domingo, 16 de agosto de 2015
EL ENGAÑO: CAPITULO 21
Pedro se quedó con Paula, aunque ella estuvo durmiendo casi todo el tiempo. Pero a él no le importó. Así podía contemplarla, comérsela con los ojos sin que ella se diera cuenta, y sin dejar de pensar en la suerte que tenían. Por fin, lo llevaron a ver a los gemelos. Maggie, la enfermera que tenían asignada, se presentó y lo llevó a las incubadoras.
Atónito, contempló las diminutas criaturas emocionado e incrédulo. Ser padre era algo increíble, pero los bebés eran muy pequeños, y daba lástima verlos con todos aquellos tubos y cables. Pedro aún no se había hecho a la idea, pero sí les había entregado ya el corazón.
—¿De verdad pueden sobrevivir? —preguntó él en voz baja, alarmado.
—Aún es pronto, pero no hay razón para que no sea así. Sus pulmones no se han desarrollado por completo, Pedro, por eso necesitan respiración asistida. Les hemos dado cafeína para estimularlos y morfina para soportar el shock del nacimiento —explicó Maggie—. Tu hija lo está haciendo muy bien. Es posible que pronto le quitemos el oxígeno.
—¿Y... mi hijo?
—No es tan fuerte. Pero ya se sabe, así son los chicos —contestó Maggie riendo—. Quédate y ve conociéndolos, Pedro. Háblales. Canta, si quieres.
Él se sentó junto a la niña y trató de controlar la emoción, mientras examinaba su diminuto cuerpo. Tenía pestañas y estaba arrugada de la cabeza a los pies, pero a ojos de Pedro era preciosa. Un milagro.
—Hola, chiquitina —la saludó comenzando a susurrarle cosas bonitas.
Deseaba cuidarlos más que nada en el mundo. Anhelaba volver a casa y pasar con ellos todo el tiempo posible. Pero eso significaba una cosa: tendría que volver a ver a Celina.
Iría a verla en cuanto todo hubiera pasado y los bebés estuvieran en casa.
Pedro permaneció con los bebés un rato, pero enseguida corrió a la habitación de Paula, que seguía durmiendo.
Acercó su cama a la de ella y se tumbó, abrazándola. Ella se desperezó y sonrió, acurrucándose aún más cerca.
Entonces, Pedro comenzó a pensar en Celina. En lo que haría, en lo que le diría... apenas podía esperar. Recordó la escena, con ella desnuda, y gruñó de mal humor. Pero superaría toda esa frustración, era cuestión de tiempo.
Contaría los días, los minutos, los segundos...
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