sábado, 11 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 18



VOLVÍA a hacerlo.


Paula no necesitaba alzar la vista del análisis de costes que estudiaba para saber que los ojos de Pedro se hallaban sobre ella desde el otro lado del escritorio. Podía sentir que la recorría con la vista como una caricia que se demoraba, dejando una estela de calidez a su paso.


Luchó por mantener la expresión en blanco. Resistió el impulso de moverse en la silla o de tirar del bajo del vestido de lana de color verde esmeralda para cubrirse las rodillas.


Dominó la necesidad de llevarse la mano a los botones diminutos del pecho para cerciorarse de que seguían abrochados.


Mantuvo la vista clavada en la fila de números que marchaba por la página. Hasta que al final la atención de él regresó al contrato que tenía en la mano.


Paula suspiró aliviada para sus adentros. Siguió leyendo el informe que tenía sobre el regazo, pero la mente giraba en torno a Pedro y su nuevo juego.


Desde que la besó dos días antes, las cosas habían cambiado entre ellos. Ella le había dicho que no quería ser una de sus mujeres, y parecía que él lo había aceptado con elegancia. En la superficie, daba la impresión de acatar la decisión de ella de continuar su relación platónica.


El único problema radicaba en que las palabras «aceptar» y «acatar» no figuraban en el vocabulario de Pedro. En cuanto a la elegancia... ¡ja! No era típico de él no mencionar el beso... para provocarla un poco. Pero no había sacado el tema ni una sola vez.


Al principio había pensado que era una buena cosa. Lo había agradecido. Pero luego se había dado cuenta de que estaba concentrado en una campaña más soterrada. Los últimos días, siempre que estaban cerca, la tensión vibraba en el aire. Se sentía como aquella pobre cabra en la película de dinosaurios, atada a una estaca en un claro de la selva, con el convencimiento de que había peligro más allá de los árboles, pero incapaz de hacer algo, salvo esperar que apareciera el depredador.


Tenía que reconocer que una pequeña y secreta parte de ella se sentía halagada por ese súbito interés, pero otra más grande e inteligente estaba consternada y alarmada. Ya había sido bastante duro luchar contra su debilidad por Pedro cuando él no prestaba atención. Pero era el triple de duro hacerlo cuando él no dejaba de lanzarle miradas devoradoras.


Tenía que parar. Seguía sin ser el tipo de hombre que se enamoraba. Aún no creía en el matrimonio ni en la felicidad dentro de él. En todos los sentidos, seguía siendo el hombre equivocado con el que relacionarse.


Y como no hacerle caso no parecía que sirvera para que Pedro recibiera el mensaje de su falta de interés, iba a tener que decírselo sin rodeos.


La antigua Paula se encogería ante el pensamiento de tratar de hablar de un tema tan delicado. La nueva Paula irguió los hombros con determinación.


—¿Pedro?


—¿Hmmm?—no alzó la cabeza.


—Con respecto a ese beso... —no se movió. Luego, lentamente, levantó la cabeza hasta que clavó los ojos en los de ella. La observó con expresión inescrutable—. Ya sabes... el otro día —tartamudeó, nerviosa por el silencio poco característico de él, pero de inmediato se reprendió. Era como si se besaran constantemente. Respiró hondo y siguió con más firmeza—. Creo que deberíamos discutirlo.


Pedro enarcó las cejas y dejó el contrato sobre la mesa. 


Sonrió con expresión fascinada que le puso a Paula los pelos de punta.


—¿Quieres discutir nuestro beso?


Asintió con gesto decisivo.


—Sí... sí, quiero.


—De acuerdo. Estoy dispuesto a hacerlo —se puso de pie y salió de detrás del escritorio. Permaneció junto a la mesa unos segundos, con las manos metidas en los bolsillos. 
Luego se dedicó a rodear el sillón de ella. Paula se puso rígida y contuvo el impulso de protestar—. ¿Por dónde empezamos? —musitó, deteniéndose cerca para frotarse el mentón—. ¿Quizá por el delicioso sabor que tenías?


—¡No! —la invadió el rubor—. Me refería a...


—¿Hablamos del leve sonido que emitiste cuando te acaricié...


—¡No!


—... la espalda? —se enfrentó a la mirada asesina de Paula con una mirada inocente.


Ella se puso de pie para encararlo.


—Claro que no quiero hablar de... nada de eso. Solo quería decirte que así como fue... agradable... no significó nada.


—¿Agradable?


Paula asintió.


—Creo que deberíamos olvidarnos de todo.


—¿Has sacado el tema del beso para decirme que lo olvidemos?


—Sí —corroboró con firmeza—. Quería cerciorarme de que entendías que no puede repetirse.


—Comprendo —la estudió pensativo—. ¿No crees que estamos perdiendo una gran oportunidad para llegar a conocernos?


—Te conozco tanto como quiero hacerlo.


—¿En serio? —preguntó con tono escéptico—. ¿Me estás diciendo que no sentiste nada más que algo «agradable» cuando estuviste en mis brazos?


Quiso decir que sí. Sabía que no se atrevía. Pedro la descubriría.


—Tal vez. Un poco más —temporizó—. Pero solo porque me sorprendiste.


Avanzó un paso hacia ella.


—Quizá deberíamos probar otra vez.


—¡Desde luego que no! —se apresuró a retroceder—. Como te acabo de decir, nunca, jamás, va a volver a suceder.


La observó largo rato mientras Paula luchaba por mantener la expresión firme, evitar que se le aflojaran las rodillas, hasta que al final él regresó a su sillón.


Paula soltó el aliento contenido y también se sentó. Él recogió el contrato y ella empezó a relajarse.


Hasta que habló sin mirarla:
—No estés tan segura de eso, Paula. Nunca puede ser un tiempo muy, muy largo.







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