domingo, 12 de julio de 2015
UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 20
Paula sintió que se le aceleraba el pulso cuando la mirada de él se posó en su boca.
—Iré a preparar té —salió de la habitación a toda velocidad.
Mientras sacaba una taza del armario, se preguntó por qué lo había dejado entrar. ¿Por qué le costaba tanto decirle que no?
Llenó la taza con agua y la metió en el microondas. Tendría que haberle dicho: «Es un gesto precioso, Pedro, pero no, gracias». Sacó la taza. ¿Pensaba que iba a caer rendida a sus pies porque hubiera hecho algo tan dulce y...?
Sacó el bote con té. Pues no pensaba ceder. No era tonta.
Subió y bajó una bolsita en el agua; repitió el proceso varias veces y luego la tiró al cubo de la basura. Tomó la taza y una bandeja de galletas que había preparado antes... y se detuvo.
Pedro estaba tendido boca abajo en el suelo de su salón con la cabeza oculta bajo las ramas del pino. Sin poder evitarlo, le recorrió las piernas largas, el trasero compacto y masculino, los hombros anchos. Los músculos de la espalda y los bíceps se tensaban mientras ajustaba la base.
Se mordió el labio y apartó la vista.
—Será mejor que saque los adornos —indicó ella después de dejar la taza y la bandeja sobre la mesita de centro.
—Oh, sí. Eso me recuerda... —Pedro salió de debajo del árbol y se levantó, limpiándose las manos—. Dejé una cosa en el coche.
Dio unas zancadas y atravesó la puerta. Si Paula supiera lo que era bueno para ella, tendría que ir a atrancarla. Pero lo observó bajar los escalones a la carrera, sacar algo del maletero y volver a subir de dos en dos. Cerró la puerta a sus espaldas y le entregó dos paquetes.
—¿Qué son? —los miró sorprendida.
—Tus regalos de Navidad.
Lo contempló con expresión suspicaz.
—Nunca antes me habías hecho regalos.
—Bien, esta es la primera vez —abrió los ojos en fingida inocencia—. Son solo un par de cosas que elegí mientras estaba de compras.
—¿De compras? —repitió—. ¿Tú?
—Puede que no realice compras tan creativas como tú —indicó con ironía—, pero me esfuerzo. Vamos, Paula, no es nada importante. Ábrelos.
Tal como había esperado, la curiosidad pudo con el recelo de ella. Entró en el salón y él la siguió. Apoyó el hombro en el marco, cruzó los brazos y la observó.
Ella se sentó en el sillón y dejó el regalo más pequeño al lado. Apoyó el más grande en el regazo y con cuidado lo desenvolvió y dobló el papel antes de apartarlo. Abrió la caja de madera plana.
—¡Un juego de ajedrez! —miró las piezas alineadas en el estuche. La mitad era de cristal transparente, la otra mitad de cristal ahumado—. Es precioso, Pedro... —lo miró—... pero no sé jugar.
—Yo te enseñaré.
La nota ronca en la voz profunda, la promesa de sus ojos, hicieron que Paula bajara los suyos. Con un incomprensible murmullo de agradecimiento, dejó el estuche a un lado.
Aliviada por tener algo que la distrajera de la mirada intensa de Pedro, abrió el segundo regalo. En esa ocasión se encontró con una caja de cartón. La abrió... y se quedó boquiabierta.
—Oh, Pedro...
Protegido por papel de regalo, había un ángel para coronar el árbol. Con cuidado lo sacó de la caja.
La túnica del ángel era exquisita. Como un copo de encaje blanco, envolvía el cuerpo pequeño, cayendo de los brazos extendidos en júbilo.
El rostro de porcelana estaba enmarcado por cabello dorado.
Los ojos eran azules y las mejillas pintadas de una delicada tonalidad rosa. Los labios se curvaban en una sonrisa gentil que parecía extraordinariamente humana para algo tan pequeño
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario