viernes, 10 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 14




En la oficina exterior, Paula estaba detrás de su mesa cuando las mujeres desfilaron al irse. La última fue Nancy con el relicario en la mano. Al ver la dirección de los ojos de Paula, la rubia explicó con sencillez:
—Es un Moustier —y se marchó.


Paula se contuvo de unirse al éxodo. Permaneció a su mesa a la espera de que apareciera Pedro. La puerta de su despacho seguía cerrada. Se esforzó por captar algo, pero sin éxito. Cuanto más se prolongaba el silencio, más dudas tenía.


Tres días atrás le había parecido una gran idea. Una venganza adecuada para la intervención de Pedro en su vida privada. Pero ya no estaba tan segura. Al escuchar los gritos procedentes del despacho de él, había sentido como si lo hubiera arrojado a los lobos.


De hecho, aquella mañana había albergado serias dudas acerca de su plan, y habría cancelado el encuentro sorpresa con las mujeres si Pedro no se hubiera mostrado tan seco y cortante, despertando otra vez su ira.


«No has hecho nada malo», se recordó mientras se secaba las palmas húmedas en la falda. «Él quiso que fueras a comprar los regalos en su lugar. Has hecho exactamente lo que te pidió». Fue una circunstancia fortuita que la petición de Pedro y el deseo suyo de vengarse por meter las narices donde nadie lo llamaba coincidiera de manera tan conveniente.


«No obstante, quizá no sea mala idea que no me vea en un rato», pensó a medida que el silencio ominoso comenzaba a impregnarlo todo.


«Sí», concluyó al sacar el bolso del cajón del escritorio, en ese momento la ausencia era la mejor parte del valor... o como quiera que fuera ese dicho. En otras palabras, era el momento propicio para ir a tomar un café o visitar los aseos. 


O quizá debería tomarse el resto del día libre. Sí, haría eso.


Se marcharía a casa. Y rápidamente.


Fue de puntillas hasta el perchero para recoger el abrigo. Se lo pasó sobre el brazo y se dirigió hacia el pasillo. Había recorrido la mitad del trayecto cuando la puerta del despacho de Pedro se abrió súbitamente a su espalda.


—¿Vas a alguna parte? —preguntó con voz suave.


Paula se quedó inmóvil y luego giró muy despacio. Pedro se hallaba en el umbral de su despacho, con una mano en el picaporte de la puerta como si eso lo ayudara a contenerse. Tenía el pelo oscuro revuelto. Los ojos le brillaban con una amenaza tan ardiente que se vio obligada a bajar la vista para mirarle la corbata. La corbata de seda, oscura y con rayas discretas, estaba estrujada. Se preguntó si una de las mujeres habría tirado de ella.


Decidió no preguntárselo.


Él comenzó a avanzar despacio hacia ella, haciéndola retroceder a su mesa al mismo ritmo, aunque con expresión de indiferencia. En alguna parte había leído que no había que mostrar miedo al estar delante de un animal peligroso. 


Mantuvo el rostro inexpresivo.


No obstante, suspiró aliviada cuando tuvo el escritorio entre ellos. Se sentó.


—¿En qué pensabas? —exigió saber, de pie del otro lado.


—¿Pensar? —repitió ella, como si nunca hubiera oído la palabra.


La expresión de Pedro así lo indicaba.


—Sí, pensar —plantó las manos sobre la superficie de la mesa—. ¿Cuál era la idea de comprar unos collares caros como esos? Y encima Moustier... sea lo que sea eso —añadió disgustado.


—Dijiste que el dinero no representaba un problema —con prudencia se echó para atrás, lejos del alcance de él.


—No hablaba literalmente. ¿Y tenías que comprarle a las tres lo mismo?


—Solo intentaba seguir tus órdenes con la máxima eficacia posible —abrió mucho los ojos.


—Sí, ¿verdad? —la observó con ojos que de haber sido factible, la habrían fulminado—. ¿Y te dije que metieras mi foto en el relicario? ¿Y que me dibujaras un bigote?


—No —concedió— Eso se me ocurrió a mí. Sé que las mujeres son tus buenas amigas —lo miró con inocencia—. No quería que los regalos parecieran impersonales.


—Desde luego no lo ha parecido... no con esa maldita dedicatoria que les hiciste grabar. «Tuyo para siempre, Pepe».


Él soltó una palabra de cuatro letras.


Paula se puso rígida y se incorporó de un salto.


—A mí no me maldigas —le dijo—. ¡Todo esto es por tu culpa!


—¡Culpa mía! —a punto estuvo de que los ojos se le salieran de las órbitas.


—¡Sí! Tú lo empezaste... ¡al decirle a todos los hombres de la empresa que se mantuvieran alejados de mí!


—Yo... oh. Eso —puso expresión de desconcierto.


—Sí, eso —Paula lo imitó, más enfadada aún. Rodeó la mesa para encararlo—. ¿Cómo pudiste hacer algo así? —quiso saber.


El se mesó el pelo.


—Intentaba ayudarte...


—¿Ayudarme? ¿Cómo? ¿Espantando a cualquier hombre que quisiera llegar a conocerme? —fue a darse la vuelta, pero él la sujetó por los hombros, inmovilizándola.


—Vamos, Paula. No quieres salir con esos tipos.


—Eso lo decido yo. Si alguna vez se me presenta la oportunidad —añadió con amargura—. No puedo creer que hicieras algo tan mezquino.


Se preguntó qué le importaba a él que intentara ser feliz. Le tembló el labio inferior... y se lo mordió para mantenerse firme, para ocultar esa señal de debilidad. Debía permanecer fuerte, no permitir que la hiciera dudar de sí misma.


Trató de apartarse, pero Pedro no la soltó.


—No intentaba ser mezquino —insistió. La miró, hasta posar la vista en sus labios con peculiar intensidad—. Mi única finalidad era que nadie te hiciera daño. Quería mantenerte a salvo. Quería que todo volviera a la normalidad. Yo... —la voz sonó ronca—. Diablos, yo te deseo.


Y se apoderó de su boca.






2 comentarios:

  1. Espectaculares los 3 caps Carme. Qué divertido lo que le hizo Pau jajajaja.

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  2. Muy buenos capítulos! me imaginé la escena de las 3 locas en la oficina de Pedro! Muy divertida! y Pedro se lo dijo nomas!

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