Cuando, por fin, Paula llegó a su habitación en el hotel, no fue a darse un baño ni encendió ninguna luz. Se quitó la ropa, que quedó esparcida por el suelo, y se metió en la cama. Comenzó a temblar.
—Mamá —susurró—, te echo de menos —se puso de lado, se llevó las rodillas al pecho y se las agarró—. Mamá, te necesito —quiso llorar para desahogarse, pero después de habérselas tragado dos veces aquel día, en ese momento las lágrimas se negaron a aparecer. Apretó la cara contra la almohada y el tictac del reloj le indicó cómo transcurría el tiempo mientras la noche avanzaba.
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