viernes, 20 de noviembre de 2015

CULPABLE: CAPITULO 14





Paula vio que Pedro se volvía sin decir nada y salió de la habitación. En realidad no le había gustado que la viera vomitar, había sido una de las experiencias más humillantes de su vida.


Se tumbó en la cama y se tapó con la colcha. Se sentía agotada. Se había fijado en que Pedro llevaba la misma ropa que la noche anterior, y eso significaba que había estado fuera toda la noche. Era muy probable que se hubiera acostado con otra mujer.


Paula se estremeció al pensar en ello. Al menos, cuando él entró en el baño no había sido cruel con ella. Le había sujetado el cabello y la había llevado a la cama en brazos. 


Parecía que se preocupaba por que estuviera cómoda.


Era ridículo. Él no se preocupaba por nada. Y mucho menos por ella.


Momentos más tarde, Pedro apareció de nuevo. Llevaba una bandeja en la mano, estaba despeinado y tenía la camisa un poco desabrochada, de forma que se veía su piel bronceada y la fina capa de vello que cubría su torso. Como llevaba la camisa arremangada, con el peso de la bandeja se notaban los músculos de sus antebrazos. Y la fuerza de sus manos.


Tenía unas manos maravillosas.


A ella le gustaban mucho más sus manos que su boca. Con las manos solo le había proporcionado placer. Con la boca, también mucho sufrimiento.


–¿Qué estás haciendo? – preguntó ella, al ver que en la bandeja había una tetera, una taza y un plato pequeño con una tostada y un poco de mermelada.


–Esto es lo que se hace cuando alguien no se siente bien, ¿no? – dijo él, dejando la bandeja sobre la cama.


–Bueno, daño no puede hacerme – Paula se recostó sobre las almohadas.


Pedro agarró la tetera y le sirvió una taza.


–Ten cuidado. Quema.


Ella se llevó la taza a los labios y sopló un poco.


–¿Por qué estás siendo tan amable conmigo?


Él se aclaró la garganta.


–No estoy siendo amable. Estoy siendo práctico. A ninguno de los dos nos beneficia que te mueras.


Ella suspiró.


–No sé. Si muriera, no tendrías que enfrentarte a nada de esto. Ni a la paternidad.


Él se puso serio.


–Ya he tenido que lidiar con bastantes pérdidas, gracias. Me gustaría mantenerte con vida. Y al bebé también.


–Lo siento. Era lo peor del humor negro.


–Creo que crees que soy más monstruo de lo que soy en realidad – dijo él.


–Es probable, pero ¿puedes culparme por ello, teniendo en cuenta nuestro primer encuentro?


–¿Puedes culparme tú a mí?


–Supongo que no – Paula no sabía qué decir, porque no podía seguir justificando sus acciones. Ya no. Había pasado muchos años haciéndolo y cada vez le resultaba más difícil– . Lo siento – dijo ella.


–¿Por qué te disculpas?


–Porque te robamos el dinero. Estuvo mal. Uno puede disimular, puede llamarlo estafas. Fingir que está bien porque las víctimas tienen dinero y tú no, pero, al fin y al cabo, es robar. Y a pesar de que hubo una época en la que realmente no sabía lo que hacía, ahora lo sé. Eso sí, si conocieras a mi padre, sabrías lo fácil que es que te implique en sus planes. Hay un motivo por el que es capaz de convencer a la gente de que suelte su dinero. Es muy convincente. Tiene la capacidad de hacerte creer que todo va a salir bien, y que te mereces lo que estás robando. A pesar de todo, me equivoqué al implicarme en su plan. Y lo siento.


Sentía que debía decirle todo eso antes de que pudieran avanzar. O quizá estaba delirando. O se había conmovido por el hecho de que él hubiera tenido el detalle de llevarle una infusión. En cualquier caso, allí estaba, confesándose.


Y no solo ante él, sino ante sí misma.


De pronto, se sentía agotada. Sucia. Desolada.


–¿Crees que hay un punto en la vida en el que uno ya no tiene salvación?


–Nunca me lo he planteado – se sentó en el borde de la cama– , pero supongo que es porque nunca imaginé que pudiera tenerla.


–Debe de ser que yo tampoco.


–¿Es tan importante? ¿De todos modos, qué sentido tiene? ¿Quieres que te consideren buena persona?


–Nunca he pensado demasiado en si era buena o mala. Recuerdo que una vez le pregunté a mi padre por qué teníamos miedo de los chicos buenos. De la policía. Yo había aprendido viendo la tele que se suponía que la policía era buena. Así que le pregunté si era mala. Me dijo que no era tan sencillo. Que a veces la gente buena hace cosas malas, y que la gente mala hace cosas buenas. Dijo que no todo el mundo que lleva uniforme es bueno, pero yo solo quería saber si nosotros éramos buenos. Y a lo mejor aún quiero saberlo.


–¿Importa?


–¿No? No conozco a nadie que quiera ser malo. Y me gustaría educar a mi hijo para que sea bueno, así que yo debería serlo también.


–Supongo que uno solo puede ser bueno o malo en su propia vida, al menos, en mi experiencia. Hay mucha gente que me calificaría de malvado, aunque nunca he incumplido la ley. Sin embargo, he cumplido lo que me había propuesto cumplir. He creado para mí la vida que siempre he querido llevar. ¿Qué tiene que ver ser bueno con todo eso?


–No lo sé. Yo no estoy segura de saber quién soy en realidad. ¿Cómo voy a saber si soy buena o mala si ni siquiera sé la respuesta a una pregunta tan sencilla?


–¿Crees que, si contratamos a una niñera, nos ayudaría a solucionar ese tipo de preguntas?


–¿Quieres decir que crees que se molestaría en ayudar a un par de adultos estancados emocionalmente?


–Supongo que tú y yo no formamos la pareja más funcional del mundo.


–¿Somos pareja?


–Solo en el sentido de ser dos, y de que criaremos juntos a nuestro hijo. ¿Con qué capacidades? No estoy seguro.


Ella deseaba preguntarle por la noche anterior, y saber si se había acostado con otra mujer, pero le resultaba extraño y no era asunto suyo. Puesto que le había dejado claro que no volvería a acostarse con él.


No obstante, en aquellos momentos no estaba tan convencida de ello.


Posiblemente porque no estaba convencida de nada. Tan pronto como había dicho que no estaba segura de quién era, se había percatado de que era verdad. Sabía cómo fingir y cómo adoptar diferentes papeles en la vida. Incluso cuando decidió alejarse de su padre y de sus estafas, adoptó el papel de camarera. No había hecho amigas, nunca había conectado de verdad con alguien. La persona que había fingido ser durante los dos últimos años era superficial. No tenía una parte más profunda.


Durante un instante le preocupó que eso fuera todo. Que hubiera adoptado diversos papeles en su vida a nivel superficial y que nunca hubiera creado nada en profundidad. 


¿Qué clase de madre sería? ¿Qué significaría eso para el resto de su vida?


No le extrañaba que su madre la abandonara. Y que su padre se hubiera distanciado de ella tan fácilmente. Era una persona sin sustancia.


«No puede ser».


Al menos, no permitiría que siguiera siendo así.


Necesitaba sueños que perseguir. No había tenido ninguno desde la última estafa. Porque tenía miedo de caer en el mismo comportamiento que había aprendido en su infancia. 


No podía vivir así. Por el bien de su hijo tenía que ser algo más en la vida.


Por supuesto, no sabía qué le depararía el futuro, porque parecía que Pedro lo tenía atrapado en la palma de su mano. Durante unos instantes, cuando todavía estaba en Nueva York, se había imaginado feliz criando a su hijo sola. 


Y le había parecido suficientemente satisfactorio, pero, una vez más, sus fantasías habían resultado imposibles.


–No te preocupes por si eres buena o mala – dijo él, al fin– . Tienes que centrarte en conseguir que un día no vomites por las mañanas.


–Oh, Pedro. Eres capaz de darle esperanzas a una chica.


–Solo intento ayudar.


–Según tú, no estás siendo amable, ¿no? – preguntó ella, esbozando una sonrisa.


Él negó con la cabeza.


–No, estoy siendo práctico. Mi madre solía traerme infusiones.


Paula sintió una presión en el pecho al imaginarse a Pedro de pequeño. Sabía que había terminado solo y eso era doloroso.


–En cualquier caso, te lo agradezco de veras – se aclaró la garganta y agarró una tostada– . De todos modos, no hace falta que vengas a sujetarme el cabello cuando… Es asqueroso.


–No me parece nada asqueroso. Te encuentras mal por culpa de mi hijo. Me parece justo cuidar de ti.


–¿Es eso? ¿Vas a cuidar de mí?


–Confieso que no lo había pensado.


–De algún modo, me da la sensación de que esa es nuestra manera de relacionarnos. Sin pensar.


–Probablemente. Si alguno de los dos hubiera pensado con claridad en algún momento, las cosas podrían haber salido de una manera muy diferente.


–Sí, podríamos empezar a hacerlo pronto.


–En estos momentos, yo estoy pensando con bastante claridad.


Paula se untó un poco de mermelada en el pan y comió un bocado.


–Me alegra saberlo – dijo ella.


Se hizo un silencio y Paula lo miró a los ojos. Él la estaba mirando con dulzura. Al menos, eso es lo que habría pensado si fuera otro hombre. Con Pedro, no sería así.


–¿Qué? – preguntó ella.


–Estoy pensando.


–¿En qué?


–En que es probable que intente seducirte.


Ella se atragantó y dejó la tostada sobre el plato.


–Perdona. ¿Qué has dicho?


–Voy a seducirte – dijo él– . Y tendré éxito. Ambos lo sabemos.


Paula se miró las manos y vio que las tenía llenas de mermelada.


–Acabo de vomitar delante de ti y ahora estoy en la cama llena de mermelada. ¿Cómo puedes pensar en seducirme? ¿Y de veras crees que voy a permitir que me seduzcas?


–Sí – dijo él, y se volvió hacia la puerta.


–¿Dónde vas?


–He pensado que es mejor esperar a que te encuentres mejor para seducirte. ¿Necesitas algo más?


–No.


–Pareces confundida.


–¿Cómo hemos pasado de las tostadas a la seducción?


–Te deseo – dijo él– . Te he deseado desde el primer momento en que te vi. Y estoy acostumbrado a tener lo que deseo.


–Ya, pero soy una mujer, no un Ferrari. No puedes comprarme sin más. Yo también tengo algo que decir.


–Lo sé – dijo él–. Y quiero que digas que sí. Me gustaría, Paula. No significaría nada si tú no me desearas también. Y por eso planeo seducirte, no simplemente poseerte. Hablaremos más tarde – se puso en pie y salió de allí, dejándola sola con la promesa de seducirla, la infusión y la tostada.











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