jueves, 16 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 29



Aquella noche,Paula se detuvo un momento en el exterior de la cafetería. Incluso para su mirada crítica, la decoración parecía un éxito.


Las mesas redondas de metal habían cobrado elegancia al cubrirlas con manteles rojos y centros de flores de pascua. 


La velas distribuidas entre las flores le daban a la sala un resplandor íntimo. Un colorido árbol de Navidad dominaba un rincón, el otro estaba ocupado por la barra improvisada. 


Las mesas con refrescos se alineaban cerca, y el delicioso aroma a pavo y jamón impregnaba la atmósfera. El aire vibraba con el zumbido de conversaciones y suave música rock.


Casi todos reían y charlaban en pequeños grupos. Los recién casados, Jack y Sharon Davies, ya habían empezado a bailar en el espacio dedicado para ello. Ken Lawson se hallaba detrás de la barra, y Matthew y Jennifer Holder se ocupaban de la mesa de los refrescos. Todos daban la impresión de estar pasándoselo en grande, como si se sintieran felices de encontrarse allí.


Excepto ella.


Miró otra vez alrededor, pero no vio a Pedro. No había querido asistir a la fiesta anual que daba Kane Haley, S.A., pero no había sido capaz de negarse. No cuando Julia necesitaba su ayuda.


Abandonar la habitación de Pedro había sido lo más duro que había tenido que hacer en la vida. De vuelta a su propio cuarto, había sabido que no podía quedarse en el hotel con él tan cerca, de modo que había metido en la maleta toda la ropa que antes había guardado con tanto cuidado y llamado un taxi para realizar toda la vuelta hasta casa. El precio había merecido la pena. Cada kilómetro que establecía entre Pedro y ella era un kilómetro más que ponía entre ella y la tentación de correr a los brazos de él.


No había llorado durante el largo viaje. Pero al ver a Jay y contarle lo sucedido, el pesar por lo que pudo ser creció en su interior y se desbordó en lágrimas. Jay la había consolado con abrazos y helado. Había escuchado con paciencia, discutido cada detalle, hasta que Paula llegó a la conclusión de que no habría podido hacer nada más. No después de descubrir que Pedro no la amaba.


«Sí, hice lo correcto al irme», pensó mientras arreglaba una bandeja de zanahorias. Era una pena que fuera tan doloroso.


Pero, doloroso o no, necesitaba continuar con su vida. Dejar todo atrás.


—¿Y si Pedro aparece por la fiesta? —le había preguntado Jay con preocupación mientras la peinaba—. ¿Qué harás entonces?


—Tendré que verlo. No puedo estar escondiéndome siempre de él —había respondido—. Huir fue la única solución que se me ocurrió en su momento, pero no quiero que se convierta en un estilo de vida.


Su amor por Pedro, «mi anterior amor por Pedro», se recordó con severidad mientras distribuía más albóndigas de carne, no era nada más que un estado mental que se alteraría con el tiempo, la fuerza de voluntad y un montón de afirmaciones. No una enfermedad.


Aunque al terminar la tarea, y algo enferma por la tensión, volvió a mirar en torno a la sala. Estaba a punto de ir a reunirse con Julia, a quien había visto sola junto al árbol de Navidad con las manos apoyadas sobre el pequeño montículo que era su estómago, cuando divisó a Pedro.


Fue como si un puño se cerrara sobre su corazón y como si el estómago se le encogiera. Unos escalofríos recorrieron su espalda. Pedro tenía una copa en la mano y la otra metida en el bolsillo de la chaqueta oscura. Se encontraba al lado de Kane y Maggie. Esta dijo algo, y cuando él ladeó la cabeza para escuchar, esbozó su típica sonrisa.


A Paula se le resecó la boca. Se volvió y casi se lanzó sobre la barra improvisada que había en una esquina. Necesitaba una copa.


Pero antes de poder llegar allí, Brandon llegó hasta su lado.


—Eh,Paula, pensé que nunca llegarías —la contempló de arriba abajo con su mirada brillante y feliz—. Vaya, estás magnífica.


—¿Sí? —miró por encima del hombro para ver qué hacía Pedro en ese momento.


—Sí —la voz joven de Brandon irradiaba admiración—. Te sienta muy bien el rojo.


Al volverse hacia él, comprendió que le estaba haciendo un cumplido.


—Gracias, Brandon —se pasó una mano por la falda—. Tú también estás bien.


Llevaba una chaqueta informal para la ocasión y una corbata de fantasía. Al oír el halago se puso rojo.


—¿Quieres bailar? —soltó.


¿Salir a la pista? ¿Donde Pedro podía verla? No, no quería bailar. Pero en ese momento se encontró con los ojos esperanzados de Brandon y supo que esconderse ya no era una opción. Irguió los hombros y sonrió.


—Sería agradable, Brandon.


Clavó la vista en el rincón más apartado de Pedro, pero Brandon la condujo al centro de la pista. Estaba sonando una canción movida, con un ritmo latino. Paula intentó bailar con discreción, manteniendo muchos cuerpos entre el último sitio donde había visto a Pedro y ella. Cuando al fin se detuvo la música, respiró aliviada.


—Gracias, Brandon —musitó jadeante—. Ha sido divertido. De verdad...


Un toque ligero sobre el hombro la hizo olvidar lo que iba a decir. Contuvo el aire y giró.


Detrás de ella se hallaba Artie. Le sonrió, y su cara se arrugó como la de un sabueso tierno.


—¿Le gustaría bailar, señorita Paula?


En ese momento sonó una pieza lenta. Paula siguió los pasos cortados y artríticos de Artie con una mano apoyada en el hombro inclinado y la otra en la palma de la mano de él.


Cuando la música terminó, Paula se volvió al sentir otro contacto en el brazo. En esa ocasión era Frank Stephens.


Y así transcurrió la velada. Un hombre tras otro, un baile tras otro. Circundó la pista con James Griffin, Ralph Ries y luego otra vez con Brandon. Hasta Kane Haley pidió una pieza. 


Paula jamás había sido tan popular y tan buscada.


Pero ella no dejaba de pensar en Pedro, de estar atenta a verlo. La aprensión por un posible enfrentamiento la ponía tensa, pero él no se le acercó. Al parecer había decidido dejarla en paz. Paula comprendía que era lo más sensato, pero no pudo evitar que la dominara una oleada de tristeza.


—Es una gran fiesta —comentó Ken Lawson, su pareja de baile en ese momento—. Pero has descuidado una cosa... —movió la cabeza con pesar.


—¿Qué?


—El muérdago. Brandon se quejó de ello y he de reconocer que el chico tiene razón.


—Por lo que he oído junto al dispensador de agua, no te escudas en el muérdago para besar a una mujer, Ken —sonrió levemente.


—¡Eh! —trató de parecer ofendido, pero sin mucho éxito—. Deja que te diga que esos rumores desagradables son mentira... todos. Soy un tipo anticuado. Conozco el valor de una gran tradición navideña.


Él alzó la vista un segundo y Paula comprendió que la estaba guiando hacia el muérdago que había colgado en un rincón de la sala. Ken ya había sorprendido a varias mujeres bajo el ramillete, y al parecer ella iba a ser su siguiente víctima.


Pero antes de que pudiera conseguirlo, los interrumpieron.


—Es mi turno —anunció una voz profunda detrás de ella.


Paula sintió un nudo en la garganta. Alzó la vista hacia Pedro.


Él la miró unos segundos, luego miró a Ken, quien daba la impresión de querer protestar. Pero tras un breve vistazo a Pedro, cedió con un suspiro.


—Muy bien. Nos vemos luego, Paula.


—Yo no contaría con ello —murmuró Pedro mientras Ken se alejaba—. Hola —susurró al concentrarse en ella.


—Hola —repuso al rato.


—Me alegro de que vinieras.


—Y yo también —era evidente que podía charlar con él sin desmoronarse. Nada muy ingenioso, pero...


La música volvió a sonar.


—¿Quieres bailar?


—Yo, verás... —sintió alarma. Pretendía decir que no, pero antes de que pudiera articular una negativa cortés, Pedro le había pasado la mano por la cintura y se movían por la pista. 


Sabía que temblaba, pero Pedro no parecía notarlo.


—Estás preciosa esta noche vestida de rojo —no había nada ligero en el tono de voz de Pedro.


Y de repente Paula comprendió que no tendría que haber vuelto, no debería haber corrido el riesgo de verlo tan pronto. Jay había tenido razón; no estaba preparada. Amar a Pedro no era un estado mental del que pudiera obligarse a salir, sino el estado en el que se hallaba su corazón. Y necesitaba tiempo para sanar.


No podía soportarlo. Intentó soltarse, pero esa vez Pedro no la dejó escapar. Se detuvo.


—Paula —susurró—. Alza la vista.


Sin pensarlo, obedeció. Vio el muérdago y luego los ojos de él. Cerró los propios para escapar a su mirada oscura al tiempo que la boca de Pedro se cerraba sobre la suya.


Volver a besarlo era el cielo... y el infierno. Sus labios eran tan persuasivos. Posesivos. No fue un beso largo, pero la marcó profundamente. Y en cuanto él levantó la cabeza, se separó de sus brazos.


Pedro seguía sosteniéndole la mano. Respiró hondo y alzó la barbilla.


—Necesito volver al trabajo. Comprobar que no falta nada.


Pero él no dio la impresión de oírla. Sin soltarla, la condujo por entre los bailarines y más allá de la puerta del salón.


Pedro... aguarda. Espera un minuto.


Durante un momento los envolvió la oscuridad. Luego él la soltó y activó un interruptor en la pared. La luz del techo se encendió.


Paula parpadeó y miró alrededor confusa.


—¿Dónde estamos?


Ni se molestó en apartar la vista de ella.


—Creo que en la despensa.


Sobre estanterías metálicas había apiladas enormes latas de verduras. También había diversas ollas y sartenes.


—¿Y qué hacemos en la despensa? —preguntó sin mirarlo a los ojos.


—Necesitamos hablar.


—Ya lo hemos hecho, Pedro.


—Tú sí... —movió la cabeza—. Pero yo no.


Las mejillas de ella se encendieron, luego volvió a palidecer.


—Sí —musitó—. Lo sé.


—Paula... por favor —dio un paso hacia ella, pero se detuvo al verla retroceder. Bajó las manos. Sus ojos mostraron una expresión seria al añadir—: Siento lo de la otra noche. Jamás debí llevarte a ese hotel.


Algo en la voz de él provocó un nudo en la garganta de Paula. No supo qué decir. Pedro la miró a los ojos.


—Quiero que empecemos de nuevo. Un nuevo comienzo.


Pedro... —se le quebró la voz. Juntó las manos. ¿Por qué se lo ponía tan difícil—. He de irme. No quiero jugar más a este juego.


—No es un juego —tensó los hombros—. Nunca lo ha sido contigo —la incredulidad de Paula debió aparecer reflejada en su expresión, porque él apretó la mandíbula—. Hablo en serio. Sé que mi historial de relaciones no es bueno. Pero tú me dijiste que habías cambiado por fuera, pero no por dentro. Bueno, desde que te conozco, yo he cambiado por dentro. Quiero algo más en la vida que unas relaciones breves y sin sentido. Quiero alguien con quien desarrollar una vida.


Se acercó y antes de que Paula se diera cuenta de lo que hacía, le tomó los dedos entre los suyos y los apretó.


—Esta última semana he aprendido lo terrible que es tu ausencia. Cuánto te echo de menos —el dolor se reflejó en sus ojos, y la voz se tornó más suave y urgente—. Por favor, cariño, vuelve conmigo. Sin ti no tengo con quien hablar... nadie con quien jugar. No hay nadie a quien provocar y cuidar —alzó la mano de ella para apoyarla sobre su mejilla. Cerró los ojos y susurró—: Oh, Paula. Sin ti no tengo a quien amar.


Amar. La palabra flotó en el aire, la atravesó y se extendió por ella con todo su significado de júbilo. Tenía los ojos húmedos y la sonrisa brillante al acariciarle la mejilla.


—Oh, Pedro. Te amo tanto.


Durante un momento la observó sin moverse. Luego la tomó en brazos para darle un beso apasionado y profundo.


—Oh, Paula. Cariño... —volvió a besarla y luego murmuró sobre sus labios—: Quiero estar contigo, todos los días y todas las noches.


—¿Te refieres a que vivamos juntos? —preguntó mientras con un dedo seguía la línea de su mandíbula.


—Por supuesto que quiero que vivamos juntos... justo después de casarnos —la abrazó con gesto posesivo—. Quiero que me pertenezcas por completo... y quiero que todos lo sepan.


Metió la mano en el bolsillo y Paula abrió mucho los ojos cuando lo vio sacar un pequeño estuche de terciopelo. 


Levantó la tapa y del interior extrajo el solitario.


—Oh, Pedro... —se le ahogó la voz. Las lágrimas iluminaron sus ojos cuando él se lo puso.


Lo admiró antes de que él volviera a tomarla en brazos.


—Es precioso. Es magnífico...


—Dice que eres mía —y le selló los labios con un beso.






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