sábado, 9 de julio de 2016
¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 19
–La cama es lo bastante ancha para los dos –Pedro se tumbó en el colchón y abrió los brazos como para darle la bienvenida.
Paula respiró hondo y se dijo que no quería ceder a la tentación. En absoluto. Lo que ocurría era que llevaba días sin dormir y por eso la cama le parecía tan deseable.
Miró las puertas de cristal que se abrían a un patio desde donde se veía el mar. El suelo de bambú brillaba a la luz del sol y quedaba suavizado por alfombras de colores terrosos esparcidas por la habitación. Había una zona de estar enfrente de una chimenea de gas y un cubo de plata con champán sobre una mesita entre dos sillones a juego. Al lado de la pared del cristal, un diván de color melocotón ofrecía un punto para acurrucarse y ver el mar.
Había un cuarto de baño al lado con una bañera lo bastante grande como para que cupieran cuatro personas cómodamente y una zona de ducha que estaba abierta a la habitación y tenía seis chorros. Pero Paula tenía que admitir que la estrella del espectáculo era la cama.
Era gigante, cubierta con un edredón verde y con muchos cojines amontonados contra el cabecero de color miel. Y el hombre encima de ella resultaba irresistible. El pelo moreno de Pedro parecía tan negro como la noche contra el blanco inmaculado de las almohadas. Su sonrisa era muy seductora y a ella le costaba mucho esfuerzo resistir el impulso de lanzarse sobre su pecho.
–No vamos a compartir esa cama –dijo con firmeza. Y se preguntó si intentaba convencerlo a él o a sí misma.
–Depende de ti –contestó él–. Pero no creo que estés muy cómoda en ese diván.
Paula parpadeó.
–Si fueras un caballero, dormirías tú en el diván.
–Ah, pero no soy un caballero, ¿verdad? Soy un ladrón.
–¿Y me vas a dejar dormir ahí? –preguntó ella.
–Te he invitado a compartir la cama –señaló él.
Paula apretó los dientes. Él disfrutaba.
–Después de todo, estamos prometidos –añadió Pedro, con una voz que era ya un ronroneo seductor.
Paula respiró hondo. No ayudaba mucho contra el deseo caliente que sentía en su interior, pero era lo único que podía hacer.
–Fuiste tú el que me advirtió de que no olvidara que esto es una farsa, Pedro –dijo.
Él se puso serio.
–Tienes razón, lo hice. En ese caso, mantén las distancias. Porque si compartes la cama conmigo, te prometo que no será para dormir.
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