sábado, 9 de julio de 2016

¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 21





Rico salió de detrás de Pedro. Este miró a Paula y ella sintió el calor de su mirada por todo el cuerpo. Llevaba un biquini nuevo, comprado en Londres, y sabía que la escasa prenda verde lima le sentaba muy bien.


Pedro la miró unos segundos más, hasta que Teresa soltó una risita. Ese sonido lo sacó del trance en el que parecía estar. Miró a Paula a los ojos.


–Hemos encontrado a Jean Luc –dijo–. Está en la isla.


Media hora después, estaban en su suite.


–Yo tengo que estar allí. Puedo ayudarte a buscarlo –dijo Paula.


Él se pasó una mano por el pelo. Le era muy difícil concentrarse en la discusión con ella allí en biquini.


–Jean Luc se hospeda en el hotel más viejo de la isla. Un hotel propiedad del abuelo de la esposa de Sean, primo de Rico. Pero también ha estado aquí. Los de seguridad lo han visto en los jardines y vamos a intentar pescarlo esta noche.


–Si todavía no ha robado nada, ¿cómo lo vais a capturar?


–Es lo mismo que hacen en los casinos cuando ven a un ladrón conocido. Todavía no ha hecho nada en su local, pero su reputación basta para expulsarlo del sitio.


–Muy bien, pues expulsadlo del hotel y de la isla.


–Exactamente –asintió él–. Es una isla privada, pueden echarlo si quieren.


–Pero antes tendréis que pillarlo y yo puedo ayudar con eso –replicó ella con los brazos en jarras.


Pedro intentó concentrarse en el problema que tenía entre manos en lugar de en el cuerpo de ella. Estaba cazado en su propia trampa. Todo aquello había sido idea suya. Fingir el compromiso y hospedarse juntos, donde la idea de ella durmiendo en un diván a pocos metros de él lo volvía un poco más loco cada día.


Ella suspiraba y él la deseaba. Se reía y él la deseaba. Lo besaba y prendía fuego en todos los rincones vacíos de su interior.


–¿Y si te ve él antes? No es tan estúpido como para creer que tu presencia aquí es una coincidencia. Si te ve aquí, saldrá corriendo sin intentar robar nada. Y si hace eso, tal vez incluso cierre su casa en Mónaco y desaparezca. ¿Y cómo recuperaremos entonces tu collar?


En realidad, Pedro no creía lo que decía.


Las puertas del patio estaban abiertas detrás de ella, dejando entrar el sol y el viento. Ella estaba iluminada desde atrás y había un halo de luz dorada en torno a su cuerpo. 


Pedro pensaba que era una mujer de ensueño. Su piel era suave y sedosa y el pelo le caía alrededor de la cara en una cascada de rizos sueltos y ondas. Todo en ella era tentador. 


Hasta las chispas de furia de sus ojos y el modo en que alzaba desafiante la barbilla.


Ella apretó los dientes, se cruzó de brazos y elevó inconscientemente los pechos hasta que amenazaron con escaparse del pequeño triángulo de tela. Pedro ansiaba tocarla. Apretó los puños a los costados para no ceder a ese anhelo.


–Muy bien. Esta vez ganas tú. No iré contigo a la muestra de joyería. ¿Ahora tengo que interpretar a una damisela en apuros y quedarme encerrada mientras los hombres grandes y fuertes se ocupan de todo?


–Muchas gracias por lo de fuerte.


Ella lo miró un momento. Se echó a reír.


–Eres increíble.


–Eso me han dicho. Más de una vez.


Paula se apartó el pelo de la cara y entró en el cuarto de baño. Cuando salió, llevaba un albornoz grueso blanco y Pedro no supo si darle las gracias o pedirle que se lo quitara.


–Si atrapamos a Jean Luc, podemos obligarlo a darte el collar.


–¿Cómo?


–Yo puedo ser muy persuasivo –le aseguró él–. Sorprenderlo vigilando en los alrededores de una muestra de joyería tan exclusiva no será bueno para él. La amenaza de alertar a la Interpol puede ser suficiente para lograr lo que queremos.


–¿Tú crees?


–Sí. Jean Luc no ha sido tan cauteloso en el pasado como la familia Alfonso. Tiene antecedentes y no querrá que la policía hable con él. Cuando Rico y yo nos hemos reunido con mi hermana y contigo en la piscina, he tenido la impresión de que interrumpíamos algo.


–No –ella se volvió y salió a la terraza.


Pedro no la creyó. La siguió, disfrutando del calor del sol y del beso fresco del viento, por no hablar de la vista de ella apoyada en la barandilla de hierro con el viento creando un halo oscuro con el cabello alrededor de su cabeza.


–Tenías razón, ¿sabes? –dijo él.


Ella lo miró.


–¿En qué?


–Cuando nos conocimos dijiste que no eras buena mentirosa y no lo eres –se reunió con ella en la barandilla–. ¿De qué hablabais Teresa y tú?


–De verdades –repuso ella–. Le he dicho que no estamos prometidos.


–¿Le has dicho que me hiciste chantaje?


–Sí –Paula suspiró–. Tu hermana es tan amable que me sentía odiosa mintiéndole.


Él movió la cabeza.


–Lo comprendo. Pero Teresa se lo dirá a Paulo y a nuestro padre.


–¿Y qué? –preguntó ella–. Ya no importa, ¿verdad? Seguiré siendo tu tapadera para tu trabajo con la Interpol, aunque no sé cómo va a funcionar eso si no me dejas asistir a la muestra.


–Eso cambiará en cuanto atrapemos a Jean Luc.


–Si lo atrapáis.


–Eso déjalo de mi cuenta. Pero no has debido decírselo a Teresa. Yo no quería que la familia supiera que había una amenaza contra papá.


–Tu hermana es bastante implacable. Sabía que había algo raro y no dejaba de preguntar.


Pedro miró el océano que se extendía ante ellos. Barcos de vela surcaban la superficie del agua y cuerpos bronceados tendidos en toallas cubrían la arena.


–La verdad –murmuró, más para sí mismo que para ella– está muy sobrevalorada.


Ella rio un momento.


–Un ladrón tiene que pensar así.


Él la miró. Esperó a que ella le devolviera la mirada.


–Exladrón –susurró.


Ella sonrió.


–Cierto. Se me olvida–se volvió y apoyó la cadera en la barandilla–. Pues ahí va otra verdad. Ahora que tu familia sabe lo nuestro, no tenemos que compartir esta suite. Podemos tener habitaciones separadas.


–Oh, ¿no te lo he dicho? –él tendió la mano y empujó el borde del albornoz por los hombros hasta que la parte superior de los pechos le quedó al descubierto. Ella no se movió. Pedro le pasó las yemas de los dedos por la piel y notó que se estremecía–. El hotel está a rebosar. No hay habitaciones libres.


Ella respiró hondo y contuvo el aliento.


–Me parece que estamos atrapados juntos –siguió él.


–Por el momento.


–El momento es lo único que importa –él se inclinó y la besó.


Su intención era darle un beso breve y rápido. Pero en cuanto sus labios se apoderaron de los de ella, se convirtió en algo más. Se sintió inundado de luz y calor y la agarró y la estrechó contra sí hasta que ella aplastó sus pechos en su torso y él habría jurado que sentía el corazón de ella latiendo al unísono con el suyo.


Ella le echó los brazos al cuello y se aferró a él, devolviéndole el beso y jugando con su lengua. Él saboreó su aliento y notó que el deseo de ella crecía con el suyo.


Pedro aceptó todo lo que ella estaba dispuesta a darle y pidió en silencio más. Su cuerpo ardía en deseo por el de ella. Su mente era una marea de pensamientos, colores y sensaciones y sabía que, si no se apartaba en ese momento, ya no podría hacerlo.


Con ese pensamiento dominando su mente, interrumpió el beso y apoyó la frente en la de ella hasta que pudo controlar la respiración.


–En este caso –susurró ella–, creo que se puede decir mucho en favor del momento






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