sábado, 23 de mayo de 2015
ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 19
Paula tomó una manzana del frutero de la cocina.
La tiró al aire y la volvió a tomar de nuevo, sonriendo.
Estaba contenta. Su escapada con Pedro le había sentado bien, y hasta se sentía más atraída hacia él que antes.
Entró en la sala y se dirigió a las puertas francesas que conducían a la pequeña terraza. Ya en ella, le dio un mordisco a la manzana, recordando uno a uno todos los momentos que había pasado con Pedro. Parecía sentirse aún más cerca de él. Ya había tenido varios guardaespaldas antes. Como había tenido chóferes y supervisores. Pero habían sido muy diferentes a él.
Había dejado la puerta abierta para que Pedro supiera dónde había ido. Él dio un paso adelante y se acercó a ella junto a la barandilla. Pedro se había cambiado al llegar, se había puesto unos pantalones vaqueros y una camiseta.
Nunca antes le había visto ella con un aspecto tan informal.
—Se te ve relajado —le dijo ella.
—Es lo que cabía esperar después de un paseo en un carrito de golf —respondió él bromeando.
—Gracias por pensar en ello, por haberme llevado por el campo de golf. El paseo me sentó muy bien, me siento como si no pudiera enfadarme ya nunca más.
—Eso está bien.
Pedro era siempre muy comedido cuando estaba con ella.
Paula notaba que todos sus comentarios y respuestas estaban muy medidos, y quería arrancarle una respuesta espontánea.
Instintivamente, extendió hacia él la mano con la manzana.
—¿Quieres un mordisquito? —le preguntó.
Esperó alguna broma sobre Adán y Eva, o una retirada por su parte. Eso es lo que él hacía habitualmente.
Pero, en lugar de apartarse, se inclinó hacia ella, tomó su mano con la suya y le dio un mordisco a la manzana. El mundo se detuvo y luego pareció moverse en cámara lenta mientras Pedro masticaba el trozo de manzana, con la mirada fija en la suya todo el tiempo. Ella sintió un vacío en el estómago y la cabeza empezó a darle vueltas.
—¿Qué quieres, Paula? —le preguntó serenamente.
—Que me beses otra vez —dijo ella directamente.
—¿No habíamos llegado a la conclusión de que una relación entre nosotros sería un error?
—Entonces no nos conocíamos el uno al otro.
—¿Y crees que ahora sí nos conocemos? —dijo él entre la sorpresa e ironía.
—He estado viviendo contigo, viajando en coche contigo, saliendo a escondidas contigo estos tres últimos días. Me han parecido tres meses.
Ahora él se rió, pero era una risa algo apagada.
—La lógica de las mujeres nunca deja de sorprenderme.
—Entonces, no intentes entenderla, así siempre estarás asombrado.
Él movió la cabeza a uno y otro lado y deslizó las manos entre el pelo de ella.
—Esto es un problema, Paula, los dos lo sabemos.
—Yo sé que es un problema, Pedro, pero esto que existe entre nosotros, sea lo que sea, es diferente.
Pedro se acercó a ella y le susurró al oído.
—¿Qué tipo de besos te gustan, Paula? ¿Rápidos... lentos... profundos... húmedos…?
—Me gustan los tuyos, Pedro. ¿Te gusta darlos o recibirlos?
—Me gustan las mujeres que toman decisiones.
—Bien. Empezaremos suave y veremos adónde nos lleva —dijo ella con una voz recatada y algo tímida, llena de poder de seducción.
—No sabes lo hermosa que eres —le dijo él, sosteniendo su cabeza entre sus manos, y mirándola fijamente a los ojos—. Eres la mujer más deseable que he conocido.
La besó. Suavemente, como habían acordado.
Paula recibió con agrado los ligeros mordisquitos en sus labios, y los pequeños besos en las comisuras. Él deslizó los brazos por su espalda. Ella dejó que sus manos la
tocasen, sintiendo al tiempo la fuerte musculatura de su cuerpo. Sus cuerpos se apretaron, y el beso se hizo más intenso. Él presionó los labios sobre los suyos, abriéndose paso entre ellos hasta abrirlos.
Ella sintió entonces su lengua acariciándole el labio inferior, y empezaron a temblarle las piernas. Una vez que estuvo dentro de su boca, ella reaccionó sin pensarlo. Se apretó contra él, respondiendo a cada caricia de su lengua y encontrándose aún más libre de lo que hubiera pensado. Se vio inmersa en una vorágine de pasión sin límites.
Sus manos se desplazaron por su espalda. Al llegar al borde de su camiseta, metió los dedos por debajo hasta sentir su piel. El beso era cada vez más intenso, más profundo y más húmedo. Arrastró las uñas por su espalda. La pasión rompió las barreras del deseo controlado, al menos por parte de ella. Pedro mantenía las manos en su pelo, en su cara, mientras le decía de mil maneras con su boca lo mucho que la deseaba.
El pitido parecía muy lejano y ninguno le prestó atención, hasta que él se apartó un poco de ella. Cuando metió la mano en el bolsillo, Paula se dio cuenta de que estaba recibiendo una llamada en su teléfono móvil.
Pedro consultó la pantalla y después miró su reloj.
—Es mi madre. ¡Qué raro! Nunca llama tan tarde.
Tengo que atenderla.
—Lo comprendo —dijo ella, recuperándose de su beso, aún algo aturdida.
Paula hizo ademán de volver a entrar dentro a su habitación, pero él la agarró por la muñeca.
—Espera, tenemos que hablar.
¿Qué más había que decir sobre un beso así?
—Hola, mamá. ¿Qué sucede?
Mientras Pedro escuchaba, unas profundas arrugas comenzaron a marcarse en su frente.
—¿Quieres que te lleve mañana unas muletas? ¿Qué vas a hacer esta noche? No intentes subir esas escaleras.
Sólo faltaba que te rompieras otra cosa. ¿Cómo sabes que no tienes el tobillo roto?
Figurándose por la conversación lo que había pasado, Paula se acercó a Pedro y le tiró del codo.
—Un momento, mamá —dijo él, con el ceño fruncido.
—¿Se ha hecho mucho daño tu madre?
—Se cayó por las escaleras cuando estaba sacando la basura. Sucedió hace una horay el tobillo ahora se le está hinchando.
—Podría habérselo roto.
—Ella no quiere pensar en eso. Quiere que le consiga un par de muletas y se las lleve mañana. Dice que puede arreglárselas por esta noche.
—¡Eso es ridículo! Ella necesita ayuda ahora mismo, no mañana.
—Mamá —dijo él, volviendo a tomar el teléfono—, voy a llevarte a Urgencias.
Paula pudo escuchar la rotunda negativa de su madre saliendo del teléfono de Pedro.
—Escucha —le dijo Paula, tirándole del codo—, conozco un traumatólogo en la zona. Atiende a una de mis tías. Yo fui también a su consulta una vez que tropecé y me caí durante un desfile de modas el año pasado. Déjame que le llame. Podemos ir a su clínica para que le haga a tu madre una radiografía del tobillo.
—¿Estás loca? ¿Qué médico estaría dispuesto a abrir su clínica a las once de la noche?
—Él lo hará, Pedro. Haría cualquier cosa por los Chaves. Así que explícaselo a tu madre, y dile que nosotros pasaremos a buscarla.
—¿Nosotros?
—Sí, nosotros. Iré de incógnito. Conociéndote como te conozco, supongo que no querrás dejarme aquí sola, y no puedes dejar tampoco sola a tu madre.
Entonces, vio en los ojos de Pedro algo parecido a un parpadeo. No supo interpretarlo, pero no era el momento de preguntárselo.
—Si te aseguras de que no nos siga nadie al salir del hotel, no deberíamos tener ningún problema —insistió ella—. La clínica del doctor Christopher es muy discreta.
Pedro repitió a su madre todo lo que le acababa de decir Paula. Ella seguía aún protestando cuando él le dijo que estarían allí en treinta o cuarenta y cinco minutos para llevarla a la clínica.
—Si no puedes conseguir a ese médico, mamá lo entenderá. La llevaré a Urgencias.
—Déjame hacer una llamada —dijo ella entrando en su habitación y dejando a Pedro en la terraza.
Los dos habían tenido la misma tentación de caer el uno en los brazos del otro, pensaba ella. Había sido muy agradable.
Se había sumergido en un sueño, en un viejo sueño que, después de su fracaso con Miko, había pensado que nunca podría llegar a hacerse realidad.
Pero la realidad siempre superaba a los sueños.
Ya en su dormitorio, Paula tomó su teléfono móvil, consultó la agenda de direcciones, localizó el número del doctor Christopher y lo marcó. Le gustaba la idea de poder hacer algo por otra persona. Le gustaba mucho.
¿Y Pedro y ella?
¿Debían continuar donde lo habían dejado, o debían ignorar aquel beso maravilloso que había hecho temblar la Tierra?
El problema era que cuando la Tierra se movía, el mundo no volvía a ser ya nunca el mismo.
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