sábado, 20 de junio de 2015

EN SU CAMA: CAPITULO 15




Pedro tenía una sala para el personal y tres despachos: uno para su gerente, otro para las eventuales a las que contrataba y el más alejado de todos para él. Dejó a Paula en el despacho para las eventuales e intentó ignorar esa voz en su interior que le reprendía por haber cedido y haberla aceptado allí.


Pau se sentó a la mesa frente al ordenador, y Pedro se inclinó sobre ella para ponérselo en marcha. Cuando estaba haciéndolo, su gerente asomó la cabeza por la puerta.


—Llegas tarde —le dijo él sin apartar la vista de la pantalla del ordenador mientras pensaba en lo bien que le olía el pelo a Paula y en las ganas que le entraban de enterrar la cara entre sus cabellos.


—Si he llegado tarde —le dijo Eva, dando sorbos de la taza de café que tenía en la mano—, es culpa tuya.


—Eso es —concedió Pedro—. Porque todo es culpa mía.


—Ha llamado Eduardo —Eva le echó una mirada indescifrable—. Me dijo que me asegurara de que no te ponías de malhumor con nadie —sonrió a Paula—. Hola. ¿Lo ha pagado ya contigo?


—No —contestó Pedro; maldita sea, iba a tener que presentarlas—. Paula, esta es Eva. Es la gerente de mi empresa…


—Ja.


Pedro suspiró.


—¿Cómo, es que ya no eres la gerente de mi empresa?


Eva se limitó a mirarlo.


—También piensa que me controla la vida —añadió, dirigiéndose a Paula.


—Bueno, si organizaras mejor tu vida, entonces no tendría que interferir —dijo Eva, bebiéndose tranquilamente el café.


—En cualquier caso —empezó a decirle a Paula—, da la casualidad de que sabe lo que hace y de que te va a enseñar todo lo que te haga falta saber.


—¿Y qué más? —le preguntó Eva en tono dulzón.


—¿Que el almuerzo es a las doce?


—¿Y… ?


Él la miró. No, no iba a hacerlo, no iba a contarle a Paula que…


—Lo que está intentando decirte —dijo Eva—, es que también soy su madre. Se olvida de decirlo.


Pedro cerró los ojos. Al momento los abrió.


Y se encontró a Paula estudiándolo con esa curiosidad desprovista de toda timidez.


—No sé por qué —le dijo a Eva—, pero no imaginé que tuviera madre.


—Lo sé —dijo su madre sonriendo con serenidad—. Es gruñón y bastante testarudo, ¿verdad? Tengo que reconocer que no heredó eso de mí.


—Lo que pasa es que soy un incomprendido —dijo Pedro, y Eva se echó a reír y le dio un abrazo.


Paula se quedó muda de asombro, pero no era, Pedro estuvo seguro, por lealtad a él. No después de cómo la había tratado él esa mañana. Él se había comportado así para olvidarse de lo que había ocurrido el viernes por la noche.


Sin embargo no pudo echarla, teniendo en cuenta que ella necesitaba trabajar por dinero. Le esperaban cuatro largos días.


Se estaba cansando de que su padre interfiriera tanto, creyendo que la vida no eran más que la juerga y la risa; a menudo a expensas de su hijo.


Paula continuaba observándolo con aquellos ojos. Pedro se fijó de nuevo en los cardenales de la garganta.


Bueno. Iba a tener que estar con ella unos cuantos días. Por lo menos olía bien.


Lo malo era que también se iba a acordar de que sabía a gloria.






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