sábado, 4 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 11






Recortó una foto más y luego otra. Las pinchó en la pared y cogió el soplete con la mano enguantada. Habría dado cualquier cosa por ver la cara de ella cuando su casa ardió. 


La muy perra pensaba que se podría ir sin consecuencias y había que enseñarle que eso no era posible.


Miró el calendario y sonrió. El cuatro de julio estaba cerca ya, dos meses solo, y para esa fecha prepararía su paso decisivo.


Encendió el monitor de su ordenador y miró cómo andaba la transferencia de crédito. Aquella vieja estaba cumpliendo con su promesa y las fotos de su affaire con aquel hombre mucho más joven que ella no saldrían en la prensa. ¿O sí? Se merecía la vergüenza pública, se merecía el final de su flamante negocio de ropa interior.


Se resignaría. Siempre podría volver a usarla para sacar dinero cuando se le acabara. Tenía demasiado miedo para poner una denuncia, le tenía un miedo voraz.


Cogió el teléfono y marcó un número que se sabía muy bien. 


Cuando la voz contestó se quedó en silencio, oyendo cómo ella preguntaba una y otra vez. Colgó. Volvió a marcar e hizo lo mismo pero se sorprendió cuando ella dijo:
—¿Pedro, eres tú?


Había algo en su voz, un deje de añoranza, un anhelo… La muy zorra se había acostado con él. Estaba claro.


Sintió unos celos que amenazaban con hacerle reventar. 


Colgó y volvió a llamar pero esta vez habló. Cuando acabó sintió satisfacción y euforia, incluso se excitó. Sonrió siniestramente y dijo:
—Es hora de salir a cazar.



* * * * *


Linda sintió preocupación cuando se encontró con Paula en la oficina. Estaba pálida, su piel tenía un tono macilento y debajo de los ojos se adivinaba una sombra azul que le daba el aspecto de una persona abatida y desesperada. El porte regio de su cuerpo y su gracia al andar había desaparecido. 


En su lugar, por el pasillo entraba una Paula cansada, triste y desgarbada.


Cuando llegó a la puerta de su despacho, Linda se acercó a ella y la abrazó.


—¿Por qué no viniste a mi casa, Pau? Cuando me enteré casi me da algo. Te llamé esta mañana pero no me lo cogiste. —Al oír eso se puso tensa. Alguien la había llamado varias veces y pensó que era Pedro pero pronto salió de su error. Había sido una llamada muy extraña, sin sentido casi, pero sabía que no era una equivocación. Se lo diría a Simon esa misma tarde.


Miró a Linda y le sonrió brevemente.


—Vi tu llamada, lo siento. Estaba en la ducha cuando llamaste.


—Pero, ¿dónde has dormido? —preguntó su amiga preocupada.


—En casa de Simon —mintió restándole importancia con un ademán al tiempo que entraba en su despacho y encendía el ordenador. Linda no quedó muy convencida pero lo dejó pasar. Cuando ya salía por la puerta, Pau le dio las gracias por el ofrecimiento y ella sonrió agradablemente.


—¿Desayuno a las once en Teo’s? —preguntó Linda.


—Uf, no puedo, tengo que estar en los tribunales en… —miró el reloj— media hora. Un día duro. —Bufó. Luego, como si acabara de darse cuenta de algo importante, fue
hacia la puerta y preguntó—: ¿Dónde está la señora Plaid? 
—interrogó mirando fijamente la mesa recogida de su secretaria.


—Creo que llamó para decir que no vendría hoy. Se encontraba indispuesta.


—¡Mierda! Hoy tenía una reunión por lo del caso de los chantajes y la señora Plaid debía venir conmigo. Es inconcebible que lo olvidara, ¡mierda! ¡Mierda! —dijo furiosa. 


Se apretó el puente de la nariz en señal de malestar. Al final del día le dolería la cabeza, seguro.


—¿Quieres que vaya yo? No me importa —se ofreció Linda.


—No, cielo, gracias. Hay que estar al día de muchos datos y no voy a fastidiarte a ti por culpa de la señora Plaid. Ya lo haré yo, gracias.



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