sábado, 15 de agosto de 2015

EL ENGAÑO: CAPITULO 18





POR FIN, la mañana del cinco de noviembre dejó de llover. 


Paula salió a dar un paseo, pero enseguida se cansó y decidió guardar sus energías para la noche. Para su sorpresa, Pedro la llamó por teléfono antes de volver a casa; quería decirle que la esperaría en la puerta a las cinco y cuarto. Según parecía, seguía dispuesto a ir al desfile de Bonfire Night Parade.


En el trayecto a Lewes, la conversación fue escasa. Ninguno de los dos mencionó lo ocurrido la última vez que se vieron.


Paula apenas podía creerlo. Ella no hacía más que recordarlo. Pedro se había pasado horas besándola y tocándola. Ella jamás había imaginado que su cuerpo pudiera procurar tal intensidad de placer. Había algo dulce y, al mismo tiempo, dolorosamente venenoso en el modo en que se habían explorado... como si ninguno de los dos hubiera conocido realmente el cuerpo del otro.


Paula recordaba cada poro de la piel de Pedro, su mente rebosaba imágenes. Habría sido maravilloso si él la hubiera amado, en lugar de utilizarla simplemente. Había sido una estúpida. Pedro jamás habría permanecido con ella, de no haber temido el rechazo de otras mujeres. Pero esa no era base suficiente sobre la que asentar el matrimonio. De nuevo estaban juntos, pero no era más que una farsa. Ella lo detestaba, pero tendría que soportarlo por una noche. El divorcio estaba en marcha.


—Hemos llegado. Sal, yo vigilaré hasta que entres en la casa y luego iré a aparcar.


—Bien —comentó Paula.


—Date prisa, estoy entorpeciendo el tráfico.


—Estoy embarazada, tendrán que esperar —contestó ella de mal humor—. Pedro... serás amable con Kirsty y Tomas, ¿verdad?


—No te defraudaré.


Paula subió al apartamento y llamó al timbre. Tomas abrió, la saludó y la llevó hasta Kirsty. El salón era pequeño, pero estaba decorado con imaginación y gusto. Por todas partes había fotos de la pareja y sus familias. Kirsty le mostró orgullosa la casa y ambas charlaron animadamente un rato hasta que llegó Pedro.


—Es una casa muy acogedora —comentó él en voz baja, tras invitarlo Kirsty a sentarse.


—Quieres decir que es un cuchitril —lo corrigió Kirsty con una mueca.


—No, quiero decir que es acogedora. Un lugar al que apetece volver.


—¡Adulador! —sonrió Kirsty.


—¿A qué se dedica Tomas?


—Es lechero. Es un encanto. Se levanta de noche, cuando yo estoy aún dormida. Trabaja todo el día y vuelve a casa a media tarde —explicó Kirsty con ternura.


Paula tragó. Ella necesitaba justo aquel tipo de amor. Por alguna razón, estar allí no servía sino para hacer más amarga su situación.


—Te hemos traído un regalo. Para el bebé —dijo Pedro sacando un bonito paquete del bolsillo. Paula abrió inmensamente los ojos, llena de gratitud. No sabía nada de aquel regalo—. Es solo un detalle, para darte las gracias por ofrecernos un palco privilegiado desde el que ver el desfile.


—¡Gracias! No lo esperaba... —contestó Kirsty desenvolviendo el regalo—. ¡Es precioso! —exclamó besándolos a ambos—. ¡De Tot's!


—Espero que no tengas ninguno igual —se aventuró a añadir Pedro.


—¿Estás de guasa?, ¿yo?, ¿comprar en Tot's? Júnior llevará ropa hecha en casa o de segunda mano. Al fin y al cabo, ni siquiera va a enterarse. Mi hermana y yo hemos decidido ponernos de acuerdo para tener los niños; así nos pasaremos el equipo la una a la otra.


—Tu hijo—tiene suerte de teneros a ti y a Tomas como padres —rió Pedro.


—¡Vaya, además de guapo es encantador! —exclamó Kirsty a media voz—. Consideraré seriamente la posibilidad de que seas el padre de mi próximo hijo —bromeó con coquetería.


Todos se echaron a reír rompiendo por fin el hielo, pero la risa de Paula fue forzada. La sola idea de que Pedro pudiera ser padre de otro niño, con otra mujer, le resultaba dolorosa. 


Fuera él consciente o no, cualquier fulana se lo arrebataría antes de lo que pensaba.


Pedro preguntó con cortesía a Kirsty por toda su familia, y ella le explicó el árbol genealógico mientras comían sandwiches y observaban a la multitud en la calle. Cuando comenzó el desfile, Paula se entusiasmó. Kirsty le señaló a Tomas, pero el brillo de las antorchas era tal, que era difícil identificarlo. Pedro se había marchado, no se lo veía por ninguna parte. Se había quedado con ellas un rato y después había salido para perderse entre la multitud.


Paula se arrellanó incómoda en el asiento. Le dolía mucho la espalda, pero el dolor comenzaba a trasladársele por los costados hacia delante. Estaba preocupada. Hacia las diez de la noche, el dolor se hizo más intenso y frecuente. 


Cuando volvió Pedro y pudieron despedirse para marcharse a casa, Paula suspiró aliviada.


—Sujétame del brazo —pidió ella mientras se dirigían hacia el coche.


—Estás pálida. No te encuentras bien, ¿verdad? Algo va mal.


—Sí, eso creo. Me duele mucho —contestó Paula con calma.


—¿Cómo es el dolor?


—No sé, pero creo que debería ir al médico —respondió ella, asustada.


—Yo te llevaré, será más rápido que llamar a una ambulancia —repuso Pedro tomándola del brazo y ayudándola a subir al coche, para dar la vuelta y ponerse al
volante. Luego la agarró de la mano unos instantes—. No te asustes, yo cuidaré de ti. Llama al hospital y avisa que vamos para allá. He programado el teléfono por si surgía alguna urgencia. El número del hospital está en el menú. ¿Sabes acceder a él?


—Sí.


Sorprendida y reconfortada, Paula llamó por teléfono mientras él salía de Lewes por calles secundarias en dirección a Brighton.


—Bien, ahora dime cómo es ese dolor —continuó Pedro una vez que ella hubo colgado—. Dime cómo te sientes, y no te hagas la valiente. La verdad.


—Al principio creí que era solo dolor de espalda, una molestia, más que un dolor. No era nada terrible, pero no paraba. Luego empezó a ir y venir; cada vez era peor, hasta que comenzó a trasladarse hacia el vientre. Viene y se va, cada vez con más fuerza. Estoy asustada, Pedro. ¡No quiero perder a los bebés!


—No los perderás —aseguró él apretándole la mano—. Será una falsa alarma, una indigestión —dijo con una sonrisa falsa, tratando de tranquilizarla—. Quizá por los sandwiches de atún.


—Sí, eso será.


Pero Paula sabía que se trataba de algo más serio. Y estaba más asustada de lo que lo había estado nunca en la vida.


—Si es una infección urinaria como dicen, pronto la tendrán controlada —comentó Pedro una hora más tarde—. Sabes que los niños están bien, los hemos visto en la ecografía.


—¡Sí, pero la infección puede provocarme un parto prematuro!





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