viernes, 15 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 28




Con los ojos pesados, tensos y agotados por las largas horas sobre el tractor, Pedro subió al porche. En sus días de juventud había tenido resacas que no llegaban a compararse con eso. Miró la hora. Eran las tres y media de la mañana, y llevaba con un horario de vampiro más días de los que le gustaba recordar.


Abrió la puerta y se detuvo en seco al ver a su hermano tirado en el sofá, con una tarta a medio comer delante de él.


—¿Ves esto? —dijo Pablo lleno de felicidad al señalar lo que quedaba de la tarta—. Cathy debió dejarla cuando estábamos en los campos —Pedro frunció el ceño con curiosidad al ver escrita la palabra «menos»—. Ponía «Te echo de Menos» —explico su hermano—. Ya me he comido el «Te Echo de». Me echa de menos. ¿Sabes lo que eso significa, Pepe?


—Sí. Exactamente lo que suena, supongo.


—No, idiota —sonrió—, es un signo de que mi ausencia ha hecho que se encariñe aún más. Creo que es hora de hacerle la pregunta.


—Llevo diciéndote eso una semana. Bueno, ¿cuándo será el gran acontecimiento? —se sentó para devorar la tarta; no había tenido tiempo de comer y estaba hambriento.


—Mañana por la tarde —anunció, dando otro bocado—. Te ayudaré a limpiar los tractores y las sembradoras para guardarlos en el granero. Luego iré a verla a la cafetería.


Pedro comió otra porción, luego movió la cabeza con incredulidad. De haber sabido que la tarta era lo que necesitaba su hermano para animarse, él mismo la habría preparado. Después de titubear durante tres semanas, Pablo había decidido dar el paso final.


Tras acabar con lo que quedaba de tarta, se dirigió a rastras al dormitorio. Le dolía todo el cuerpo. Se derrumbó sobre la cama y se quedó dormido en cuanto la cabeza tocó la almohada.



****


Como Teresa no estaba en la oficina para responder al teléfono, Paula no pudo acabar ningún trabajo. Fue una mañana caótica y apenas tuvo tiempo para respirar hasta las dos de la tarde.


Volvió a mirar el reloj. No supo cómo había pasado la mañana. Su intención había sido llevarle sopa a su secretaria, comprobar cómo se encontraba y preguntarle si necesitaba algo.


Cuando el teléfono sonó por enésima vez, lo miró furiosa para ver si conseguía que callara. No pensaba contestar. Iba a comprar algo de comida para Teresa y para ella, visitaría a la pobre enferma y luego regresaría a la oficina. Además, tenía que irse pronto si quería llegar a tiempo para prepararle la cena a Pedro. No pensó que pudiera vivir un día más ocupado y complicado.


Recogió el bolso y huyó del teléfono. Necesitaba comprar algunos ingredientes para hacer una lasaña.


Aparcó ante el supermercado y en un tiempo récord volvió a subir al coche. Se dirigió a la cafetería de Cathy para la comida de Teresa. Al entrar en el aparcamiento vio que esta se hallaba en la puerta con… El corazón le dio un vuelco al comprobar que hablaba con Pedro. Para su absoluta incredulidad y consternación, vio que le rodeaba el cuello y lo abrazaba con fuerza. Entonces Pedro, el maldito traidor, pegó a Cathy a su cuerpo y le plantó un beso en los labios, delante de todos, en la Calle Principal.


Permaneció sentada, completamente aturdida. En su interior sintió una mezcla de dolor, furia y humillación. Era como si le hubieran arrancado el corazón del pecho sin anestesia. Lo maldijo mientras observaba cómo se daban un beso que resucitaría a un muerto. Estuvieron sin respirar por lo menos cinco minutos.


La atormentaron las horribles sensaciones de traición y rechazo que había experimentado al descubrir que Raul la engañaba. Pedro se había comportado como si ella le interesara, como si le preocupara lo que pensaba, lo que sentía, lo que tenía que decir. Descubrir que había pisoteado su confianza y afecto le dolió infinitamente más, porque sabía que Pedro Alfonso era el verdadero amor de su vida. 


Le había entregado una parte de sí misma que ya jamás podría pertenecer a otro. El problema era que Pedro tenía una relación con Cathy, una mujer que ella valoraba como amiga y dienta.


Desde luego, nada de eso era culpa de Cathy. Siguió echando chispas mientras contemplaba cómo el beso abrasador continuaba una eternidad. Apostaba diez a uno que Cathy no sabía que Pedro también la veía a ella.


Soltó varias obscenidades al recordar a Pedro diciéndole que quería que nadie conociera su relación, para que pudieran llegar a conocerse, porque la quería para él solo, bla, bla, bla. El miserable incluso le había asegurado que no consideraba que lo suyo fuera algo sórdido ni barato.


Lo maldijo con profusión y se dijo que iba a pagar cara su traición. Solo a él le había confiado su pasado. Le había entregado el regalo de su inocencia. Había dado el salto de fe y depositado en él su confianza, compartido sus sentimientos… y él la había utilizado.


Lo primero que haría por la mañana sería llamar a Hacienda para que le hiciera una auditoría a las cuentas de su rancho.


Si los gastos e ingresos de Pedro Alfonso no estaban bien documentados, pagaría una buena multa. Después de que los de Hacienda acabaran con él, iba a estrangularlo por herirla de un modo en que nadie había podido hacerlo con anterioridad, ni siquiera Raul con sus retorcidas mentiras.


Aferró el colgante que ardía sobre su cuello y se lo arrancó. 


Comprendió que el regalo no era otra cosa que un pago por el sexo. Y encima le había hecho una tarta en la que declaraba que lo echaba de menos. Nunca había cocinado para un hombre, y de haber sabido quién era Pedro, se la habría estrellado en la cara.


Se secó las lágrimas que bajaban por su mejilla, puso la marcha atrás y salió antes de que él la viera. Y pensar que había hecho acopio de valor para decirle que lo amaba. Agradeció al cielo no haber cometido ese terrible error.


A pesar de sus intentos, no consiguió dejar de llorar. Con ese aspecto no podía entrar en el Good Grub Diner para pedir comida para llevarle a Teresa, no sin atraer miradas curiosas. Buscó en el bolso, sacó el teléfono móvil, respiró hondo y marcó el número de la oficina del sheriff.


—Departamento del sheriff del condado —anunció la telefonista.


—Soy Paula Chaves —carraspeó—. Me gustaría hablar con Reed, por favor.


—Lo siento, el sheriff fue al apartamento de Teresa Harper a llevarle algo para almorzar. Imagino que ya sabe que está enferma, pues trabaja para usted.


—Por eso lo llamaba. Esperaba que pudiera ir a verla —dijo sin que se le quebrara la voz.


—No se preocupe —la telefonista soltó una risita irónica—. El sheriff ha ido al apartamento de Teresa cada hora. Nunca antes lo había visto comportarse de esa manera. Le ha dado fuerte.


Paula colgó, sintiéndose aún peor. Teresa había capturado la atención del sheriff y salían juntos. Sin embargo, ella no podía atraer el interés de un hombre sin contar con el dinero o el sexo.


No sabía qué pasaba con ella. Desde pequeña había intentado ser una persona decente. Pero siempre la habían tratado como si fuera prescindible, como si sus sentimientos no contaran.


La tristeza se apoderó con tanta fuerza de sus emociones, que no confió en poder seguir conduciendo. Se metió en el parque de la ciudad, apagó el motor y permaneció sentada, doblada como una niña abandonada. Se juró que era la última vez que se entregaba a un hombre. Ya ni se preocuparía si sus animales espantaban al ganado de Alfonso. Ojalá tuviera que pasar todos los días a caballo, reuniendo las reses y reparando las vallas. No le importaba. 


No lo amaba ni lo necesitaba en su vida. Y si ese maldito traidor aparecía en su puerta, le iba a enseñar el verdadero significado de la palabra enemistad.







2 comentarios:

  1. Wowwwwwww, qué bolonqui se va a armar con esto de los gemelos Por qué no le habrá dicho a Pau q Pablo era su gemelo'?? Qué despelote se va a armar jajajaja

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  2. Que lío!!! Me la veía venir con esto de negar que tenía un gemelo! Espero los de mañana para ver cómo se resuelve todo!

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