El viernes por la mañana Paula fue a Gloucester para comprar suministros y un libro de recetas.
Por la tarde, Molly y ella fueron a dar un largo paseo. Pedro tenía razón: los caminos que llevaban al río eran preciosos. Aunque no tuvo oportunidad de decírselo porque no lo vio.
El viernes por la noche hizo merengues de limón y bollos de licor.
El sábado por la mañana hizo magdalenas, pastel de caramelo y una tarta de chocolate.
Y el sábado por la tarde encontró una garrapata en su cintura.
Asustada, se dejó caer en el sofá, intentando recordar lo que sabía de primeros auxilios. Era auxiliar de enfermería, debía recordar algo. Paula tragó saliva, pero tenía la mente en blanco. Ella no sabía nada sobre garrapatas.
Se bajó la cinturilla del pantalón y miró el parásito. Debía de habérsele pegado durante el paseo del día anterior. Se movía… Agggg, era asquerosa. ¿Y si tenía más? ¿Y si estaba cubierta de garrapatas?
De repente, le picaba todo el cuerpo.
—No seas ridícula —dijo en voz alta. Pero empezaba a sentir pánico. A lo mejor la adrenalina les hacía algo a las garrapatas. Sí, seguramente las convertiría en súper garrapatas—. Por favor…
Molly apoyó la cara en su pierna y Paula la miró, asustada. ¿Y si la perra también tenía garrapatas? ¿Cómo se le quitaba una garrapata a un perro? Entonces se levantó. Tendría que preguntarle a Pedro.
Se sentía orgullosa de no haber ido corriendo y haber llamado a la puerta con los puños. No, se obligó a sí misma a caminar lentamente y, cuando llegó a la puerta, levantó una mano y llamó dos veces: toc, toc.
Un ceño fruncido fue lo primero que vio.
—Sólo quiero hacerte una pregunta. No tardaré nada, te lo prometo.
—¿Qué?
—¿Cuál es el tratamiento para las garrapatas?
Dejando escapar un suspiro, Pedro la tomó del brazo y la llevó al interior.
—¿Dónde está? —preguntó.
—Por favor, mira a Molly primero. Ella es más pequeña que yo y tengo entendido que las garrapatas pueden causar infecciones…
—A los humanos también. Molly se pondrá bien, le daré la pastilla antiparásitos que le doy todos los meses.
—Menos mal. Pensé…
—¿Dónde tienes la garrapata? —la interrumpió Pedro.
—Pues verás… dime lo que tengo que hacer y yo misma me la quitaré.
Tenía la impresión de que sería mucho más seguro no dejar que Pedro Alfonso la tocase.
—Lo que tienes que hacer es decirme dónde está la maldita garrapata. Tranquila, soy médico.
—Sí, ya.
Pedro Alfonso estaba disfrutando con su angustia, seguro. Pero entonces recordó lo que Bridget le había contado…
—Aquí —murmuró, bajándose la cinturilla del pantalón.
Pedro se puso en cuclillas, girándola hacia la luz. Luego se levantó, tomó un tarro de vaselina, volvió a ponerse en cuclillas y aplicó una generosa cantidad sobre la garrapata.
—¿Vaselina? —murmuró Paula, casi sin voz. Sus dedos eran tan cálidos, tan seguros…
Oh, no. Sabía que había áreas de su vida que había desatendido durante los últimos meses, pero aquello era ridículo.
—Las garrapatas respiran a través del trasero, pero no pueden hacerlo si están cubiertas de vaselina. Luego la quitaré con esto —Pedro le mostró unas pinzas de depilar—. Para que la cabeza no se quede enganchada.
Ella tragó saliva.
—Ah, bien.
No quería que la garrapata dejase una sola porción de su cuerpo atrás, muchas gracias. Y no quería saber lo que pasaría si lo hiciera.
—¿Tienes más?
—No lo sé.
—Date la vuelta.
Paula obedeció y Pedro le levantó la camiseta para ver si tenía alguna en la espalda.
—No, está bien. Siéntate. Las garrapatas, como la mayoría de las criaturas, buscan calor y zonas protegidas. Voy a mirarte detrás de las orejas y en el cuello.
Ella se apartó el pelo a un lado y… tuvo que hacer un esfuerzo para que el calor de sus manos no la derritiera. Como el aroma de su cuerpo, una mezcla de madera y hierba. Quería respirar ese aroma y no dejar de hacerlo nunca…
Pensamientos locos, se dijo. Por culpa de la garrapata.
—Gracias por aconsejarme que llevase las magdalenas a Martin's Gully —empezó a decir, para distraerse.
—¿Has conocido a Luciana Perkins?
—No. Lu no estaba en la tienda, pero he hablado con su hermana Bridget.
—Ah, Bridget. La cotilla del pueblo.
—Voy a ir al mercadillo benéfico del domingo… mañana, al mercadillo de mañana —al día siguiente era domingo, pero con Pedro Alfonso tan cerca no podría estar segura.
—¿Por eso no dejas de hacer pasteles?
—Sí.
¿Cómo sabía él que estaba haciendo pasteles?
—El olor llega hasta aquí. Y huele muy bien —dijo Pedro, rozándole el cuello con los dedos.
—¿Cuál es tu pastel favorito?
Si se lo decía, lo haría para él. Para darle las gracias por quitarle la garrapata. Pero no cometería el error de pensar que iban a compartirlo.
—¿Por qué?
—Por nada, para encontrar inspiración.
Pedro terminó de inspeccionarla y ella respiró aliviada cuando se alejó… pero sólo un momento, porque inmediatamente se puso en cuclillas para volver a mirar la garrapata.
—Hay que esperar un par de minutos más. ¿Estás bien? ¿Sientes náuseas, mareos?
—No —contestó Paula. Estaba un poquito mareada por el roce de sus manos, pero nada más.
—¿Así que Bridget te ha convencido para que te pongas a hacer pasteles?
—Bueno, me ha dicho que su hermana y ella tienen un puesto en el mercadillo y yo voy a ayudarlas.
—Es una oportunista.
En fin, Bridget le había pedido que fuera temprano para ayudarla a montar el puesto, pero…
—No, qué va. Yo quería hacerlo de todas formas. ¿Tú piensas ir?
—¿Yo? Lo dirás en broma.
—¿Por qué no? Es una comunidad muy pequeña y deberías apoyarlos.
—¿Dejando que Bridget se meta en mi vida? No, gracias. Tengo cosas mejores que hacer.
¿Como qué?, le habría gustado preguntar. Pero no lo hizo, no se atrevió.
—Pues yo creo que será divertido. Además, por aquí no hay mucho que hacer y Bridget…
—¿Bridget qué?
—Sí, tienes razón, es un poco cotilla. Pero eso no significa que sea mala persona. Además, no todo el mundo en Martin's Gully será así, ¿no?
Los ojos de Pedro se oscurecieron.
—¿Por qué lo dices?
—Bridget me contó lo que le pasó a tu familia —contestó Paula, nerviosa.
Él dio un paso atrás, como si lo hubiera abofeteado.
—No tenía derecho…
—No, ya lo sé. Lo siento, lo que te pasó… debió de ser lo más horrible del mundo para ti. Lo siento mucho, de verdad.
Pedro la miraba como si no supiera qué decir. Tampoco ella sabía qué decir.
—Creo que ya podemos quitar la garrapata.
Antes de que pudiera decir nada más, él tomó las pinzas y, delicadamente, apartó el parásito.
—Gracias —murmuró Paula, levantándose—. ¿Quieres que te traiga algo de Martin's Gully?
—¿Por ejemplo?
—No sé… a lo mejor te gusta la salsa de tomate que hace la señora Elwood o la miel del señor Smith.
—No hay ninguna señora Elwood en Martin's Gully.
—¿Y tampoco hay señores Smith?
—Varios, pero ninguno de ellos produce miel.
—Entonces, ¿nada de salsa de tomate?
—No, gracias.
—Muy bien. Buenas noches —murmuró ella, abriendo la puerta.
—Paula.
—¿Sí?
—Tienes que darte una ducha. Lávate bien las axilas y el cuello. Cualquier sitio donde pueda alojarse una garrapata.
—Lo haré.
Esperó un momento, pero cuando él no dijo nada más, se marchó.
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