sábado, 6 de agosto de 2016

BAJO AMENAZA: CAPITULO 20





A Pedro le sorprendía que no estuviera enfadada. Había pensado que estaría furiosa porque se hubiera aprovechado de su inocencia excitándola sin ofrecerle una culminación sexual satisfactoria. Siguió mirándola y dijo:
— ¿No crees que deberías pensártelo unos días?


Se sentía como un tonto por argumentar en contra de su propia sugerencia, en un esfuerzo por portarse bien con Paula. Casarse con ella era lo que más deseaba. Así que ¿por qué no cerraba la boca?


— Naturalmente, si fuera una proposición auténtica, me tomaría más tiempo para pensármelo, pero dadas las circunstancias... — su voz de desvaneció.


En fin, si iban a hablar del asunto, sería mejor que lo hicieran fuera del dormitorio.


Pedro la agarró de la mano y la llevó escaleras arriba, al cuarto de estar. En cuanto llegaron a lo alto de la escalera, le soltó la mano.


Sabía que su comportamiento era ridículo, pero el mero hecho de estar a unos pasos de ella lo turbaba. Se acercó a la puerta corredera de cristal y la abrió de par en par. 


Necesitaba aire fresco. Una brisa vespertina se coló en la habitación. Pedro señaló con la cabeza las sillas de la terraza.


— ¿Por qué no nos sentamos aquí fuera? —preguntó, saliendo a la terraza.


Ella lo siguió y se sentó frente a él. Su alegre falda se agitaba con la brisa y le recordaba los tesoros ocultos que no podía tocar. Pedro se aclaró la garganta y dijo:
—Bueno, ¿de qué estabas hablando? Mi proposición es tan auténtica como la que más.


Ella sonrió.


— Quizá. Lo que pretendía decir es que, dado que no nos casaríamos por las razones habituales, no hace falta pensárselo mucho. No quiero volver a mi apartamento más que para hacer la mudanza. Como bien decías, en tu casa hay sitio de sobra para los dos. Me parece que has tenido una idea muy sensata y razonable.


Pedro experimentó una profunda sensación de alivio. Sus músculos se relajaron y se recostó en la silla lanzando un suspiro. Luego, frunció el ceño. Un momento. Paula hablaba del asunto como si fuera un contrato comercial, con aquel tono profesional, diáfano y preciso.


Pedro la observó en silencio. Parecía relajada, apoyada cómodamente en la tumbona, como si disfrutara plácidamente de la tarde, de las vistas y, quizá, de la compañía. No tenía aspecto de ejecutiva con su blusa y su falda de colores. Sin embargo, su expresión era idéntica a la que solía mostrar en la oficina: apacible y serena. ¿Su encuentro sexual no la había afectado en absoluto?


Claro que sí, se dijo con impaciencia. Paula se había excitado tanto como él. Y, sin embargo, no mostraba signos de frustración. Había algo injusto en todo aquello. ¿Sabía Paula lo difícil que le había resultado apartarse de ella, tanto física como emocionalmente? Estaba claro que no.


De pronto se sintió desanimado, pero Paula no pareció notarlo.


— Supongo que tendremos que decidir cuándo y cómo nos casaremos —dijo, pensativa—. ¿Quieres invitar a algún familiar a la boda?


—No.


—En ese caso, no veo razón para celebraciones; ¿o tú sí? 
Mi familia lo entenderá perfectamente cuando les explique por qué nos hemos casado.


Él se mordió el labio inferior antes de hablar.


—No he pensado mucho en las formalidades que conlleva una boda. Solo pensaba en los resultados.


—No me sorprende, Pedro. Tú siempre piensas en los resultados — si el resultado era llevarse a Paual a la cama y retenerla allí unos cuantos días, o incluso semanas, decididamente estaba de acuerdo con aquella aseveración—. Pensemos dónde. En Texas hay que esperar tres días para casarse después de sacar la licencia matrimonial. No sé cómo será aquí, en Carolina del Norte. Como he traído el portátil, puedo mirarlo en Internet. Si no hay período de espera, podríamos casarnos mañana mismo y regresar inmediatamente a Dallas. ¿Qué prefieres hacer tú?


Paula hacía que todo aquello pareciera una reunión de negocios. Pedro se incorporó bruscamente. ¿Y qué?, se preguntó. ¿A él qué más le daba? Ciertamente, no quería una ceremonia sentimental en la que se juraran amor y devoción eterna. Paula lo conocía bien. Podía desentenderse del asunto y dejar que ella se ocupara de todos los detalles.


—Me da igual. Si vamos a casarnos, hagámoslo cuanto antes —dijo.


Ella balanceó las piernas sobre el lateral de la tumbona.


—Miraré qué nos conviene más —regresó al interior de la casa.


Pedro siguió contemplando el paisaje. La boda le interesaba menos que la luna de miel. Naturalmente, no tendrían una auténtica luna de miel. Debían volver a la oficina, el trabajo se les acumulaba. No sabía si era buena señal que no lo hubieran llamado de la oficina en las últimas veinticuatro horas. Quizá fuera mejor que llamara él, para comprobar si todo iba bien.


Entró en la casa. Paula ya estaba enganchada al teléfono. 


Pedro bajó las escaleras, entró en su habitación y tomó su teléfono móvil. Marcó un número grabado y aguardó a que Julia contestara.


—Hola, Pedro —dijo la secretaria alegremente—. ¿Qué tal van las cosas?


—Creo que ya está todo resuelto. Al menos, creo que Marcelo podrá acabar el trabajo sin necesidad de internamiento psiquiátrico, ¿Qué tal por ahí?


—Bien. Ha habido muchas llamadas, pero ninguna emergencia. Le he dicho a todo el mundo que podía localizarte si se trataba de algo urgente, pero me han dicho que esperarían a que volvieras.


—Bien —se quedó pensando un momento—. Julia, ¿alguna vez me he tomado vacaciones?


— ¿Vacaciones? —repitió la secretaria, como si no supiera si lo había oído bien.


—Sí.


—No, al menos desde que yo estoy aquí; pero, claro, de eso hace solo cinco años.


—Tomo nota. ¿Tú crees que la oficina se sumiría en el caos si me tomara unos días libres?


Ella contestó, riendo:
—Creo que podríamos apañárnoslas bastante bien sin ti, Pedro. Paula siempre se encarga de todo cuando tus viajes se alargan más de lo previsto.


— Sí —dijo él frunciendo el ceño—. Paula siempre está al pie.


— ¿Es que piensas irte de vacaciones? La verdad es que te vendría muy bien relajarte un poco y descansar.


— ¿Ah, sí?, ¿tú crees? ¿Y si cuando vuelva soy otro hombre? ¿Crees que podrás acostumbrarte?


—Bueno, lo cierto es que dudo que puedas mantenerte alejado de la oficina más de un par de días. No te imagino haraganeando en una playa perdida.


Él se echó a reír.


—No sabía que fuera tan predecible.


— ¿Paula sigue contigo?


—Claro. Ha sido de gran ayuda.


—Tengo un par de mensajes para ella. Uno es de su hermana, que llamó para preguntar por qué no contestaba al teléfono. Le dije que estaba fuera de la ciudad y me ofrecí a darle el número de allí, pero dijo que esperaría a que la llamara cuando volviera.


—Le daré el mensaje. Pásame con Rich. Nos mantendremos en contacto. Ya sabes dónde encontrarme.


—Claro. Espera, voy a pasarte con él. Tras una serie de pitidos y chasquidos, el jefe de administración se puso al teléfono. —Aquí Rich Harmon.


— Soy Pedro. ¿Qué tal va todo?


Rich le resumió lo que había pasado en la oficina durante su ausencia y le explicó cómo había conseguido hacerse con la situación. Pedro quedó impresionado. Rich parecía manejarse a la perfección en sus nuevas responsabilidades. Quizá, después de todo, no pasaría nada si se iba con Paula unos días.


Cuando Rich acabó, Pedro dijo:
— Saldremos mañana por la mañana, no sé a qué hora. Estaré en la oficina a media tarde, como mucho. Si hay algo que quieras que mire antes del lunes, déjamelo encima de la mesa.


Colgó y volvió a subir las escaleras. Paula levantó la mirada, que tenía fija en la pantalla del ordenador.


—Mira, esto es lo que he encontrado. Si queremos casarnos en Carolina del Norte, no hay período de espera. Tendremos que sacar la licencia en un juzgado. Podemos hacerlo mañana por la mañana. Con un poco de suerte, habrá alguien que pueda casarnos antes de que nos marchemos. ¿Qué te parece?


Pedro se le hizo un nudo en el estómago. Aquello era exactamente lo que quería. Aquel encogimiento de las tripas se debía sin duda a las lecciones que había recibido durante su infancia acerca de las mujeres.


Pero aquello era distinto. Si su padre conocía alguna vez a Paula, Dios no lo permitiera, descubriría que su teoría estaba equivocada. No todas las mujeres eran tan malas como su padre las pintaba. Naturalmente, Paula confundiría por completo a su padre. Era demasiado honesta para que Harold Freeland la entendiera. Su padre siempre juraba que no había mujer honesta.


Paula vería a través de Harold como si este fuera transparente. En otra época, Harold había ganado mucho dinero utilizando su encanto y su labia. Pero a Paula no podría estafarla. Ella vería al instante la vacuidad que se ocultaba bajo su fachada de gran señor.


A veces, Pedro soñaba que vivía aún con su padre y que lo seguía de ciudad en ciudad, huyendo de la policía o del sheriff.


— ¿Pedro?


Ah, sí. Paula le había hecho una pregunta, ¿no? Sobre su boda.


— Perdona, estaba pensando en otra cosa. Creo que tienes razón. Lo mejor es que nos casemos aquí y volvamos a Dallas mañana mismo. ¿Qué se necesita para sacar la licencia?


— Solo el permiso de conducir.


Él asintió. Bien. Su asistente había vuelto a encargarse de todos los detalles.


— ¿Dónde está el juzgado?


—En Asheville, así que no tendremos que desviarnos del camino —miró su reloj—. No sé tú, pero yo estoy muerta de hambre. ¿No te apetece tomar nuestra última cena antes del cumplimiento de la sentencia? —bromeó.


Él apretó la mandíbula.


— ¿Eso es lo que piensas de nuestra boda?


—No, en absoluto —contestó ella con ligereza—. Solo estaba bromeando. Llevas toda la tarde muy serio —se apoyó contra uno de los taburetes de la cocina—. Mira, si has cambiado de idea, lo entenderé perfectamente. Tengo otras opciones. Pensaba irme a casa de mi hermana una temporada. Cuando se canse de mí, podría irme donde mi hermano, que tiene una casa muy grande en el campo y que...


—Oye, no hay razón para que te pongas a la defensiva. Si quieres ir a visitar a tu hermana, no me importa. Mereces tomarte unas vacaciones... Lo cual me recuerda que Julia me ha dicho que tu hermana te llamó esta mañana.


—No me extraña. Le dejé un mensaje en el contestador, antes de saber que vendríamos aquí, diciéndole que tal vez fuera a visitarla.


— ¿Prefieres ir a visitarla a casarte conmigo?


— ¿Es que son cosas incompatibles? — ella sonrió — . ¿Sabes, Pedro?, empiezas a parecer un novio ansioso. Si no te conociera, pensaría que...


—Me conoces lo bastante bien como para saber que siempre mantengo mi palabra. Te hice una proposición. La aceptaste. Por la mañana le diremos a Marcelo que nos lleve al juzgado de Asheville. Después tomaremos un taxi hasta el aeropuerto. Ahora, vamonos a cenar.





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