sábado, 23 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 21






Pedro se sentía muy confuso mientras abría de nuevo el sofá-cama. Pensó en la primera noche en que había dormido allí y en cómo había cambiado desde entonces la opinión que tenía sobre Paula. La atracción que había sentido por ella cuando la había mirado a los ojos por primera vez había sido irresistible. Pero él había vencido.


Hasta que había llegado a conocerla.


Ahora, cada minuto con ella era para él una lucha interna. 


Había intentado comportarse como un profesional, pero, con aquel último beso, había cruzado definitivamente la frontera. 


Se había dejado llevar por la química que había entre ellos sin pensar en las consecuencias. Sin embargo, sabía, desde el momento en que su madre le había llamado por teléfono y Paula le había ofrecido su ayuda, que cualquier relación entre ellos tenía que terminar.


Pertenecían a mundos diferentes.


Cuando Paula apareció en el cuarto de estar, Pedro supo de inmediato que ella tenía algo que decirle. La incertidumbre que reflejaba su mirada le indicó que iba a decirle algo que le iba a resultar desagradable.


Se cruzó de brazos al verla acercarse a él.


—Debería haberte preguntado primero.


Al ver que él no decía nada, Paula trató de explicarle mejor lo que quería decirle.


—Debería haberte preguntado si te parecía bien que invitara a tu madre a venir aquí con nosotros.


—Si me lo hubieras preguntado, te habría dicho que eso era algo entre mi madre y tú.


—No es tan sencillo.


Él presentía que la parte desagradable estaba a punto de llegar. Pero trató de prevenir a Paula para que no siguiera por ese camino.


—Mi madre te está muy agradecida, Paula. Dejémoslo aquí.


La gratitud de su madre, ése era el problema. Él sabía que no podía pagar a Paula su ayuda con dinero. Ella nunca aceptaría tal cosa. Y sabía también que sería difícil recompensarla de cualquier otra manera.


Ella podía comprarse lo que quisiera y, hasta cierto punto, él también. Pero esa noche habían salido a la luz las diferencias entre ellos. Él venía de un ambiente obrero, criado en una humilde casa de barriada, con un policía por padre y una madre que se quedaba en casa para cuidar de sus hijos. Un mundo muy diferente de aquél en que se había criado Paula.


—Perdona si crees que actué irreflexivamente. Pensé que estar aquí con nosotros sería lo mejor para tu madre. Pero tal vez deberíamos haber ido todos a su casa, a estar allí con ella.


—En nuestra casa no dispondrías de servicio de habitaciones.


—¿Crees que me importa algo el servicio de habitaciones?


—¿Sabes cocinar? —le preguntó él.


Sus ojos se llenaron de una luz brillante que él hubiera preferido mantener alejada de sus ojos.


—Veo que no me crees capaz de poder atender a tu madre en su casa —dijo ella—. ¿No has pensado nunca que podrías haberte llevado una sorpresa? —ella hizo una pausa y, al ver que él no decía nada, continuó—. Me pareció simplemente la forma más fácil de cuidar de ella y resolver así nuestro problema.


—¿De qué problema hablas?


—De que tú no me dejarías aquí sola para ir a casa con tu madre.


Paula tenía razón. Él no la habría dejado sola. Él era responsable de ambas mujeres.


Después de unos segundos, Paula se acercó a él, y le miró fijamente.


—¿Ese beso de esta noche en la terraza no significó nada para ti?


Pedro sabía que, dijera lo que dijera, no haría más que empeorar las cosas. Así que, decidió que la mejor respuesta sería no decir nada.


Ella movió la cabeza a uno y otro lado, contrariada.


—Habría hecho mejor no preguntándote —le dijo dirigiéndose a su habitación—. Dale a tu madre el número de mi móvil y dile que si necesita algo no tiene más que llamarme.


No podía dejar que ella se fuera así, pensando que era un desagradecido. La tomó del brazo.


—Gracias, Paula, por querer ayudar a mi madre. Te estoy muy agradecido.


—De nada —respondió ella cordialmente.


Estaban allí los dos de pie, quietos, él con la mano en su brazo, mirándose fijamente el uno al otro.


Pedro sabía cuándo era el momento en que ella decidía retirarse. La soltó el brazo y la dejó ir.


Después de todo, ¿no era eso lo que se suponía que él tenía que hacer?


—¡Qué bien me han quedado las uñas! —exclamó sonriente la madre de Pedro al día siguiente por la tarde.


Paula agitó en el aire las suyas para que se secasen antes.


—Fue divertido, ¿verdad? Me gustan esas pequeñas florecillas que le han pintado.


—Me gustó también mucho el masaje facial. Fue muy relajante. El tiempo se me ha hecho más corto gracias a ti.


—Pensé que pasaría un buen rato, en lugar de estar tumbada en la cama sin hacer nada.


Pedro entró en la sala en ese momento.


—¿Estamos esperando a alguien más?


Sus ojos eran algo inquietantes, y su voz tenía un tono de desaprobación.


Paula consultó su reloj.


—Tengo una entrevista por teléfono a las cuatro, pero luego iré a hacer la cena.


—¿A hacer la cena? ¿Tú? —dijo Pedro, arrugando el ceño.


Pedro había estado frío y distante con ella todo el día. Parecía haber remitido el deseo que sentía cuando estaban juntos.


—Olvidas que soy italiana. Pude haber tenido una niñera y un ama de llaves, pero las dos eran muy buenas cocineras. Puedo hacer unas fantásticas berenjenas a la parmesana y una ensalada aceptable. Los ingredientes deberían llegar en una hora. Incluyen una caja de pasteles de chocolate con nueces. Puedes llamar, si lo prefieres, al servicio de habitaciones, pero debes saber que tu madre me dijo que quería probar lo que yo hiciese.


Pedro parecía un poco molesto y miró a su madre.


Luego se aclaró la garganta.


—Acabo de hablar con Julia. Volverá a casa mañana por la mañana a primera hora. Quiere que te vayas con ella hasta que estés recuperada y te puedas valer otra vez por ti misma.


—Donde yo quiero ir es a mi casa —dijo Lorena frunciendo el ceño.


—No estás en condiciones de estar sola, mamá. No puedes subir ni bajar las escaleras. Julia quiere hablar contigo de todo eso. Y yo quiero discutirlo también con vosotras, pero no puedo dejar sola a Paula. Tendré que consultar su agenda.


—La solución es muy sencilla —intervino Paula—. Dile a tu hermana que venga aquí.


—No creo que funcione. Su marido, Troy, tiene que reincorporarse a su trabajo mañana por la tarde, por lo que ella tendría que traer a su bebé.


—¿Y dónde está el problema? —dijo Paula.


Lorena señaló con la mano alrededor de la sala, el mobiliario de estilo provenzal, la elegante tapicería de la sillas, la tarima pulida del suelo.


—Tiene miedo de que Susana pueda romper algo. Corre a gatas muy deprisa y ya casi anda.


—No tiene usted que preocuparse por el bebé. Yo puedo cuidar de ella —se ofreció Paula.


—Tú, ¿cuidar de ella? —repitió Pedro, con expresión de asombro—. ¿Tienes alguna experiencia?


Paula no pudo evitar esa vez mostrar su indignación. Apoyó las manos en las caderas, olvidándose de sus uñas recién pintadas y se encaró con Pedro.


—No creo que tu madre te educara para ser tan grosero con las mujeres, debes haberlo aprendido en alguna otra parte. Yo sé cocinar, sé llevar un negocio, sé manejarme muy bien en la vida, y... Puedo cuidar de un bebé. No he tenido hermanos ni hermanas, pero mi madre sí, y mis primos también tienen niños. No vivo en una burbuja, Pedro, al menos no todo el tiempo.


Pedro guardó silencio, como si no supiera qué decir.


Paula miró a Lorena y creyó percibir en ella una sonrisa. 


Después de unos instantes, Pedro movió la cabeza como indeciso.


—¿Así que quieres reunir aquí a toda la familia mañana?


—Estaré libre de una a tres. A las tres tengo una reunión con el gerente de una boutique que podría estar interesado en llevar mi línea de bolsos.


—Está bien —accedió Pedro—. Llamaré a Julia y le diré que esté aquí a la una.


Después de dirigir una larga mirada a su madre, Pedro salió de la habitación para entrar en la suite.


Paula no se dio cuenta de que se había quedado mirándole mientras salía hasta que oyó a Lorena.


—Te gusta, ¿verdad?


—Es un buen hombre —respondió Paula de modo mecánico.


—Sí, lo es, y tú también eres una buena mujer.


—Somos muy diferentes. Y, además, yo tendré que volver pronto a Italia.


Pedro también viaja mucho a Italia, a inspeccionar las tiendas. ¿Sería tan difícil coordinar las fechas?


—Lo que sería difícil sería coordinar nuestras vidas.


—No, si el hacerlo significara vuestra felicidad.


Paula pensó en eso. Se sentía como si estuviera a punto de producirse un gran cambio en su vida. Sin embargo, en ese cambio no podía incluir a Pedro.


—Él cree que somos muy diferentes. Piensa que soy superficial.


—¡Eso no es cierto! —protestó Lorena—. Creo que él dice las cosas que dice porque tiene miedo a dar el paso adelante.


—Eso no es muy esperanzador.


—Tienes que preguntarle por Connie —le dijo Lorena—. Era su esposa, hace ya cinco años que murió. Es hora de que piense en rehacer su vida.


—¿Y si él no quiere hablar?


—Empújale un poco. Necesita un empujoncito. No le he visto hacer otra cosa que trabajar desde hace años. Él lo utiliza para poner freno a sus sentimientos. Ya es hora de que se quite la coraza.


—Tal vez no sea la más adecuada para hacerlo.


—Eso nunca lo sabrás si no lo intentas.






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