sábado, 1 de agosto de 2020

CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 43




El grito volvió a sonar, más fuerte que antes: un grito de pánico. Pedro fue más rápido. Paula apenas acababa de apartarse cuando él se incorporó del sofá, recogió una de las muletas y se lanzó hacia la puerta del dormitorio.


Paula intentó seguirlo, pero el vestido se le enredó en los tobillos y tropezó, derribando una mesa baja. La puerta se abrió de golpe. Los dos agentes de seguridad que habían estado haciendo guardia en el pasillo atravesaron el salón a la carrera, con las armas desenfundadas.


Desde el suelo, Paula les señalo el dormitorio. Pedro ya habían desaparecido dentro.


—¡Allí! —gritó—. ¡Mi sobrino!


Mientras terminaba de vestirse, se asomó al umbral. Pedro había encendido la lámpara de la mesilla y estaba sentado en el borde de la cama, con Sebastián en su regazo. Uno de los guardias se hallaba dentro, mirando por la ventana. No había rastro del asesino.


—Falsa alarma —dijo el guardia—. Ahí fuera no hay nadie.


—Por aquí todo está despejado —añadió el otro, que se había dedicado a registrar el resto de la suite.


Paula se arrodilló al lado de Pedro:
—Sebasochka… —le acarició la espalda—. ¿Qué ha pasado?


—Ha tenido otra pesadilla —le explicó Pedro, Sebastián la miraba con el dedo metido en la boca.


—Cuando entré, estaba señalando la ventana —continuó Pedro—. Creía que el monstruo estaba ahí fuera.


Paula se levantó de un salto.


—Mire otra vez —le ordenó al agente.


—No hay nadie allí —respondió el hombre—. Es imposible.


Sabía que tenía razón. Lo único que podía verse desde allí eran las estrellas reflejándose en el mar. La terraza no llegaba hasta el dormitorio, con lo que Sebastian no podía haber visto a nadie allí. De todas formas, por el bien del niño necesitaba asegurarse.


—Usted —ordenó al agente que se había quedado en el umbral—. Salga y registre la terraza.


Veinte minutos después, la suite entera había sido registrada de arriba abajo, siguiendo las instrucciones de Paula. No habían encontrado nada. Sólo entonces aceptó que se había tratado de una falsa alarma. Despidió a los guardias y cerró la puerta. Miró la mesa con la que había tropezado en su apresuramiento. Su sujetador estaba tirado en la alfombra, recordatorio de lo que había estado haciendo con Pedro. Todo aquello le parecía irrelevante en comparación con la amenaza que representaba aquel asesino suelto y, sin embargo, también aquel episodio había contenido su propia dosis de amenaza. Porque había estado a punto de hacer el amor con Pedro. Peor aún: estaba al borde de enamorarse de él.


Era una suerte que los hubieran interrumpido antes de que cualquiera de aquellos desastres hubiera llegado a consumarse.


Cuando volvió al dormitorio, Pedro estaba terminando de arropar a Sebastian. 


Incorporándose, se llevó un dedo a los labios.


—¿Está bien? —susurró.


—Eso parece —apagó la luz de la mesilla, recogió la muleta y abandonó la habitación, dejando la puerta entreabierta—. Creo que Sebastian está empezando a sentirse mucho mejor ahora que sabe que todo el mundo cree en él.


—Pero los guardias no han encontrado a nadie.


—Yo tampoco esperaba que lo hicieran. Esta vez Sebastian me habló a medias en inglés y a medias en ruso, así que pude entender algo. Se trataba solamente de un sueño, y él mismo era consciente de ello —señaló la ventana con la cabeza—. Me dijo que estaba lloviendo y que se asustó.


—Estaba lloviendo la noche del accidente.


—Está recordando más detalles —concluyó Pedro.


—Yo no sé si eso es bueno o malo.


—Hablaré con un especialista cuando lleguemos a casa. Ahora que ya conozco el origen de los terrores de Sebastián, encontraré alguna manera de combatirlos.


Se cruzó de brazos y contempló a su sobrino durante un rato, Pedro permanecía en silencio a su lado, lo suficientemente cerca como para que ella pudiera percibir el calor de su cuerpo, pero no lo tocó ni apoyó la cabeza sobre su hombro. 


Una vez más, el asesino de su familia volvía a interponerse entre ellos.


Recordó sus palabras: «Cuando lleguemos a casa». Se había referido a Sebastian y a él, por supuesto. A ella no la había incluido.


Tampoco lo había esperado. En realidad, nada había cambiado. Pedro mantenía intactas sus prioridades, ella las suyas.


—Paula, sobre lo que acaba de suceder…


—No han sido más que unos cuantos besos, Pedro —lo interrumpió—. No es para tanto. No pienso disculparme.


—Yo tampoco.


—Y tampoco estás obligado a decirme que no volverá a suceder. Eso ya lo sé. Simplemente me estaba sintiendo un poco… sola.


—Entiendo —le puso un dedo bajo la barbilla, obligándola a que lo mirara—. Quiero que duermas aquí, con Sebastián, esta noche.


—No, había pensado en dejaros a los dos el dormitorio. Yo dormiré en el sofá-cama.


—Duerme aquí, Paula. Yo dormiré en el sofá.


—Estarás incómodo. Recuerda que estás herido.


—Mi rodilla está mejorando. Ya casi no siento ningún dolor.


—¿Siempre tienes que ser galante?


—¿Y tú siempre tienes que discutir?


Pedro


La acalló con un beso. Sólo fue un ligero roce, nada que ver con los besos que habían compartido antes, pero Paula se sintió repentinamente aturdida, mareada. Tuvo que apoyarse en el marco de la puerta para sostenerse.


Pedro le cubrió la mano con la suya.


—No soy galante, Paula —susurró—. Quiero que duermas en la cama de Sebastian… para no sentirme tentado de dormir contigo.




1 comentario:

  1. Ayyyyyy cómo me gustaron estos 5 caps, espero que agarren pronto al terrorista y ellos se enamoren.

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