sábado, 31 de octubre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 19

 


Paula se marchó temprano por la mañana. Pedro lo sabía porque estaba observándola desde su casa. De modo que Bridget Anderson la había convencido para que la ayudase a montar el puesto… qué típico de ella.


Cuando el coche desapareció por el camino, recordó cómo había abrazado a Molly el primer día, recordó sus curvas pegadas a él cuando la ayudó a bajar del árbol…


Pedro sacudió la cabeza y se llamó idiota de todas las maneras posibles. Paula Chaves podía cuidar de sí misma. No era su responsabilidad.


—Ve a mirar el ganado —murmuró. Al menos eso era algo de lo que sí era responsable.


Pero tardó menos de una hora en hacerlo. Y se preguntó qué tal lo estaría pasando Paula en el mercadillo. Seguro que había vendido sus pasteles. Y seguro que Bridget Anderson la haría estar en el puesto todo el día…


—¡Ve a limpiar las cabañas!


Antes de las doce había terminado y todo estaba tan limpio como antes. Las cabañas llevaban semanas sin alquilarse, de modo que no había mucho que hacer.


Pedro apartó la mirada al pasar frente a la de Paula, pero recordó cómo se habían iluminado sus ojos cuando le dijo que lamentaba lo que le había pasado a su familia…


Nadie en Martin's Gully, ni siquiera Lu Perkins, se atrevía a mencionar esa historia. Todos sabían lo que había pasado y andaban de puntillas con él. Paula no. Y no podía dejar de admirar su sinceridad.


Y su generosidad.


Una generosidad de la que, sin ninguna duda, Bridget Anderson se estaba aprovechando en aquel momento.


Pedro dejó el cubo y la fregona en la cocina y, sin pensar, tomó las llaves del coche. De repente, le apetecía tomar salsa de tomate y miel. Se negaba a reconocer que era algo más que eso.


Vio a Paula enseguida, sola en un puesto, con los hombros caídos.


—¡Pedro! ¿Qué haces aquí?


—Me he quedado sin salsa de tomate.


Paula sonrió y esa sonrisa fue como una patada en el estómago.


—¿Puedo tentarte con alguno de nuestros pasteles?


«¿Nuestros?». Pedro reconoció la tarta de manzana de Luciana, pero estaba seguro de que el resto de los pasteles eran de Paula.


—¿Cuánto tiempo llevas aquí?


—Da igual. En cuanto termine la subasta, Bridget volverá…


—No te has movido de aquí en toda la mañana, ¿verdad? Seguro que aún no has tenido oportunidad de ver los demás puestos.


—Pero tengo mucho tiempo…


—¿Has comido?


—El destino me está castigando por saltarme el desayuno —sonrió Paula—. Detrás de la iglesia están organizando una barbacoa y se me hace la boca agua.


—¿Dónde está Lu?


—Está enferma.


Enferma de su hermana, seguro.


—Ven —dijo Pedro entonces.


—No puedo dejar el puesto…


—¿Por qué no? Todos los demás se han ido.


—Pero le dije a Bridget que me quedaría aquí… Además, está el bote del dinero y…


—Bridget volverá en cuanto vea que no hay nadie. ¿Ves ese sauce grande a la orilla del río? Toma un par de pasteles y reúnete allí conmigo.


—No puedo llevarme los pasteles…


—¿Por qué no? Los has hecho tú.


—¡Es para una obra benéfica! —protestó ella, indignada.


Pedro tuvo que sonreír mientras sacaba un billete de veinte dólares. Paula Chaves lo hacía sentirse diez años más joven.


—Eso es mucho dinero.


—Es para una obra benéfica, ¿no?


Paula sonrió y esa sonrisa, de nuevo, calentó partes de él que no deberían calentarse.


—O sea, que tienes hambre.


—No te lo puedes ni imaginar.


Y haría falta algo más que azúcar para satisfacerlo.


—¿El sauce llorón? —sonrió Paula.


—El sauce llorón —asintió él.


Después, se dio la vuelta para no tomarla entre sus brazos y besarla hasta dejarla sin aire.




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