sábado, 13 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 4




Pedro echó un vistazo por la ventana de la sala principal de su nueva casa y vio a Paula salir corriendo hacia el establo.


Al verla había pensado que era un adolescente, pero un golpe de brisa le aplastó la camisa contra el pecho y dejó en evidencia las formas de una mujer bajó la horrible franela.


Aunque su figura le había parecido muy bonita, sus ojos habían sido lo que más le llamaron la atención. Eran grandes y azules, con una expresión mucho más avejentada que su juvenil rostro. Paula tenía los ojos tristes; tristes y algo melancólicos.


Se vio pensando en el porqué de esos ojos tristes, en por qué había recordado su nombre.


Se le daba fatal recordar nombres. El portero de su edificio llevaba años allí y era incapaz de decir su nombre. Pero… ¿qué estaba haciendo? ¿Por qué perdía el tiempo pensando en el ama de llaves? Desde luego no era el tipo de mujer por el que solía sentirse atraído.


Algo disgustado consigo mismo, Pedro se apartó de la ventana y echó un vistazo a la sala, intentando sacudirse de encima la fascinación que le había provocado una mujer a la que apenas conocía.


El interior de la casa era muy acogedor y estaba bien cuidado, como Pedro recordaba. La mujer parecía joven, pero hacía bien su trabajo.


Apenas recordaba que Elena había mencionado que los guardas de la finca vivían en la vieja casita de piedra dentro de la finca. ¿Significaba aquello que ella era una mitad de la pareja?


Se dijo a si mismo que aquello era curiosidad, que así era como trabajaba el cerebro de un escritor, haciéndose preguntas y creando escenarios para responderlas.


Seguro… ¿Se había hecho alguna pregunta sobre el conductor de la limusina? No.


Se recordó a si mismo que se trasladaba allí para huir de los compromisos y las molestias, y Paula, su tristeza y con quién viviera, no era problema suyo.


Su problema era un caso crítico de bloqueo creativo que lo estaba volviendo loco.


A cada paso que daba dentro de la casa, le gustaba cada vez más.


La cocina era enorme y antigua, con una gran chimenea en el centro y una buena colección de muebles que no conjuntaban unos con otros, pero que quedaban bien. Olía a especias… tal vez a canela.


Tras la puerta de la cocina se abría un porche que corría a lo largo de toda la fachada de la casa.


Entonces recordó que el agente inmobiliario le había dicho que algunas partes de la casa habían sido construidas en el siglo XVIII. Tomó nota mental de preguntarle a Elena si el agente le había dado alguna reseña histórica de la casa. En caso contrario, él mismo se ocuparía de la investigación.


Por suerte, la casa ahora tenía luz eléctrica, agua corriente, calefacción y todos los electrodomésticos modernos, pero eso no le quitaba encanto a sus ojos. La autenticidad era genial en teoría, pero era mucho más incómoda.


Pedro encontró las escaleras y se dirigió al sitio donde recordaba que estaban las habitaciones. En el piso superior había un cuarto que hacía esquina en la casa, bien aireado y luminoso, que sería una perfecta oficina. Las ventanas del lado sur daban a los campos y desde las del norte, podía ver el establo, que pensaba convertir en garaje en cuanto desaparecieran los animales.


Se alegraba de haber hecho una compra tan impulsiva. 


Aquél era el lugar perfecto para escribir: tranquilo, privado y alejado. Pronto tendría el libro terminado.


Le había dejado claro a Elena que nadie debía saber la dirección de la granja, ni siquiera su editora. Toda la comunicación debería pasar a través de ella.


La granja sería su puerto de descanso de las fans obsesionadas y los conocidos frívolos que sólo querían su amistad por motivos egoístas.


Sacaría la cama del cuarto y utilizaría la gran mesa de trabajo bajo la ventana como escritorio. También quitaría las cortinas, pues allí no había de quién esconderse. Al volver a mirar por la ventana, sonrió, apreciando la vista. Desde allí, la única casa que podía ver era la casita de piedra tras el establo, donde vivía Paula.


Otra vez. De nuevo la mujer se había colado en sus pensamientos sin haber sido invitada.


Intentó concentrarse en la casa. Recordó que el agente inmobiliario le había contado que la casita había sido la primera vivienda de la granja. Parecía que no tuviera más que un par de habitaciones.


Se preguntó si ella estaría bien allí, con tan poco espacio, y después apartó el pensamiento de su mente. No era asunto suyo si ella era feliz o no. Lo único que tenía que preocuparlo de ella era que se mantuviera alejada de su camino e hiciera su trabajo. Por el aspecto de la casa, Pedro no tenía ninguna queja.


Echó un vistazo a su reloj. Tendría que marcharse enseguida si quería llegar a tiempo a la firma de libros, pero lo cierto era que no quería irse. Odiaba el jaleo, enfrentarse a toda esa gente que estaba horas de pie esperando a que garabateara su nombre en la portada del libro. Todos querían conversar con él, llevarse algo más que la firma a casa… ¿Por qué no podía bastarles con el libro que habían leído?


El libro en el que estaba trabajando últimamente era muy distinto de todo lo que había hecho hasta aquel momento, y tanto su editora como Elena habían dejado caer que era un gran error y que perdería lectores. Tal vez eso fuera bueno.


Con un suspiro, empezó a bajar las escaleras. Aquel sitio era aún más perfecto de lo que lo recordaba.


Estaba deseando trasladarse.






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