Paula no vio a Pedro durante el resto del día. Ni al día siguiente. Ni el día después. Molly y ella iban a dar paseos por el río y se sentaban a la orilla para tomar el sol, pero el sol nunca parecía penetrar el frío de su corazón.
Volvía a tiempo para charlar un rato con Camilo o para hacer crucigramas. Sola.
Comía con Luciana y, en cuanto Luciana se marchaba, se metía en la cama y se tapaba la cabeza con las mantas.
¿Eso era lo que iba a hacer durante el resto de su vida… echar de menos a Pedro Alfonso?
Intentó hacerse la fuerte y, durante el día, podía hacerlo. Pero, por las noches… por las noches era imposible.
Ya no se fijaba en el cambio de color de los árboles, ni en el brillo de plata del río. Cada día amanecía totalmente gris para ella, por mucho que brillara el sol.
El jueves, cuando volvió de su paseo con Molly, encontró una nota en su puerta. Y al reconocer la letra de Pedro, le dio un vuelco el corazón.
Ha llamado Julio Pengilly. Quiere que le devuelvas la llamada lo antes posible.
Nada más. Ni querida Paula, ni saludos. Absolutamente nada.
Con la nota en la mano, se dirigió a su casa y llamó a la puerta.
—Hola —intentó sonreír.
Él no le devolvió la sonrisa.
—He leído tu nota. ¿Puedo usar el teléfono?
Pedro, sin decir una palabra, se apartó para dejarla pasar.
—¿Estás bien? ¿Te encuentras mal o algo así? —preguntó ella.
—No. ¿Por qué?
Porque no decía una palabra, por eso.
—No te he visto estos días y se me ha ocurrido pensar que a lo mejor te había pegado el virus.
—No.
—Me alegro —Paula carraspeó—. No sé por qué me habrá llamado Julio aquí.
—¿Quién es?
—Un vecino. Bueno, el hijo de mi vecina. La vecina de la que te hablé, ¿te acuerdas?
—Sí, me acuerdo. Tuviste que llamarla… cuando conseguí que bajaras del tendedero.
—Espero que su madre esté bien. Y que no le haya pasado nada a mi casa…
Si hubiera alguna emergencia, Martin y Francisco la habrían llamado. A menos que la emergencia fuera sobre Martin y Francisco.
Paula marcó el teléfono a toda velocidad.
—¿Julio? Soy Paula Chaves. Por favor, dime que todo el mundo está bien…
—Sí, claro que sí. Lamento haberte asustado, Paula.
—¿Tu madre se está recuperando?
—Sí, está bien. Mira, Paula, no sabía si llamarte o no, pero…
—Dime.
—Martin y Francisco han enviado un equipo de topógrafos a tu casa.
Paula parpadeó. ¿Topógrafos? ¿Para qué? A lo mejor había algún problema con el suelo o… se le quedó la mente en blanco.
—Y también han venido con un agente inmobiliario. No sé por qué, pero esto no me gusta nada —siguió Julio—. Creo que deberías volver a casa.
—Me iré esta misma tarde —dijo Paula.
—Bien.
—Gracias por llamar.
—De nada. Tú te portas de maravilla con mi madre. Si puedo hacer algo por ti…
—Gracias, pero seguro que no hay nada de qué preocuparse.
Martin y Francisco eran sus hermanos. Tenía que haber una explicación.
Pero…
«No puedes confiar en ellos», le había dicho Pedro.
—¿Algún problema?
Ella se volvió. Después de lo que había dicho sobre sus hermanos no pensaba contárselo.
—Nada que no pueda solucionar, aunque me temo que voy a tener que acortar mis vacaciones.
—Ya lo he oído.
—En fin, sólo serán tres días.
Quería que Pedro dijera algo, cualquier cosa. Pero no lo hizo. Todo lo contrario, después de encogerse de hombros se dio la vuelta. Como si no le importase nada.
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