sábado, 31 de octubre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 16

 

Pedro masculló una palabrota cuando oyó el golpecito en la puerta. Dejó de mala gana la pieza del ajedrez que estaba tallando y miró su reloj: las dos.


A las cuatro el martes, a las tres el día anterior. A ese ritmo no aguantaría una semana.


Mejor. Paula Chaves estaba empezando a ser tan pesada como un moscardón. E igual de insistente. Pedro se pasó una mano por el cuello. Siempre podía salir por la otra puerta… ella no lo sabría nunca.


No. Paula no iba a echarlo de su casa. Entonces oyó otro golpe y apretó los dientes. Y tampoco a colarse en ella. Cuanto antes dejase claras las reglas, más fácil sería aguantar durante todo un mes.


De modo que abrió la puerta de golpe. Y, como esperaba, Paula estaba allí. No había salido el sol, pero su pelo brillaba como el sándalo, algo que, por alguna razón, le molestó.


—¿Qué? —ladró. Nada de hacerse el simpático, nada de fingir amabilidad.


Cuando vio que Paula daba un paso atrás endureció su corazón… y se odió a sí mismo por ello.


—He hecho magdalenas, pero me parece que he hecho demasiadas. Es una pena tirarlas y he pensado que te gustarían…


El olor a magdalenas recién hechas, mezclado con su fresca y afrutada fragancia, le llegó directamente al corazón. No recordaba la última vez que se había visto enfrentado a una tentación así.


—Pues te equivocas.


Debía ser fuerte, se dijo.


Esas magdalenas tenían tan buena pinta como ella y empezaba a intuir que podría acostumbrarse a comer magdalenas caseras de forma habitual. Y, si era sincero consigo mismo, debía admitir que también podría acostumbrarse a Paula y eso no podía pasar. La defraudaría como había defraudado…


—Pero te gustó la tarta del otro día. Y lo pasamos bien, ¿no?


Precisamente. Y por eso no podía dejar que ocurriera otra vez.


—Mire, señorita Chaves…


—Paula.


—No soy una niñera y no soy su amigo. Soy el hombre que le ha alquilado la cabaña por un mes, nada más. ¿Lo entiende?


Ella abrió mucho los ojos, sorprendida por su brusquedad.


—¿No te sientes solo?


—No.


Ya no. Casi nunca.


—¿Cómo lo haces? ¿Cómo puedes vivir solo aquí día tras día sin que eso te importe?


Pedro se daba cuenta de que no lo preguntaba por simple curiosidad. Quería saberlo. Quizá necesitaba saberlo. Y, seguramente, él había empezado como Paula.


No la búsqueda de contacto humano. Se había apartado de eso a propósito. Pero él hacía piezas de madera como ella hacía repostería. Se ocupaba del ganado y de las cabañas hasta que los días tomaban una forma propia, hasta que eso se había convertido en su vida.


Así que no necesitaba que aquella chica lo estropease todo. Que lo hiciera desear cosas que no podía tener.


—Eso no es humano. Todos necesitamos gente…


—Te aseguro que yo no. Y tampoco necesito una aventura de verano. ¿Qué crees que puede pasar entre nosotros? Te marcharás dentro de un mes… menos quizá.


—Podríamos ser amigos.


Pedro se rio, un sonido seco y duro que no le satisfizo. Tenía que librarse de aquella chica como fuera. Paula Chaves podía capturar a un hombre con esos ojos tristes y la suave curva de sus labios… Y todo terminaría en lágrimas. Sus lágrimas. Y entonces sí que se odiaría a sí mismo.


—Eres muy raro —murmuró ella.


Sí, eso lo sabía. Y también sabía que Paula no estaba hecha para aquel sitio.


—Ve a Martin's Gully —dijo, señalando el plato de magdalenas—. Puede que estén interesados en venderlas en la tienda de alimentación. Podrías sacar un dinero.


Luciana Perkins tomaría a Josie bajo su ala protectora y eso sería lo mejor para los dos.


Y después de eso, Pedro le cerró la puerta en las narices antes de que el sentimiento de culpabilidad lo obligase a dejarla entrar.



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