domingo, 5 de abril de 2015
CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 9
Los padres de Andy, Gerardo y Amelia, resultaron tan encantadores como su casa. Paula esperaba que fueran algo petulantes, ya que eran ricos y tenían una bodega. Pero aunque eran muy educados y bien hablados, tenían los pies en la tierra.
Estaban tomando el té en el salón principal cuando sonó el teléfono.
–Disculpadme –Amelia se dirigió a la mesita auxiliar en la que estaba el teléfono.
Paula trató de no escuchar, pero le resultó imposible después de que Amelia emitiera un gemido.
–Oh, querida, qué desafortunado –le dijo a la persona con la que estaba hablando–. ¿Y qué vas a hacer? Sí, sí, le diré a Andy que se ponga.
Andy se precipitó al teléfono. No hacía falta ser Einstein para saber que estaba hablando con su prometida y que algo no iba bien. Por suerte, Amelia les puso al corriente al instante.
–Una de las damas de honor de Catherine ha tenido que ir al hospital por amenaza de aborto. Se encuentra bien, pero tendrá que estar ingresada al menos una semana y no podrá venir mañana a la boda. Catherine está muy disgustada. Va a ser una comitiva nupcial muy corta, pero ¿qué otra cosa podemos hacer?
–Podríamos poner a Paula en su lugar –sugirió Pedro.
Ella le miró horrorizada.
–No digas tonterías, Pedro. La novia de Andy ni siquiera me conoce.
–En ese caso te llevaremos a su casa para que te conozca –insistió él con su habitual seguridad–. Vive aquí al lado. No es la solución ideal, pero es una solución.
–Bueno, supongo que sí –murmuró Amelia antes de que Paula pudiera objetar algo.
–Es la solución perfecta –intervino Gerardo con pragmatismo masculino–. ¡Andy! Dice Pedro que Paula estaría dispuesta a ocupar el lugar de Krissie si a Catherine le parece bien.
Paula contuvo el aliento mientras Andy le contaba a su novia quién era ella y lo que proponía Pedro. No estaba muy segura de si quería que dijera que sí o que no.
Andy se giró para mirarla.
–Dice que gracias por ofrecerte. Que le has salvado la vida, pero que tiene que verte cuanto antes para saber si el vestido te servirá o no. Krissie estaba embarazada.
–De acuerdo –dijo Pedro poniéndose de pie–. Dile a Catherine que vamos para allá ahora mismo.
Andy puso los ojos en blanco.
–Dice que yo no puedo ir para no ver el vestido.
–No pasa nada, Andy –Pedro tomó a Paula de la mano, se despidieron y salieron del salón.
–Asegúrate de venir esta noche –le gritó Andy cuando ya se iban.
–Lo haré –contestó Pedro.
Paula se contuvo y no dijo ninguna de sus objeciones mientras salían. Lo hecho, hecho estaba.
–No te enfades conmigo –le pidió él cuando se subieron al coche.
–No estoy enfadada –aseguró Paula arrancando el motor–. Pero no estaría mal que dejaras de presuponer que siempre voy a hacer lo que tú quieras. Me gustaría que me preguntaras antes.
Pedro parecía sorprendido por la declaración. Al parecer estaba acostumbrado a que las mujeres le obedecieran sin rechistar.
–Lo siento –dijo–. Solo quería solucionarle la papeleta a Andy.
–Sí, ya lo sé. Por eso no estoy enfadada.
–Bien. En el futuro intentaré ser más considerado. Gira a la izquierda cuando lleguemos a la carretera. Es la siguiente entrada. Los padres de Catherine tienen cuadras con caballos de carreras.
–Entonces, ¿también son ricos?
–No tanto como los padres de Andy, pero sí. Ahí está la entrada.
Era más impresionante que la de la finca de Andy, con un inmenso arco negro. La casa era de un estilo parecido a la de Amelia y Gerardo, pero esta era antigua de verdad, hecha de piedra y no de madera. Tenía también dos pisos, terrazas y muchas chimeneas.
Paula aparcó detrás de la casa.
–Antes de entrar, ¿qué le has contado exactamente a Andy de mí?
–Le dije que eras una consultora de marketing relacionada con Fab Fashions. Pero he dejado que creyera que nos conocemos desde hace una semana aproximadamente, no desde esta mañana.
Aquello le recordó a Paula lo lejos que habían llegado en tan solo unas horas. Supuso que debería estar más sorprendida, pero no era así. Sacudió la cabeza, y entonces Pedro le rozó los labios con los suyos.
–No te estreses, Paula –murmuró contra su trémula boca–. Déjate llevar por la corriente.
Cuando Pedro levantó la cabeza, ella parpadeó. No era una corriente, eran aguas turbulentas que amenazaban con tragársela.
–Ah, ahí está Catherine. Y supongo que la otra chica es la dama de honor –dijo Pedro agarrando el picaporte de la puerta.
Paula hizo un esfuerzo por recuperar la compostura.
Catherine resultó ser un encanto. Tendría veintimuchos años, era más alta de lo normal y tenía una figura atlética, el cabello rubio y los ojos azules. No había en ella ni un ápice de esnobismo ni de malos modos. La dama de honor no le cayó tan bien a Paula, seguramente porque le hizo ojitos a Pedro desde que apareció. Se llamaba Leanne, y había estado interna en el colegio con Catherine y con Krissie, la única de las tres que estaba casada por el momento. Tras charlar un poco, entraron en la casa, donde les recibió Joana, la madre de Catherine. Era una mujer guapa, pero demasiado delgada y con la mirada ansiosa.
–Eres preciosa, querida –le dijo a Paula mirándola con el ceño fruncido–. Pero no creo que quepas en el vestido de Krissie.
–Yo tampoco lo creo –reconoció Catherine–. Eres más o menos de su altura, pero Krissie engordó bastante con el embarazo. No te preocupes, mamá, la modista puede meterle el vestido. La llamaré, pero antes deberíamos subir a que Paula se lo pruebe. No, tú quédate aquí, Pedro –le ordenó Catherine cuando fue tras ella–. No quiero que veas el vestido. Mamá, llévate a Pedro al salón y ponle la televisión.
A Paula le hizo gracia ver la expresión de Pedro. No estaba acostumbrado a que ninguna mujer le dijera lo que tenía que hacer.
–No te preocupes –le susurró Catherine en tono confidencial mientras subían por las escaleras con Leanne detrás–. No se irá a ninguna parte.
–Es encantador –afirmó Leanne a su espalda–. Y muy rico.
–¿Ah, sí? –preguntó Paula con fingida naturalidad.
–Me dijiste que su padre era multimillonario, ¿verdad, Catherine?
–Eso fue lo que Andy me dijo –confirmó la joven.
Paula se encogió de hombros cuando entraron en el dormitorio, que era enorme.
–No estoy interesada en su dinero –afirmó con sequedad.
–¿Vais en serio? –preguntó Catherine.
–Acabamos de conocernos, pero creo que nos gustamos mucho –replicó Paula.
Catherine sonrió.
–Bueno, vamos a probarte el vestido a ver qué se puede hacer.
El vestido era de seda rosa pálido sin tirantes con corte bajo el pecho y una larga falda plisada que llegaba hasta el suelo.
Era muy romántico, no del estilo de Paula, pero le quedaba sorprendentemente bien. Sin embargo, resultaba demasiado suelto en la parte del corpiño. Había que meterlo por los extremos. Por suerte, el largo le quedaba bien. Los zapatos eran media talla más grande que la suya, pero mejor eso a que fueran demasiado pequeños.
Catherine ladeó la cabeza mientras la observaba.
–Te queda mejor que a Krissie, pero eso no se lo diremos a ella –añadió con una sonrisa–. Voy a llamar a la modista para que me haga el favor de arreglarlo.
Pero resultó que la modista estaba en Melbourne visitando a su hermana.
La ley de Murphy atacaba de nuevo, pensó Paula mientras se quitaba el vestido para volver a ponerse su ropa. Pero ella podía hacer algo para borrar el gesto de desmayo de la novia.
–No pasa nada, Catherine –le dijo con tono tranquilizador–. Yo puedo arreglar el vestido. Sé cómo hacerlo. Y antes de que preguntes te diré que llevo una máquina de coser en el maletero del coche.
Leanne y Catherine la miraron con la boca abierta.
–Pero… pero… –Catherine no parecía muy segura de la proposición.
Paula sonrió para tranquilizarla.
–No tienes de qué preocuparte. Soy una experimentada modista. Me dedicaba a ello antes de entrar en el marketing –añadió para respaldar la mentirijilla de Pedro–. Yo misma me hice la chaqueta que llevo, y creo que tiene un diseño muy bonito.
–¡Y que lo digas! –exclamó Catherine–. La he estado envidiando desde que llegaste.
–Yo también –reconoció Leanne–. Las chaquetas de flores se llevan mucho esta primavera.
–Pero dime una cosa, Paula –Catherine parecía desconcertada–, ¿siempre viajas con la máquina de coser?
Paula se dio cuenta al instante de que no podía decir que tenía pensado coser la mayor parte del fin de semana en el motel hasta que el destino lo cambió todo.
–Dios, no –afirmó riéndose–. Es que el fin de semana pasado le cosí unas cosas a una amiga y se me olvidó sacarla del maletero.
Ya puestos a decir mentirijillas, esta no era de las peores.
Pero Paula se dio cuenta de que no tenía amigas como las que tenía Catherine. Cuando se marchó de Sídney para ir a vivir en la Costa Central dejó atrás todas las amigas que había hecho en el colegio. Veía a un par de ellas ocasionalmente, pero no formaban parte de su vida.
Paula no se había visto a sí misma como una persona sola hasta ahora. Tenía una familia numerosa, pero de pronto envidió a Catherine por sus amigas. Prometió entonces hacer algo al respecto al volver a casa. Tal vez podría apuntarse a un gimnasio. O practicar algún deporte en equipo. En el colegio era buena al baloncesto, ser más alta que las demás le proporcionaba ventaja. Sí, eso haría.
–¿Qué te parece si llevo a Pedro otra vez a casa de Andy? –sugirió–. Luego podría volver y centrarme en el vestido. Me llevará un par de horas. Quiero hacerlo despacio y bien.
Catherine sonrió.
–Me salvas la vida, Paula. Y luego puedes quedarte a cenar –añadió–. Después podemos celebrar una pequeña fiesta nosotras. No tiene sentido que vuelvas a casa de Andy, Pedro y él van a estar esta noche en Mudgee. Unos cuantos amigos suyos de la universidad se alojan allí en un motel y se van a reunir todos. Ya sabes cómo son esas cosas. Al menos la boda es a las cuatro y media, así que tendrán tiempo para reponerse.
–¿Dónde va a ser la boda, Catherine? –preguntó Jess.
–En el jardín de rosas de mi madre. Y la fiesta se celebrará en una carpa situada en el jardín de atrás.
–¿Y cuál es la predicción del tiempo para mañana? –quiso saber Paula. Le preocupaba que la ley de Murphy asomara su fea cabeza en el último minuto.
–Perfecto. Cálido, sin lluvia a la vista. Bueno, vamos a bajar para tranquilizar a mamá mientras tú dejas a Pedro en casa de Andy. Pero no tardes mucho –añadió con una sonrisa–. Nada de ñaca-ñaca. Reserva eso para después de la boda.
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