sábado, 1 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 3


Pedro giró la cabeza para mirar a Paula Chaves. Sí, sabía quién era aquella guapa rubia, pero no tenía tiempo y no estaba interesado.


–¿Le importaría decirme de qué habla?


Tenía menos de veinte minutos para ponerse en camino desde Charleston, Carolina del Sur, a San Agustín, en Florida. Tenía una reunión de negocios para la que llevaba seis meses preparándose, una cena con los Medina, una familia real que vivía en el exilio en los Estados Unidos. Un buen negocio si la cosa salía bien; una oportunidad única, de las que sólo se dan una vez en la vida.


Le daría la libertad necesaria para volcarse más en la filial filantrópica de su compañía. Libertad… una palabra que había adquirido para él un significado muy distinto en comparación con los días en los que había pilotado un avión fumigador en Dakota del Norte.


–Le estoy hablando de… esto.


Paula le tendió un papel y se hizo a un lado, dejando al descubierto a… ¡sus hijos! Tomó el papel y lo leyó. ¿Qué? ¿En qué diablos estaba pensando Pamela dejándole a los gemelos así? ¿Cuánto tiempo llevaban allí? ¿Y por qué diablos no lo había llamado en vez de dejarle una nota, por amor de Dios?


Sacó el móvil del bolsillo de su chaqueta y la llamó, pero de inmediato le saltó el buzón de voz. Sin duda estaba evitándolo. Justo en ese momento le llegó un mensaje. Lo abrió, y todo lo que decía era:

Kería asegurarme d k lo supieses. Te dejo a los gmlos en el avión. Perdona x no decírtelo antes. Bsos.


–¿Qué diablos…? –Pedro se contuvo antes de soltar una palabrota delante de los niños, que estaban empezando a aprender a decir sus primeras palabras. Guardó el teléfono y se volvió hacia Paula–. Perdone que mi ex le haya obligado a hacer de niñera. Naturalmente le pagaré un extra. ¿No se fijaría usted en qué dirección se fue? –le preguntó.


–Su ex mujer no estaba aquí cuando llegué. He intentado llamarlo a su oficina –respondió Paula levantando su móvil–, pero su secretaria no me dejó decir una palabra y me puso en espera hasta que ha aparecido usted. Si llega a tardar un poco más habría tenido que llamar a seguridad y habría venido alguien de los servicios sociales y…


Pedro se le estaba revolviendo el estómago de sólo pensarlo y alzó una mano para interrumpirla.


–Gracias, es suficiente; ya me hago una idea de lo que habría pasado.


Pedro le hervía la sangre. Pamela había dejado solos a los niños dentro de un avión en su aeropuerto privado. ¿Y cómo la había dejado subir allí el personal de seguridad? Probablemente porque era su ex. Allí iban a rodar cabezas. Estrujó la nota de Pamela y la arrojó. Luego se relajó para no asustar a los pequeños, y desabrochó el cinturón de la sillita de Olivia.


–Eh, ¿qué pasa, princesa? –dijo levantándola muy alto para hacerla reír.


La niña dio un gritito, entusiasmada, y cuando sonrió Pedro vio que le había salido un diente. Olía a melocotón y a champú de bebé, y no había tiempo suficiente para darse cuenta de todos los cambios que parecían sucederse día a día en sus hijos.


Quería a sus hijos más que a nada en el mundo, desde el instante en que los había visto moviéndose en una ecografía. Había sido una suerte que Pamela le hubiese dejado estar presente el día en que habían nacido, teniendo en cuenta que ya entonces había empezado el procedimiento de divorcio. Detestaba no poder estar cada día con ellos, perderse los momentos importantes, por pequeños que fueran.


Alargó la mano y le revolvió el cabello a Baltazar.


–Eh, chavalín, os he echado de menos.


Lo tomó en brazos también y se dijo que tenía que mantener la cabeza fría. Enfurecerse no le serviría de nada. Tenía que averiguar qué iba a hacer con sus hijos. No podía llevárselos con él.




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