viernes, 20 de noviembre de 2015

CULPABLE: CAPITULO 13



Pedro se quitó la corbata y la tiró al suelo de mármol de la entrada de su casa. Había salido y había estado fuera toda la noche. Había encontrado a una bella mujer y la había invitado a una copa. Sin embargo, cuando había llegado el momento de llevarla a la cama, él había cambiado de opinión. Ni siquiera la había besado, ni había intentado seducirla. La había invitado a una copa y había hablado con ella hasta darse cuenta de que su cuerpo no estaba interesado en ella.


Le costaba comprenderlo. Era una mujer bella y no tenía motivos para no acostarse con ella. Sin embargo, no sentía deseo. Después, había pasado la noche bebiendo, tratando de llegar a un punto en el que no fuera tan consciente de la mujer a la que quería seducir, no obstante, cuando más tarde se acercó a una rubia, la imagen de Paula, con su cabello oscuro y rizado y su piel suave, apareció en su cabeza.


Regresó a casa cuando el sol se disponía a salir por el horizonte, aprovechando la brisa fresca de la mañana para tratar de serenarse. Fue caminando hasta la villa. Más tarde enviaría a alguien a recoger su coche.


Aunque sentía que tenía la cabeza más despejada, no estaba de mejor humor.


No comprendía por qué se había sentido indiferente ante esas mujeres.


Subió por las escaleras mientras se desabrochaba los botones de arriba de la camisa y se arremangaba las mangas.


De pronto, mientras se dirigía a su dormitorio por el pasillo, oyó un golpe y una especie de gemido que provenía de la habitación de Paula.


Se dirigió hacia allí y abrió la puerta, justo a tiempo de ver que ella se dirigía al baño a cuatro patas y se detenía frente al inodoro.


Pedro se acercó a ella y le retiró el cabello del rostro hasta que terminó de vomitar.


–Vete – dijo ella.


–No, no voy a irme. Estás enferma.


–No lo estoy – dijo ella, antes de vomitar otra vez.


–Sí lo estás – dijo él, sujetándole la cabeza– . ¿Has terminado? – preguntó al ver que ella se echaba hacia atrás.


Ella asintió y él la tomó en brazos. Tenía la piel muy fría, a pesar de que estaba sudando.


–Agua – dijo ella.


–Por supuesto, pero deja que primero te lleve a la cama.


–Que me llevaras a la cama es lo que ha provocado todo esto


–¿Es culpa del embarazo? – la dejó sobre la cama.


–Desde luego, no me he intoxicado con la comida.


–No tengo experiencia con mujeres embarazadas – dijo él, poniéndose a la defensiva– . Sé que el embarazo puede dar náuseas, pero no cómo pueden ser de intensas.


–Las mías son intensas.


–Ayer parecía que estabas bien.


–Solo me pasa por las mañanas.


–¿Tienes frío?


–No, tengo calor.


–Estás tiritando.


–De acuerdo, ahora tengo frío.


Pedro no tenía ni idea de cómo cuidar de otra persona. 


Nunca lo había hecho. Desde la muerte de su madre, nunca había tenido una relación emocional con nadie, había vivido con familias de acogida en las que nunca duraba más de dos meses, y los amantes solo le duraban un par de noches.


En su experiencia, lo único que era permanente eran las cosas que podía comprar. Así que invertía en cosas. En ladrillo y mármol. En coches y tierras. La gente forma parte de la vida de manera temporal.


Recordaba vagamente que, cuando estaba enfermo, su madre solía llevarle algo de beber. Con limón. O quizá no era un recuerdo real, quizá era algo que había creado su mente para reemplazar otros recuerdos en los que ella aparecía cansada y desconsolada.


En cualquier caso, pensó que a Paula podía gustarle una infusión.



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