sábado, 11 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 15




Pedro NO había tenido intención de besarla. Fue un acto impulsivo, avivado por la tensión de su desacuerdo, de verla morderse el labio rosado. Lo había excitado hasta que, tal como le había dicho, ya no pudo más.


Pero nada más cerrar los labios sobre su boca, supo que besar a Paula era una de las cosas más inteligentes que había hecho en la vida.


Los labios trémulos que tenía bajo los suyos eran increíblemente suaves. El sabor de Paula era increíblemente dulce. Con los brazos le rodeó la cintura fina para acercarla aún más y sentir el cuerpo esbelto contra el suyo.


Gimió, mientras por su mente no paraba de reverberar un pensamiento asombroso: «¡Es Paula!»


Era tan natural y, al mismo tiempo, tan extraño abrazarla. 


Conocía la sensación de tenerla cerca, pero jamás había sentido los pechos aplastados contra el torso. En ese momento se daba cuenta de lo pequeña que era la cintura en sus manos.


Alzó la cabeza para mirarla. Paula tenía los ojos cerrados. Los labios estaban húmedos y entreabiertos, invitando a más besos. Se movía contra él como en un sueño y el deseo ardió en Pedro aún con más fuerza.


Pasó una mano por su pelo sedoso para inmovilizarla mientras volvía a besarla. Le besó las comisuras de los labios, luego le mordisqueó el inferior con suavidad. Trazó la curva sutil con la lengua y ladeó la cabeza para besarla más profundamente y abrirle los labios.


Le exploró la boca con el deseo de descubrir todos sus tiernos secretos, de devorarla. Provocó su lengua tímida, instándola a jugar, y durante un segundo ella se resistió. 


Después, con un pequeño gemido, se derritió contra él. Alzó los brazos finos y le rodeó el cuello para aferrarse a él, al tiempo que con delicadeza le devolvía la caricia íntima. Pedro podía sentir esos cuatro botones pequeños pegados al torso, y también los botones de los pezones.


La reacción fue que el cuerpo de Pedro se endureció. 


Contuvo un gemido. Había besado a docenas de mujeres en la vida, pero a ninguna la había sentido tan idónea... tan perfecta en los brazos.







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