sábado, 16 de mayo de 2015
EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 30
Paula condujo a casa y apenas recordó cómo llegó. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar en el parque.
Había pasado de la primera fase de airada humillación y traición y se sentía vengativa.
Se dirigió al porche y decidió que se pondría la ropa de trabajo y descargaría su frustración e ira ocupándose de algunas tareas olvidadas. Luego elegiría una pala, iría al rancho de Pedro y le aplastaría la cabeza.
—¡Maldito sea! —musitó al subir a su habitación. Qué idiota había sido al confiar en ese donjuán. ¿Y Cathy Dixon? No sabía si debería contarle que Pedro era un traidor.
Lo meditó mientras se cambiaba. Diez minutos después, mientras arrancaba la maleza del perímetro de una valla, aún no había decidido si informar a Cathy del error desastroso que había cometido. Quizá fuera a verla en un par de días. En cuanto hubiera controlado sus emociones, en cuanto odiara con firmeza a Pedro, demostraría que era un canalla.
Quizá en dos días superara el dolor de amarlo, de creer que era el hombre al que había estado esperando.
«¿Dos días? ¡Más dos décadas!»
Cuando las lágrimas le nublaron los ojos, se dedicó a trabajar con más ahínco. Fingió que cada mala hierba que arrancaba era la cabeza de él. Aniquilaría todos los recuerdos asociados con Pedro. Olvidaría lo mucho que había admirado su enfoque directo, su honestidad, que no eran más que modos de manipularla con sus mentiras para lograr derribar sus defensas. Lo que más le dolía era que había confiado en él para contarle la historia de su vida, reconocer sus sentimientos de no ser querida, de ser rechazada.
Pedro había exhibido tal acto de simpatía y compasión que la había engañado por completo. Y ella, imbécil ingenua, lo había creído cuando le dijo que le hacía el regalo porque no había tenido a nadie en la Navidad ni en su cumpleaños, conmovida por su sensibilidad, enamorándose aún más de él.
«¿Qué sensibilidad?», se preguntó con desdén y arrancó más maleza. Pedro Alfonso tenía la sensibilidad de un mondadientes. Lo más probable era que estuviera castigándolas, a Cathy y a ella, por su romance fallido con Sandi Saxon. Además, seguro que en el fondo lo único que buscaba era que ella trasladara a sus animales.
Con el cuerpo tenso por la frustración y la indignación, se subió al cortacéspedes. Con cada vuelta que daba, renovaba su maldición sobre Pedro Alfonso y su imagen. Ni siquiera podía caminar por su propia casa sin recordar que había estado en cada habitación, llenándolas con su presencia.
Cambiaría la distribución de todos los muebles para darle un aspecto diferente. Quizá con eso lograra exorcizar los pensamientos de ese diablo. Fumigaría el interior con ambientador para eliminar cualquier rastro de su fragancia.
Luego se iría de vacaciones. Quizá en un crucero. Llenaría cada hora con actividades como el submarinismo, el senderismo, el montañismo… lo que fuera. Superaría el dolor y la furia. Se acostumbraría a no verlo, a no desearlo, a no amarlo…
El pensamiento quebró sus emociones a flor de piel, haciendo que apoyara la cabeza en el volante del cortacéspedes y prorrumpiera en sollozos. Había amado a Pedro. Le había entregado su corazón y su alma, y él la había traicionado con otra mujer. ¡Qué crueldad!
No podía odiar a Cathy por caer bajo las redes de su encanto, ya que a ella le había sucedido lo mismo. Peor aún, podía entender por qué Pedro se había interesado en Cathy. Era vivaz y abierta. Era todo lo que Pau aspiraba a ser.
—Maldito seas, Pedro —susurró entre llantos—. ¡Maldito seas por hacer que me enamorara de ti!
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