sábado, 16 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 29




Pedro esperó con impaciencia mientras el teléfono sonaba una docena de veces en la oficina de Paula. Se preguntó dónde diablos estaría. La noche anterior, cuando la llamó, no la encontró en casa, y esa tarde tampoco estaba en su despacho. No era típico de ella. ¿Y dónde diablos estaba su secretaria? Alguien tendría que haber contestado.


Preocupado, colgó y marcó el número de su casa. Después de tres llamadas, saltó el contestador automático.


—¿Pau? ¿Qué sucede? Llamé a tu oficina y no contestó nadie. Pasaré a buscarte esta noche. Tengo una sorpresa para ti. He pensado que podíamos salir.


Observó pensativo a través de la ventana del salón, preguntándose si le habría pasado algo. Con todos los animales salvajes que tenía, quizá hubiera resultado herida.


¿Por qué demonios no había pensado antes en eso? Podría estar tumbada junto a una jaula, sangrando, incapaz de pedir ayuda.


Ese pensamiento hizo que se moviera. Recogió la cartera y las llaves y corrió hacia su furgoneta. Salió a toda velocidad.


Suspiró aliviado al ver que el coche de ella no estaba. 


Convencido de que los tigres y leones no la habían devorado, pero sin poder explicar todavía su ausencia, se preguntó dónde podría estar un día de entre semana por la tarde.


Para asegurarse, aparcó y rodeó la casa para comprobar las jaulas. El ganso salió a saludarlo antes de seguirlo pegado a sus talones. No vio ni rastro de ella, pero decidió alimentar a los animales ya que estaba allí. Eso le ahorraría tiempo a Pau esa noche cuando salieran.


Una hora más tarde, después de haber alimentado y dado de beber a los animales, y limpiado las jaulas, regresó a la furgoneta y marcó otra vez el teléfono de la oficina de Paula. No obtuvo ninguna respuesta.


Sonrió y la tensión que dominaba sus hombros se evaporó.


Quizá se estaba preocupando por nada. Tal vez en ese momento se encontrara en el salón de belleza. Se recordó que a las mujeres les gustaba eso. Pero en seguida frunció el ceño. Aunque estuviera en el salón de belleza, eso no explicaba la ausencia de su secretaria. Marcó el número del móvil de su hermano. Como Pablo estaba en la ciudad, quizá pudiera darle algunas respuestas.


—¿Hola?


—Soy yo. ¿Cómo ha ido con Cathy?


—¡Estupendo! ¡Ha dicho que sí!


Pedro apartó el teléfono de la oreja antes de que su hermano le perforara el tímpano.


—Bueno, ya lo ves. Te volviste loco durante tres semanas por nada.


—Gracias por llamar para recordármelo, hermano. Pero como me encuentro en la cima del mundo, te perdonaré. Eh, ¿por qué Paula y tú no os reunís con Cathy y conmigo esta noche en la cafetería? Podríamos celebrar el compromiso y conocernos todos.


—Perfecto. Lo haremos —afirmó—. Mientras tanto, me gustaría que me hicieras un favor. Si consigues apartarte de Cathy unos minutos, por supuesto. No consigo hablar con Paula ni con su secretaria. ¿Podrías pasarte por su oficina?


—Pasaré a ver si su coche está allí, pero Cathy me ha dicho que Teresa Harper está constipada y que el sheriff pasó a comprar algo de comida para llevarle.


Eso explicaba por qué Teresa no contestaba al teléfono de la oficina, pero Paula seguía desaparecida.


—¿Quieres que te llame si el coche de Paula está en su oficina? Quizá esté comiendo con un cliente.


—¿En el Good Grub Diner? Lo dudo. Y es evidente que no está en Cathy’s Place, o me lo habrías dicho.


—Demonios, Pepe, ni siquiera sé qué aspecto tiene —le recordó Pablo—. Pasaré por su despacho y te llamaré si veo un coche.


Colgó y regresó al rancho, pero su hermano no volvió a llamarlo, lo que significaba que Paula no se hallaba en ninguna parte.


De camino a su casa, vio una alambrada floja, lo que significaba que algunas reses habían decidido escapar. Con un gruñido, ensilló un caballo nada más llegar. Daba la impresión de que iba a pasar unas horas jugando al escondite con el ganado.






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