hecho polvo. Ha estado toda la noche aguantando que Fiona tonteara con un tipo delante de sus narices y ha bebido más de la cuenta.


—Si, como insinúas, está enamorado de tu amiga, ¿por qué te pide a ti que seas su novia? No tiene sentido —declaró su vecino, nada convencido al parecer por sus argumentos.


—Ay, Pedro, es que hay que explicártelo todo. —afirmó Paula, exasperada—. Está claro que quiere fastidiarla, al fin y al cabo, yo soy la mejor amiga de Fiona.


—No sé cómo puedes considerar tu amigo a un tipo semejante, podría hacerte daño.


—Por Dios, Pedro, nos seas ridículo. Diego no pretende hacerme daño, sabe que no me enamoraría nunca de él.


—¿Por qué estás tan segura? ¿Acaso estás enamorada de otro? —preguntó frunciendo el ceño ligeramente.


—¿A ti qué te importa? Eres muy preguntón —respondió Paula, fastidiada—. Pero no, no estoy enamorada de otro. Diego me conoce desde hace años, sabe perfectamente cómo soy.


—¿Ah, sí? —Esa respuesta le molestó aún más—. ¿Y cómo eres, si puede saberse?


—Diego sabe que yo no me enamoro con facilidad —contestó la joven tranquilamente.


—Quizá es que nunca has estado enamorada —declaró él de manera triunfal, recalcando la palabra.


Ahora Pau estaba rabiosa, ¿qué sabía ese estirado individuo de su vida o de sus sentimientos?


—Pues claro que he estado enamorada. Un montón de veces, para ser exactos. He tenido varios novios y con uno de ellos conviví más de dos años —furiosa, Paula se preguntó qué diablos hacía dándole explicaciones a ese tipo—. ¿Y qué me dices de ti? —preguntó, pasando con rapidez al contraataque—. No me pareces un hombre que permita que nadie roce ni un poquito su corazón. Te vas a casar con la bella Alicia, pero estoy segura de que no estás enamorado de ella. En realidad, no creo que tengas ni idea de lo que significa el amor...


—Pues parece que ya somos dos —respondió él con retintín, preguntándose por qué no le aclaraba de una vez que lo había dejado con Alicia.


De súbito, Paula soltó una carcajada y pareció recobrar su buen humor.


—Esta conversación no tiene sentido. Ninguno de nosotros sabemos nada de los sentimientos del otro, así que será mejor que hablemos de otra cosa, o quizá será mejor que no hablemos de nada en absoluto porque tengo que irme a dormir. Mañana me voy de viaje y necesito descansar.


Al ver el rostro femenino de nuevo sonriente, Pedro también se relajó.


—¿A dónde te vas? —preguntó, curioso.


—Voy a casa de mis padres en Herefordshire, siempre nos reunimos allí toda la familia para pasar la Navidad. ¿Tú irás a tu casa?


—No, no tengo pensado ir.


—¿Entonces pasarás las fiestas con amigos?


—No he organizado nada.


—¿Quieres decir que pretendes pasar la Navidad solo en tu piso? —preguntó Paula mirándolo horrorizada.


—¿Qué tiene de malo? Para mí la Navidad no tiene ningún significado. Mi madre nunca le ha dado especial importancia a estas fechas y desde que cumplí los dieciocho no he vuelto a pasarlas en casa.


Los ojos de Pau se agrandaban más y más a medida que lo escuchaba hablar, cuando terminó, la joven apretó un segundo los labios y luego declaró decidida:
—No lo permitiré. Vendrás a mi casa y pasarás las Navidades con mi familia.


—¿Estás loca? ¿Pretendes presentarte sin avisar en casa de tus padres con un desconocido y en unas fechas tan señaladas? —Ahora era Pedro el que la miraba estupefacto.


—Por supuesto, no dejaré que pases la Navidad solo en tu piso, como un perro abandonado al que nadie desea.


La comparación hirió a Pedro en el alma.


—Para tu información, Paula, he pasado las últimas veintitantas Navidades solo o en alguna playa paradisíaca en compañía de una mujer y no me considero un sujeto digno de lástima —declaró bastante irritado.


—Pues lo eres —afirmó la joven, rotunda.


El hombre estuvo a punto de soltarle un par de frescas, pero echó mano de todo su autodominio y se limitó a decir en un tono demasiado tranquilo:
—No lo soy y pasaré las Navidades en mi casa, solo, porque eso es lo que deseo. —Con incredulidad, Pedro observó cómo los ojos de Pau se llenaban de lágrimas, mientras sus labios temblaban.


Pedro, te suplico que no me amargues las vacaciones. Te juro que sería incapaz de disfrutar sabiendo que estás aquí, sin nadie con quien compartir esos días tan especiales. No puedes ser tan cruel.


Como santo Tomás, su vecino alargó una mano y rozó con un dedo las largas pestañas de la chica, comprobando su humedad, fascinado.


—Caramba, Paula, no puedo creer que estés a punto de llorar por semejante tontería.


—¡Para mí no es ninguna tontería! No le desearía nada igual ni a mi peor enemigo y a ti casi te considero un amigo. —Era evidente que Pau sentía de verdad lo que estaba diciendo y, aunque esa palabra irritó de nuevo a Pedro sin saber por qué, sin embargo, se sentía extrañamente conmovido por el interés de la joven y notaba que estaba a punto de ceder.


—Pero ¿qué pinto yo con tu familia? No les va a hacer ninguna gracia. Pensarán que soy tu novio.


—No te preocupes por eso —respondió ella mucho más animada, como si sospechara que estaba a punto de rendirse—. No es la primera vez que aparezco con alguien. Por favor, Pedro...


Pedro empezaba a sentirse como una pobre y patética criatura más a la que su caritativa vecina había decidido recoger de las calles, y a pesar de que no le gustaba mucho la sensación, fue incapaz de resistir su mirada suplicante.


—Está bien —cedió a regañadientes—. ¿A qué hora piensas irte?


—Había pensado coger el tren de las nueve.


—Mejor iremos en mi coche


—Pero puede que haya nieve en las carreteras y, además, tengo que llevar a Milo —protestó la chica.


—No hay ningún problema. Llevaré el Range Rover —dijo Pedro, zanjando el asunto.


—¿Cuantos coches tienes? —preguntó Pau mirándolo con suspicacia.


—Solo dos. —Paula no hizo ningún comentario y Pedro lo agradeció, no estaba preparado para recibir un apasionado discurso sobre las desigualdades sociales—. Muy bien, entonces a las nueve en punto llamaré al timbre de tu casa.


—Perfecto. Muchas gracias, Pedro. —Pau se alzó sobre las puntas de sus pies y le dio un beso en la mejilla. Al instante, las aletas de la nariz de Pedro se dilataron al aspirar el agradable olor de la joven y deseó que, algún día, su cariñosa vecina abandonase la desesperante costumbre que tenía de besar a todo el mundo.


—Soy yo el que tiene que darlas —declaró muy formal.


—Todavía no, querido Pedro, será mejor que esperes a conocer a mis hermanos... —Paula le guiñó un ojo con expresión traviesa, luego se dirigió al portal y, desde allí, se volvió una vez más para decirle adiós con la mano.


A pesar del frío que hacía, Pedro se quedó fuera un buen rato pensando en lo que acababa de ocurrir. Resultaba inaudito que su impredecible vecina lo hubiera embarcado en semejante aventura. Aún no podía creer que iba a pasar los próximos días celebrando la Navidad en una casa de campo, rodeado de una serie de personas a las que no conocía de nada. Si alguien le hubiera dicho que eligiera el plan menos apetecible del mundo, hubiera escogido precisamente ese. Por lo menos iba con Pau, se dijo con un encogimiento de hombros, y si de algo no se podía acusar a Paula Chaves era de ser una persona aburrida.


Recordó a la mujer que acababa de acompañar hasta su casa y sacudió la cabeza. Le había dicho a Harry que le presentase a la chica de la que tanto le había hablado, y su amigo se había apresurado a organizar una cena para cuatro. Al principio la cosa no había ido mal, la joven era su tipo o al menos del tipo que le había gustado hasta entonces, rubia y llena de curvas, así que decidió que una noche la invitaría a cenar los dos solos y hoy había sido esa noche.


No recordaba haberse aburrido más durante una velada. La pobre había hecho todo lo posible por agradarle y se le había ofrecido en bandeja, pero Pedro no tenía ningún deseo de aprovechar la oferta. A los diez minutos de empezar a cenar, estaba deseando terminar y largarse de allí. La chica se quedó pasmada cuando, nada más salir del restaurante, Pedro la acompañó a su casa y se sorprendió aún más en el momento en que él rechazó su invitación de subir a su apartamento a tomar una copa; saltaba a la vista que era la primera vez que le ocurría.


Luego, en cuanto se bajó del taxi todavía con una incómoda sensación de insatisfacción royéndole las entrañas, había visto a Paula en brazos de Diego y la imagen lo había dejado paralizado. Sin que lo viesen, se acercó a ellos y escuchó todo lo que decían. De repente, le invadieron unas ganas terribles de darle dos puñetazos a ese borracho alborotador y sacudir a Paula hasta que le castañetearan los dientes; alguien tenía que enseñarle a esa mujer que no debería ir repartiendo besos y abrazos a diestro y siniestro. Si seguía así, un día iba a verse envuelta en un serio problema.


Suspiró y una nube de vapor condensado flotó ante su rostro. Sería mejor que entrara en la casa si no quería coger una pulmonía, se dijo. Además, tenía que hacer el equipaje para sus vacaciones.





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