sábado, 7 de noviembre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 39

 


—¿Por qué no me dejas invertir en el hotel?


Era lunes por la tarde y Camilo acababa de marcharse. Desde el día anterior, Pedro y ella habían ido de puntillas el uno con el otro. Habían sido muy amables, muy cautos.


Paula no sabía cómo iba a soportar una semana si las cosas seguían así.


—Porque no.


—Eso no es una respuesta.


—Agradezco mucho la oferta, Pedro, pero no pienso dejar que arriesgues tu dinero sin saber si voy a poder sacar el proyecto adelante.


—Lo harás, estoy seguro.


Su sonrisa la deshizo. Claro que podían ser agradables el uno con el otro. Eran adultos, ¿no?


—Si invierto en tu proyecto, sé que obtendré beneficios.


—¿Para qué quieres más dinero? Aquí no tienes ningún sitio donde gastarlo. Además, segura que querrías dar tu opinión sobre todo…


—No, tú tomarías las decisiones.


Lo decía en serio. Y a Paula se le hizo un nudo en la garganta.


—No quiero caridad.


—¿De dónde sacarías el dinero para la decoración y todo lo demás?


—De Martin y Francisco. Ésta es la clase de proyecto que podría unirnos un poco.


Eran su familia, la ayudarían. Paul cruzaba los dedos para que fuera así, porque tenía la impresión de que iba a necesitar su apoyo cuando volviera a casa. En muchos sentidos.


—¡Martin y Francisco! —exclamó Pedro.


Paula se quedó atónita.


—¿Estás enfadado?


Lo estaba. Muy enfadado. Pero ella no lo entendía.


—No…


—Son mi familia. Ellos son los que deberían ayudarme.


Era el plan perfecto. Salvo que entonces Pedro desaparecería de su vida. Aunque tampoco estaría en su vida si invirtiera dinero en el hotel, no como a ella le gustaría, desde luego.


—¿De verdad crees que tus hermanos van a ayudarte?


—¿Por qué no iban a hacerlo?


—Te enviaron aquí, ¿no?


—Y eso demuestra que son cariñosos…


—No, Paula. Sólo demuestra lo poco que te conocen.


Ella odiaba la verdad que había en esas palabras. Pero sus hermanos se habían molestado en pagarle unas vacaciones…


—Unas vacaciones en el infierno —dijo Pedro, como si le hubiera leído el pensamiento.


Sí, lo habían sido. En pasado. Pero ahora le gustaba estar allí, le gustaba charlar con Luciana y Camilo. Le gustaba Eagle's Reach.


—Al final, todo ha salido bien.


—¡Te has puesto enferma!


—Eso podría haberme pasado en cualquier parte.


Pedro se pasó una mano por el pelo.


—No deberías confiar en ellos.


Paula lo miró, atónita. No podía creer que hubiera dicho eso, no podía creer que quisiera matar todas sus esperanzas.


—Pero si no conoces nada a mis hermanos… Has hablado con Martín por teléfono sólo durante dos minutos y… —de repente, una oscura sospecha empezó a tomar forma—. A menos que no me lo hayas contado todo. ¿Pedro, hay algo que yo debería saber?


¿Qué podría haber dicho Martin para que Pedro reaccionase de esa manera?


—No.


—Entonces… crees que se aprovecharán de mí porque no sé cuidar de mí misma. Crees que me dejaré manipular. No crees que sea una persona con carácter.


—No pienso hablar de eso —dijo Pedro.


Paula tragó saliva, deseando no haberse visto a través de sus ojos. ¿Que no tenía carácter? Pues iba a demostrarle que lo tenía.


—¿Y quién crees que eres para darme una charla cuando eres tú el que se ha enterrado aquí en vida como un niño asustado? Me da igual que te creas responsable por la muerte de tu familia. No lo eres.


—No sigas…


Pedro no terminó la frase.


—No fuiste tú el que prendió la cerilla. Estás haciendo penitencia por un crimen que no has cometido.


—¡Yo tenía que haberlas salvado de mi padre!


Pero, aunque sus ojos brillaban de furia, Paula podía ver la desolación que había en ellos.


—Debería haber imaginado que haría algo así —añadió Pedro con desesperación.


Ella quería llorar. Y quería poner la cabeza de Pedro sobre su hombro y abrazarlo. Ninguna de las dos cosas resolvería nada, claro, de modo que se tragó sus impulsos.


—¿Por qué? ¿Por qué ibas tú a leer sus pensamientos cuando los demás no podemos hacerlo? ¿Por qué tenías que saber lo que haría cuando ni tu madre ni tu hermana lo sospecharon?


Pedro parpadeó.


—Sé que las habrías salvado de haber tenido la oportunidad. Sé que te cambiarías por ellas si pudieras. Pero no puedes, Pedro. Te culpas a ti mismo y te escondes aquí porque eso es más fácil que arriesgarse a vivir otra vez. Así que, hasta que estés preparado para reunirte con los vivos, Pedro Alfonso, no me des charlas sobre el carácter.


Y después de decir eso tuvo que sentarse.


—Puedes hacer lo que te dé la gana, pero no me digas cómo tengo que vivir mi vida —replicó él, apretando los dientes.


—Ése es un derecho que te reservas para ti mismo, ¿no? ¿Confía en mí pero no confíes en tus hermanos?


Paula vio cómo, poco a poco, se convertía en el extraño del primer día. Y no podía decirle que lo amaba. Pedro no querría oír eso.


—Aceptaré una inversión en mi proyecto si vuelves a ejercer la Medicina.


—No.


Su última esperanza había muerto. No lo había ayudado en absoluto, quizá todo lo contrario. Había despertado dolorosos recuerdos que él quería olvidar.


Pero antes de que pudiera pedir disculpas, Pedro se dio la vuelta y salió de la cabaña.


Molly dejó escapar un gemido desde detrás del sofá, donde se había escondido al oír los gritos.


—He metido la pata, Molly. No sólo no me querrá nunca, seguramente no volverá a dirigirme la palabra.


Ése sería el final de sus vacaciones en Eagle's Reach. Había tantas posibilidades de que Pedro volviera a besarla como de que le salieran alas



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