Pedro marcó el número de su ex… y volvió a saltarle el buzón de voz. Luego se puso a llamar a varios familiares, pero cinco llamadas después no había conseguido que alguien accediera a ayudarlo.
Claro que las excusas eran convincentes: su prima Carla tenía a sus dos hijas con amigdalitis; su primo Victor le había dicho que su esposa acababa de dar a luz a su tercer hijo… ¡Pero él tendría que haber salido hacía ya cinco minutos!
Mientras le daba vueltas a todo vio a Paula colocarse a Baltazar en la cadera como si fuera algo cotidiano. Era evidente que se le daban bien los niños. De pronto se le ocurrió una idea. Quizá fuera absurda, pero no tenía demasiadas opciones.
Aunque le había dado a entender a Paula que se había leído su propuesta por encima, no era cierto. El espíritu emprendedor de la joven, que había logrado revivir una empresa moribunda, captó su interés, pero su instinto le dijo que no era el momento de arriesgarse. No cuando su negocio estaba expandiéndose. Necesitaba una agencia de servicios de limpieza consolidada, aunque le costase más dinero.
Pero dejando eso a un lado, lo que necesitaba en ese momento era una niñera. Paula parecía una persona responsable y de confianza, y saltaba a la vista que se manejaba bien con los niños. Era como si hubiese caído del cielo. Tomada la decisión, se lanzó.
–Tengo una propuesta para usted. Si viaja con los niños y conmigo a San Agustín y hace de niñera las próximas veinticuatro horas, le dejaré que me exponga su propuesta en detalle –le dijo Pedro–. No voy a cambiar de opinión, pero le explicaré por qué la rechacé. Podría serle útil si quiere hacerle una propuesta similar a otras empresas. E incluso estoy dispuesto a darle unos cuantos contactos; muy buenos contactos. Y le pagaría bien, por supuesto: la paga de una semana por un día de trabajo.
Ella lo miró suspicaz.
–¿Veinticuatro horas haciendo de Mary Poppins a cambio de consejos y unos cuantos contactos?
–Creo que podré encontrar una persona que se ocupe de los niños en veinticuatro horas pero entre tanto me haría un gran favor.
Tiempo atrás habría añadido para sus adentros que también le bastaban veinticuatro horas para seducir a una mujer, pensó recorriendo las curvas de Paula con la mirada. Lástima que no pudiese aprovechar aquel viaje para desempolvar esa habilidad.
–¿Y se fía de dejar a sus niños con una extraña? –inquirió ella en un tono que rezumaba desdén.
–¿Le parece que éste es el momento adecuado para criticarme como padre?
–Podría llamar a una agencia para que le manden a una niñera.
–Ya lo he pensado, pero tengo que salir cuanto antes y es imposible que puedan mandarme a alguien a tiempo y puede que a mis hijos no les guste la persona que manden, y con usted en cambio parece que están a gusto –le respondió Pedro–. Además, sé quién es usted –incapaz de resistirse, tocó con el dedo el logotipo del polo de Paula, justo encima del pecho. Fue un instante, pero casi le pareció que iba a salir una llama de su dedo–, y creo que es una persona en la que se puede confiar.
Paula vaciló un momento.
–Bueno, mañana es mi día libre –murmuró pasando una mano por el logo, como si el contacto de su dedo permaneciese–. ¿De verdad me escuchará para aconsejarme, y me recomendará a otros?
–Palabra de honor –le dijo él, sonriendo.
–Antes de darle una respuesta, quiero que sepa que no pienso darme por vencida, seguiré intentando convencerlo para que contrate mis servicios.
–No tengo inconveniente en que lo haga.
Pedro estaba seguro de haberle hecho una oferta lo bastante tentadora como para que aceptara, pero necesitaba una respuesta ya.
–Tengo que marcharme dentro de un par de minutos, así que si va a rechazar mi propuesta le agradecería que me lo dijera ya para poder buscar a otra persona –la presionó.
–De acuerdo –respondió ella–, trato hecho. Llamaré a mi socia para decírselo y…
–Estupendo –la cortó él–, pero después de que hayamos sentado a los niños. Ponga a Baltazar en su sillita y abróchele el cinturón –dijo mientras él hacía lo propio con Olivia.
Paula obedeció, aunque aturdida.
–¿Pero dónde está el piloto? –inquirió alzando la vista hacia él mientras abrochaba a Baltazar.
Pedro la miró y no pudo evitar preguntarse cómo sería ver esos ojos azules ardiendo de deseo. No iba a resultarle fácil concentrarse durante las próximas veinticuatro horas con aquella atractiva mujer a su lado, pero sus hijos eran su máxima prioridad.
–¿El piloto? –respondió con una sonrisa divertida–. El piloto soy yo.
Ya me atrapó.
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