sábado, 15 de agosto de 2015

EL ENGAÑO: CAPITULO 20




Pedro no veía nada a causa de las lágrimas. Se restregó los ojos con los puños y notó que la camilla frenaba. Había llegado el momento. Y sus labios se negaban a obedecer. Él se inclinó sobre Paula y apoyó la mejilla contra la de ella, sujetándola con fuerza.


—¡Quiero que entres! —gritó ella—. No quiero que te vayas. Me siento más segura contigo.


—Debo marcharme. Estaré aquí fuera, dispuesto a pegar a cualquiera que no haga bien su trabajo, ¿de acuerdo?


Pedro... si... si me ocurre algo... cuidarás de los niños, ¿verdad?


Él no podía soportarlo. Lo único que fue capaz de nacer fue asentir. De escasa ayuda le servía a Paula. Sin embargo, por fin comprendía lo que ella significaba para él; y lo que podría perder si no volvía a ser su marido en todos los sentidos de la palabra. Pasara lo que pasara, había echado a perder el amor de su vida. Y todo por culpa de Celina.


Las enfermeras tiraron de él amablemente, pero con firmeza. 


Pedro se puso en pie, con los ojos inundados de lágrimas, y logró sonreír.


—Hasta pronto, Pedro —respiró ella, tratando de hacerse la valiente—. Lo pasamos bien juntos, ¿verdad?


Él sufrió entonces un colapso nervioso. Se lo dijo todo a Paula con la expresión de los ojos, pero para entonces ella había entrado ya en el quirófano, sin dejar de mirarlo con fijeza. Pedro se quedó con una enfermera, que le dio golpecitos en la espalda. Nunca nada le había afectado tanto, de manera tan profunda. Si eso era amor, no estaba del todo convencido de que le gustara.


Durante la cesárea, él caminó nervioso de un lado a otro, tratando de no imaginar qué ocurría dentro del quirófano. 


Llamó a Diane y habló de nuevo con los padres de Paula. 


Aquello era una pesadilla.


Somnolienta aún, Paula abrió los ojos. Tenía la boca terriblemente seca.


—¡Paula!


—Hola —musitó Paula sonriendo y volviendo la cabeza hacia Pedro, inclinado sobre ella.


—¡Gracias a Dios!


—¿Mmm?


—¡Que estás bien!


—Sí... —parpadeó ella recordando, aferrándose de pronto a la mano de Pedro—. ¡Los niños! ¿Están...?


—Perfectos.


Ella esperó, pero Pedro simplemente se quedó mirándola. Entonces lo interrogó:
—Sí, pero, ¿que son, Pedro?, ¿niños, niñas...?


—Ah, son un niño y una niña —sonrió él saboreando las palabras.


—¡Vaya! —comentó Paula, encantada—. ¡Qué maravilla, uno de cada! Somos muy inteligentes. ¡Pero dame más detalles, Pedro! Me lo he perdido todo, ¿recuerdas?


—Nacieron a las nueve cuarenta y uno y las nueve cuarenta y dos de la noche. Primero la niña...


—Típico, será tan impaciente como su madre —dijo ella contenta—. ¿Cuánto pesan?


—Nuestro hijo pesa kilo y medio, y nuestra hija cien gramos más. No está mal, considerando las circunstancias —explicó él, orgulloso.


—Nuestra hija, nuestro hijo... —suspiró Paula—. ¿Están bien, Pedro?, ¿de verdad?


—No hay razón para que no sea así.


—¿Los has visto?


—Aún no, pero te aseguro que lo tienen todo perfectamente colocado —contestó él aclarándose la garganta—. Enseguida te llevarán a una habitación y me pondrán a mí una cama a tu lado. Van a controlarte todo el tiempo, Paula. Y a los niños. No puedo creer que todo haya salido bien. El personal de este hospital es maravilloso, ¿verdad?


—Mmm —asintió ella, quedándose dormida.










2 comentarios:

  1. Ayyyyyy, x favor, que hable de una vez x todas. Por qué a causa de Celina Pedro se comporta de esa forma?? Mi ansiedad me está matando x saber.

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  2. Que rápido pasó el embarazo!!! Y ahora? cómo se van a manejar! Que Pedro reaccione por favor!

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