sábado, 6 de agosto de 2016
BAJO AMENAZA: CAPITULO 19
Pasó lo que le parecieron horas bajo el chorro de agua fría, obligándose a dejar la mente en blanco y concentrándose en aplacar los deseos de su cuerpo. Había sido un idiota al pensar que Paula aceptaría casarse con él. Ella procedía de una buena familia. Él no sabía nada de la familia de sus padres, pero teniendo en cuenta las vivencias de su niñez, Paula seguramente no querría que su futura familia se contaminara con los genes de un desarrapado.
Y tenía razón, pensó, cerrando el grifo. Por supuesto que sí.
Se secó con la toalla. Era una idea absurda. Eso era lo que pasaba cuando se pensaba con otras partes del cuerpo, y no con el cerebro: que uno se metía en un río.
Se vestiría y le pediría disculpas. Quizá Paula tuviera razón, a fin de cuentas. No les vendría mal pasar algún tiempo separados. No había razón para pensar que no podía vivir sin ella. Claro que podía. Y lo haría desde ese preciso momento.
Decidió afeitarse, recordando que había arañado con su barba la delicada tez de Paula. La llevaría a cenar a algún sitio bullicioso y poco romántico. A un sitio con mucha luz.
Se había salvado por los pelos, había que reconocerlo. Todo ese rollo del amor era para otros. «Pero no para mí.»
Se vistió rápidamente. Se pasó una última vez el peine por el pelo y cruzó la habitación, sintiéndose en pleno dominio de sus emociones por primera vez desde hacía horas. Pero al abrir la puerta, se detuvo de golpe. Paula estaba allí, con la mano en vilo, lista para llamar a la puerta.
— ¡Ay! —exclamó ella, y se rió suavemente—. Casi te doy en el pecho.
—No importa. Eh, mira, Paula, sé que me he pasado de la raya y lo lamento. Te prometo que...
Ella le puso los dedos sobre los labios y dijo:
—Venía a decirte que, si tu oferta sigue en pie, creo que es buena idea que nos casemos.
¿Por qué no agarraba un bate de béisbol y lo golpeaba con él en la cabeza? De hacerlo, no lo habría dejado más sorprendido.
— ¿Casarnos? ¿Quieres casarte conmigo?
La sonrisa de Paula era tan dulce como la de un ángel.
—Creo que sí, señor Alfonso, creo que sí.
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