sábado, 11 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 19




Pedro sabía que la paciencia era una virtud. Pero nunca había sido demasiado virtuoso, en particular cuando deseaba algo.


Y tenía claro que deseaba a Paula.


Pero durante varios días después del anuncio de que no iban a volver a besarse, mantuvo una relación estrictamente laboral con ella. Trabajaban juntos, discutían de contratos, fusiones y reuniones, y se comportaba como si nunca hubiera pasado nada. Dejó que Paula mantuviera una cuidadosa distancia entre ellos como si no lo afectara.


Pero lo molestaba.


El roce más inocente de sus dedos, el crujido de la seda cuando ella cruzaba las piernas, la fragancia sutil de su nuevo perfume... todo lo estaba volviendo loco.


Y ahí estaba cuatro noches después, de pie ante la puerta de ella, con intenciones que eran todo menos profesionales.


Llamó, se frotó las manos para protegerlas del frío y volvió a llamar. Unos segundos más tarde, Paula abrió.


En esa ocasión no llevaba un chándal viejo, sino una blusa azul de seda y pantalones negros que le daban a sus piernas una extensión y esbeltez imposibles. Y tampoco lucía una sonrisa de bienvenida.


—Dame la oportunidad de explicarme —intervino antes de que ella pudiera hablar—. No he venido a provocarte... y no quiero pelearme. Daba un paseo con mi árbol y al ver que estábamos delante de tu casa, pensé que no te importaría ofrecerme un vaso de agua.


Después de comer, él le había mencionado que al acabar la jornada iría a comprar un árbol y a llevárselo, pero Paula lo había rechazado con educación, diciéndole que ya había quedado con unos amigos.


Pedro no le había creído. Pero durante largo rato ella permaneció de pie en el umbral, estudiando su cara.


Luego desvió la vista al árbol que tenía al lado y él supo que había ganado. Abrió más la puerta en silenciosa invitación.


Era un árbol de apenas un metro cincuenta de altura, pero también tenía lo mismo de anchura. Las ramas se extendían con tenacidad mientras Pedro trataba de plegarlas un poco para hacerlo pasar por la puerta; cuando doblaba una, la otra se abría. El aroma a pino, el frío invernal y los juramentos apagados no tardaron en llenar el aire.


Cuando al fin logró hacer pasar el árbol, ella cerró con rapidez. Mientras Paula lo sostenía para que no se cayera, Pedro se quitaba el abrigo y la chaqueta y se remangaba la camisa. Entonces alzó el pino y lo sacudió para quitarle la nieve. Unas pocas agujas cayeron sobre el suelo de madera.


—¿Por qué no vas a buscar la base para sujetarlo? —indicó él—. Bastará con ponerlo en un poco de agua.


Ella fue a hurgar entre algunas cosas que tenía en un rincón. 


Pedro notó con aprobación que aún guardaba la misma base que él le había regalado hacía dos años. Miró alrededor y vio que ya había comenzado a colocar adornos. En la repisa había unas velas blancas y rojas, junto a la chimenea un reno de madera. El olor a canela se mezclaba con... olió; se preguntó si serían galletas de chocolate.


La mantuvo ocupada ayudándolo a mantener el árbol erguido mientras él echaba algo de agua en la base. No quería darle tiempo para que recordara que en ese momento él no era su persona favorita.


—Ahora que hemos solucionado el problema del árbol, ¿qué te parece si nos ocupamos de que yo no me deshidrate? —la miró esperanzado después de haber dejado el árbol colocado.


—¿Quieres algo caliente o frío?


—Algo caliente estaría bien.





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