sábado, 1 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 4

 


En la época en la que se había mudado a Carolina del Sur había sido un idiota de remate que se había dejado deslumbrar por el lujo. Así fue como se había acabado casado con su ex. Se había criado con unos valores sencillos, en un entorno rural, pero había perdido aquellos valores cuando había ido en busca de playas y fortuna.


Ahora vestía aquellos trajes de chaqueta y corbata en los que se sentía prisionero, y ansiaba los momentos de soledad que le proporcionaban esos vuelos de un lugar a otro. Sin embargo, había aprendido que, si quería hacer negocios con cierta gente, tenía que vestirse de acuerdo con el papel que tenía que representar y aguantar las pesadas reuniones de negocios. Y aquel posible acuerdo con la familia Medina era muy importante para él. Miró su reloj y dio un respingo. Debería haber salido ya.


–¿Le importaría sujetar un momento a mi hijo mientras hago unas llamadas? –le pidió a Paula.


–No, por supuesto que no.


Paula extendió los brazos, y cuando Pedro le pasó al pequeño le rozó sin querer un seno con la mano. Era un seno blando y tentador. Aquel simple y breve roce accidental lo excitó de un modo inesperado.


Paula gimió como si le hubiese dado una descarga eléctrica. Lo mismo que le había pasado a él.


Olivia apoyó la cabecita en su hombro con un bostezo, devolviéndolo a la realidad. Era un padre con responsabilidades. Pero también era un hombre. ¿Cómo podía ser que no se hubiese fijado en el atractivo de aquella mujer al subir al avión? ¿Tanto lo había cambiado el ser rico que estaba empezando a ignorar a quienes estaban por debajo de él? Aquel pensamiento lo incomodó, pero también hizo que mirara a Paula con más detenimiento.


Llevaba el cabello, de un rubio claro, recogido con un sencillo pasador plateado, y vestía unos pantalones de color azul oscuro y un polo azul claro que hacía juego con sus ojos. No le quedaba ajustado, pero tampoco disimulaba sus curvas.


En otras circunstancias le habría pedido su teléfono, la habría invitado a cenar en uno de los ferris que recorrían el río, y la habría besado bajo el cielo estrellado hasta dejarla sin aliento. Pero ya no tenía tiempo para citas románticas; el trabajo lo mantenía muy ocupado y estaban también sus hijos.


Sus ojos se posaron en el logotipo que llevaba impreso el polo de Paula, el mismo que llevaba el papel de la carta de presentación que le había enviado con el folleto informativo de su pequeña empresa, A-1 Servicios de Limpieza de Aviones Privados.


–Sí, le envié una carta ofreciéndole nuestros servicios –le dijo ella enarcando una ceja cuando él levantó la cabeza–. Supongo que ése será el motivo por el que estaba mirando mi polo, ¿no?


–Evidentemente; ¿por qué iba a mirarlo sino?–respondió él con aspereza–. Debería haber recibido una respuesta de mi secretaria.


–La he recibido, y cuando no tenga tanta prisa le agradecería que me concediese una entrevista, porque si no es molestia querría que me explicase los motivos por los que ha rechazado mi propuesta.


–Le ahorraré tiempo y me lo ahorraré a mí también: no me interesa correr riesgos con una compañía tan pequeña como la suya –le dijo él.


Paula lo miró con los ojos entornados.


–No leyó mi propuesta hasta el final, ¿verdad?


–La leí hasta que mi intuición me dijo que dejara de leer.


–¿Y se dejó llevar por su intuición?


–Así es –respondió él, con la esperanza de que su respuesta pusiera fin a aquella incómoda situación. De pronto, lo asaltó una sospecha–. ¿Y cómo es que está usted limpiando en vez de alguien de la compañía con la que tengo contratado el servicio de limpieza?


–Nos han subcontratado porque no daban abasto, y obviamente no iba a rechazar una oportunidad para impresionarlo –le dijo.


Parecía que no se había achantado a pesar de que hubiera rechazado su propuesta, pensó él. Guapa y arrogante; una combinación peligrosa.


–Ya, bueno, si no le importa tengo que hacer esas llamadas –respondió sacando de nuevo el móvil.


–Entonces no lo molestaré –dijo Paula. Metió la mano en la bolsa de tela con las cosas de los bebés y sacó dos tortas de arroz. Le dio una a Baltazar y otra a Olivia–. Así estarán callados mientras habla.


Baltazar se puso a mordisquear su torta mientras los dedos de su otra mano se enredaban y tiraban del pelo de Paula, que curiosamente ni se quejó.



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