sábado, 4 de abril de 2015

CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 8




Cuando Pedro terminó de hablar con Andy, regresó a la mesa de la terraza, pero la encontró vacía. Miró a su alrededor y vio que Paula estaba apoyada en el coche con los brazos cruzados y expresión de disgusto. Se preguntó qué habría pasado en los últimos diez minutos, mientras él conseguía que Andy aceptara la historia con Pau y accediera a alojarlos a ambos en la cabaña. También dijo que no había problema en que acudiera al día siguiente a la boda.


–¿Qué pasa? –le preguntó sin preámbulo cuando estuvo cerca de ella.


Paula apretó los labios.


–No me gustan las mentiras, eso es lo que pasa. No soy tu novia, Pedro. Al menos no todavía. ¡Si ni siquiera me has besado aún!


–Bueno, eso puede arreglarse –respondió Pedro deslizando la mirada hacia su boca mientras la sostenía con firmeza de los hombros.


No se precipitó. Paula dejó caer los brazos a los lados bastante antes de que la besara. Él la atrajo hacia sí muy despacio, sosteniéndole la mirada. Bajó la cabeza con la misma lentitud. A Paula le latía con fuerza el corazón cuando sus labios hicieron contacto con los suyos. Ni siquiera entonces la besó de verdad, fue solo un roce de sus labios en los suyos. Una. Dos. Tres veces. Finalmente ella entreabrió la boca, desesperada por sentir más.


Pero Pedro no cumplió su deseo. Y al no hacerlo, provocó que aumentara. Paula gimió cuando él levantó la cabeza y se la quedó mirando fijamente.


–¿Sirve esto por ahora para subirte a la categoría de novia? –preguntó, sorprendiéndola con su frialdad.


Ella ardía por dentro. Y sin embargo Pedro parecía completamente impasible.


–Como te he dicho, adorable Pau–continuó él–, estoy embelesado contigo. Mucho. Tengo pensado prolongar mi estancia en Australia para pasar más tiempo contigo. Y ya que no te gustan las mentiras, te diré que dudo mucho que pueda arreglar lo de Fab Fashions a pesar de que tus ideas son excelentes.


Era un demonio, pensó Paula. Ahora estaba utilizando la sinceridad para seducirla.


–Aunque estoy dispuesto a intentarlo –añadió Pedro–. Si eso te hace feliz.


¿Qué podía decir a aquello? No podía admitir que Fab Fashions no estaba en la primera página de su agenda en aquellos momentos. En lo único que podía pensar era en estar con aquel hombre.


Pero al mismo tiempo, no quería que Pedro pensara que podía tomarla por una idiota.


Paula recuperó la compostura y trató de imitar su actitud controlada.


–Estaría bien tratar de cambiar las cosas –aseguró–. Así que sí, me haría muy feliz.


–Bien. Y ya que estamos confesando –continuó él–, la razón por la que he querido que nos alojemos juntos en la cabaña es… mucho más íntima.


Pedro la estaba observando de cerca, y se dio cuenta de que a Paula no le molestó su afirmación. Todo lo contrario, de hecho. Había un brillo de excitación en sus preciosos ojos. Estaba tratando de actuar con frialdad, pero los ojos la delataban. Además, la había sentido temblar antes entre sus brazos. Y el gemido de frustración que había soltado era muy revelador. Le deseaba tanto como él a ella. No se había atrevido a dejarse llevar por los besos por temor a perderse. 


Paula provocaba un efecto muy poderoso en él. Mucho
mayor que el de Anabela.


–Pero no esta noche –afirmó lamentándolo sinceramente–. Voy a estar ocupado. Aunque mañana por la noche, después de la boda, tendré una oportunidad.


–¿Eso crees? –le espetó ella tratando desesperadamente de recuperar la compostura y el orgullo.


Los preciosos ojos azules de Pedro brillaron divertidos y seguros de sí mismos.


–Digamos que en ello confío.


–Pues tendrás que mejorar tu técnica de besar.


–¿De verdad? Y yo que pensaba que te gustaba que te sedujeran…


Paula sacudió la cabeza en gesto de derrota. Era demasiado inteligente para ella. Y demasiado experto.


–Eres incorregible.


–Y tú eres irresistible.


Paula no contestó, pero su cabeza continuaba dando vueltas. Sí, era un demonio y conocía las palabras adecuadas y los movimientos justos. Se preguntó cuántas mujeres habrían pasado por su vida.


Suponía que muchas.


Y ella solo sería una más.


No resultaba un pensamiento muy alegre.


–Creo que deberíamos ponernos en marcha –dijo bruscamente. Eran casi las diez, habían tardado más en llegar a Denman de lo que pensaba.


–Buena idea –contestó Pedro.


Subieron al coche, se abrocharon el cinturón y se pusieron las gafas al mismo tiempo. Paula se cuidó de no mirarle para no mostrar todavía más su vulnerabilidad ante él. Odiaba que Pedro pensara que lo de la noche siguiente era un hecho. Y en verdad lo era, no tenía sentido que se engañara a sí misma. Pero eso no significaba que tuviera que actuar como una estúpida que se sentía abrumada por sus atenciones.


–He pensado en parar en Cassilis a comer –afirmó al arrancar el motor–. La siguiente población es Sandy Hollow, pero está demasiado cerca. Después ya es todo recto hasta la casa de tu amigo.


–Me parece un buen plan.


–Deberíamos llegar a media tarde, pero depende del tiempo que quieras pararte a comer.


–Supongo que eso depende de lo deprisa que nos sirvan.





Resultaron ser muy rápidos. Se sentaron a comer en el jardín de un restaurante muy agradable. Paula pidió un único vaso de vino blanco con el filete y la ensalada porque iba a conducir, mientras que Pedro se tomó una jarra de cerveza con el suyo. Comieron despacio y hablaron mucho. Y aunque fue una conversación muy superficial, Paula era consciente todo el rato de la peligrosa excitación que crecía dentro de ella. Cada vez que miraba a Pedro, una imagen sexual le surgía en la mente. Cuando Pedro se llevaba la comida a la boca, se le quedaba mirando los labios e imaginando cómo sería que la besara en las partes más íntimas de su cuerpo.


Sintió una punzada en el estómago. Ella no era así. Al menos hasta ahora. Sus novios habían sido bastante poco imaginativos en los preliminares, tal vez aquella fuera la razón por la que no siempre alcanzaba el éxtasis.


Miró a Pedro y volvió a preguntarse cuántas mujeres habrían pasado por su vida. Y eso la llevó a pensar en Anabela.


Lamentó que Pedro no hubiera roto ya con ella. Quería decirle que la llamara y lo hiciera en aquel mismo instante, pero no tenía valor. Además, sería una pérdida de tiempo. La cruda realidad era que finalmente volvería a América. Pedro no quería casarse. Ella solo era una chica que acababa de conocer, que le gustaba y con la que quería estar.


Una parte de Paula se sentía halagada, pero no se engañaba pensando que aquello podría ser un romance serio. Solo eran barcos que se cruzaban en la noche. Decidió, tal vez para proteger su femenino corazón, que se lo tomaría como una experiencia. Una aventura. Nada más. 


Enamorarse de un hombre como Pedro sería una gran estupidez.


–Te has quedado muy callada –dijo entonces él.


Paula dio un respingo. No quería que Pedro pensara que estaba preocupada por algo, aunque lo estuviera. Pero ahora que había tomado la decisión de seguir por aquel camino, estaba decidida a hacerlo con mente positiva.


–Estaba pensando que debería llamar a mi madre pronto –aseguró con una sonrisa–. Para tranquilizarla y que sepa que sigo viva.


–¿Cómo? No creo que esté preocupada por la carretera. Eres una excelente conductora.


–No, lo que le preocupa es que seas un asesino en serie.


La cara de asombro de Pedro resultó épica.


–Le aseguré que no, que solo eras un hombre de negocios rico sin un ápice de inteligencia.


Él entornó los ojos y fingió sentirse ofendido.


–Lo cierto es que soy bastante inteligente.


–Eso todavía tengo que verlo –Dios, le encantaba aquella batalla dialéctica. Nunca había coqueteado así con ninguno de sus novios anteriores y le resultaba muy divertido.


–Déjame decirte que era uno de los mejores del colegio.


–Sí, pero eso es ser listo en el colegio, algo muy distinto a ser listo en la calle. ¿Cómo vas a ser listo en la calle si naciste en cuna de plata?


–Como sigas así, tu madre tendrá motivos para preocuparse –bromeó él. Los bellos ojos azules le brillaban divertidos–. He estrangulado a mujeres por mucho menos que esto.


Paula sonrió, y seguía sonriendo cuando salieron del restaurante y se pusieron otra vez en camino. Cuando estuvieron en la carretera rumbo a Mudgee se dio cuenta de que no había llamado a su madre al final.


–¿Esta es la carretera en la que vive Andy? –preguntó.


–Sí, creo que ya estamos cerca. Hace mucho que no vengo, pero cuando vea la finca la reconoceré.


–En ese caso, me gustaría parar un segundo para llamar a mi madre –dijo Paula saliendo de la carretera y aparcando a la sombra de un árbol.


Su madre respondió al instante.


–Hola, Pau, ¿estás bien? ¿Has llegado ya?


–Ya casi, mamá. Estoy muy bien. El señor Alfonso no es un asesino en serie al final –añadió. Pedro sacudió la cabeza–. Es bastante simpático –añadió con una mueca.


–Me alegro. Las mujeres tenemos que andarnos con cien ojos.


–El amigo del señor Alfonso vive en una finca al lado de esta carretera. Cuando lo deje allí, iré a Mudgee y me alojaré en un motel. Oye, tengo que irme. Te llamaré otra vez esta noche. Te quiero.


–¿Por qué no le has dicho que te vas a quedar en la finca? –preguntó Pedro cuando Paula arrancó el motor y salió a la carretera–. Creía que no te gustaban las mentiras.


–No seas tonto, Pedro. Es mi madre. Todas las chicas mienten a sus madres. Lo hacemos para que no se preocupen.


Él se rio.


–Ya debemos estar cerca, reconozco ese lugar. Estoy seguro de que la finca está cerca, a la izquierda. Sí, ahí está –Pedro señaló hacia lo alto.


Los ojos de Paula siguieron la dirección de su dedo y se clavaron en una impresionante casa de estilo colonial construida en la cima de una colina y rodeada de terrazas para disfrutar de las vistas del valle.


–La entrada no queda muy lejos –añadió Pedro–. Sí, ahí está.


Paula aminoró la marcha y luego giró hacia la entrada.


Atravesó las anchas columnas de piedra y siguió por un camino bastante recto que atravesaba prados cubiertos de filas y filas de viñedos.


–¿Este lugar es de Andy o de sus padres? –preguntó Paula.


–De sus padres. Y la casa no es tan antigua como parece. La construyeron cuando estábamos en el internado. Su padre era agente de bolsa en Sídney, pero ganó tanto dinero que decidió retirarse y dedicarse a lo que le gustaba, así que montó unas bodegas.


Paula contuvo un suspiro. Tendría que haber supuesto que el mejor amigo de Pedro sería rico.


–¿Y a qué se dedica Andy?


–Es el encargado de las bodegas. Estudió Derecho conmigo cuando terminamos el colegio, pero al graduarse decidió que aquello no era para él y se marchó a Francia a estudiar Producción Vinícola con los maestros. Cuando volvió, se encargó de las bodegas.


Cuando se acercaron a la casa, tres personas se asomaron al porche delantero. Dos hombres y una mujer. Paula supuso que eran Andy y sus padres. El más joven de los hombres bajó corriendo los escalones que llevaban a la zona asfaltada de al lado de la casa en la que Paula iba a aparcar.


Pedro se bajó del coche rápidamente y abrazó a su amigo con fuerza.


Paula también se bajó y se fijó en que Andy no era tan alto como él, pero era guapo. Tenía el pelo oscuro, ojos marrones y facciones agradables.


–Cuánto tiempo sin verte, hermano –dijo Andy cuando dejaron de abrazarse.


Pedro se encogió de hombros.


–He estado ocupado en la Gran Manzana.


–Supongo que esta debe de ser Paula –adivinó Andy mirándola con ojos de apreciación antes de acercarse y darle un beso en la mejilla–. Encantado de conocerte.


–¿Seguro que no pasa nada por que me aloje aquí? –preguntó ella–. No quisiera ser una molestia.


–Ninguna molestia. La cabaña está preparada para acoger invitados. Entrad a tomar el té de la tarde. Y los bollos de arándanos de mi madre. Los que te gustan a ti, Pedro. No sé cómo lo hace, pero las mujeres siempre intentan complacerle.


–Yo tampoco lo entiendo –aseguró Paula muy seria–. Ni que fuera guapo, encantador ni nada parecido.


Andy se la quedó mirando un segundo y luego se echó a reír con ganas.


–Vaya, eso ha estado muy bien. Te puedes quedar con ella si quieres, Pedro.


–Sí quiero –murmuró él al oído de Paula pasándole el brazo por la cintura mientras entraban en la casa.


Pero aunque Paula se estremeció de placer con el contacto, sabía que Pedro no tenía intención de quedarse con ella. 


Estarían juntos mientras él estuviera allí. Luego regresaría a América y todo habría terminado.





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