sábado, 25 de julio de 2020

CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 19




Desde su aventajada posición en la baranda de proa, Mauricio O'Connor no pudo ver al hombre alto del abrigo negro que espiaba la salida del barco… pero sí que vio el coche de policía. Eso le puso los pelos de punta. Pese a saberse protegido por aquellas ropas de sacerdote, no pudo evitar contener el aliento hasta que por fin se alejó el vehículo.


Menos mal. No se habían presentado allí por él.


—¿Ya has recogido esa cosa?


Mauricio se volvió para mirar a Giorgio. «Esa cosa» era un alfiler de oro ateniense de veintisiete siglos de antigüedad, pero Mauricio ya sabía de la escasa afición de su socio por los objetos con los que traficaban.


—Sí.


—¿Dónde está?


—Con el resto de mi colección.


—¿En tu camarote?


—Es el mejor camuflaje. Nadie sospechará que entre tanta imitación se encuentra una antigüedad auténtica.


Giorgio sonrió y soltó un silbido cuando dos jóvenes mujeres pasaron a su lado. Luego se volvió hacia Mauricio:
—No puedes dejarla allí durante tanto tiempo. Deberías dejarme que la escondiera en el bote salvavidas, como te aconsejé desde un principio.


—Los botes salvavidas son sometidos a rigurosa inspección. Si te hubiera hecho caso, a estas alturas ya lo habrían descubierto. Además, ¿quién sospechará del Padre Connelly y de su afición a las antigüedades? —se quedó mirando a las jóvenes hasta que aparecieron dos hombres y se alejaron con ellos—. Al fin y al cabo, ¿qué otros placeres le quedan a un hombre que ha hecho voto de castidad?


—Hablando de placeres… ¿has visto a la bibliotecaria? Ariana Bennett está pero que muy bien.


—Cuidado, Giorgio. Sospecho que esa mujer oculta algo.


—¿Por qué?


—Es inteligente. Y ha hecho tantas salidas a tierra como yo.


—¿Y qué? Es su primer viaje. Querrá hacer turismo. Que tú luzcas ese alzacuellos no significa que yo no pueda divertirme un poco, Padre Connelly.


Mauricio suspiró.


—Antes he visto un par de policías locales bajar del barco. ¿Sabes tú algo?


—Uno de los marineros fue tiroteado esta mañana. Los polis subieron a bordo para informar al capitán.


—¿Asesinado? Eso significa que extremarán las medidas de seguridad.


—No te preocupes. No lo mataron aquí. Fue en una taberna de las afueras.


—Menos mal.


—Tengo entendido que se trató de un ajuste de cuentas.


—¿Saben quién lo hizo?


—Hasta el momento, no. Fue en uno de esos lugares donde nadie ve ni oye nada. El marinero era ruso. Ya sabes cómo es esa gente.


—Mira, no me importa quién lo mató ni quién lo hizo, siempre y cuando este barco no se llene de policías. Tenemos un buen negocio entre manos. Lo último que necesitamos es una investigación por homicidio…





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