sábado, 13 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 53




Se detuvo en seco. Santo cielo, ¿qué le pasaba? Muy bien, no estaba embarazada, y Pedro no tenía necesidad de casarse con ella, pero eso no significaba que su relación debía acabar. No significaba que lo amara menos ni que no pudieran seguir siendo amantes. Por supuesto, sus días juntos estaban contados, pero Pedro representaba para ella más que nada en el mundo. «¡Maldita sea!», pensó, y continuó avanzando por el pasillo, «no iba a quemar los puentes prematuramente». Había aprendido a disfrutar del momento y no pensaba estropear el tiempo que les quedara juntos lamentando de antemano el fin de su relación. 


Cuando eso sucediera, estaría preparada, pero no pensaba abandonar la felicidad hasta que Pedro le dijera que la relación había terminado.


Desde luego, dada la expresión que mostraba él en el rostro al avanzar hacia ella por el pasillo, quizá significara que su actitud positiva iba a ser muy fugaz.


—¿Dónde has estado? ¡Te he buscado por todo el edificio!


—¿Por qué?


—Porque dijiste que tenías que ir a ver a Carey. Eso fue hace veinte minutos.


—Lo siento —¿era intuición o deseo... pero, no percibía algo de celos en su voz?—. Ir al cuarto de baño fue un acto impulsivo. Intentaré mantenerte informado de mis actos y... —sonrió—, no hacer pis tanto tiempo en el futuro.


—¡Qué graciosa! Me tenías preocupado —se maldijo en silencio por haberlo reconocido.


De hecho, se sintió aliviado cuando Carey le dijo que no la había visto; sólo empezó a preocuparse cuando nadie más en el edificio la había visto.


—¿Te preocupaba que viera a Ivan? —preguntó divertida, aunque el contacto de sus dedos en la mejilla de él fue un acto conciliador—. Oh, Pedro... ¿de verdad crees que después de lo que hemos compartido puedo seguir interesada en él?


—¡Más te vale! —gruñó, y la abrazó cuando ella tuvo la audacia de reír—. ¿Qué es tan gracioso?


—¿Quieres decir aparte de la idea de que estés celoso de Ivan?


—Jamás dije que estuviera celoso de él —señaló; era la única respuesta que le permitía no mentir ni reconocer que por primera vez en su vida se sentía amenazado por otro hombre—. De hecho, te buscaba porque se me ha ocurrido una idea para evitar a los Mulligan...


Pedro —tiró de su corbata—. Cuéntame tu maravillosa idea.


—Primero bésame.


—¿Pago por adelantado? —sonrió—. Creo que no, señor Alfonso; primero la información.


—Es sencilla, pero ingeniosa. Lo cual me lleva a pensar que debería subir el precio a dos besos...


—¡Pedro!


—De acuerdo... Nos vamos de vacaciones ahora —el asombro de ella hizo que resultara fácil pegarla a la pared.


Pedro, sé sincero... ¿has pasado la tarde esnifando pegamento?


—¿Por qué, cuando tu aroma me da el subidón más grande del universo? —le besó el cuello.


—No me lo puedo creer —musitó ella.


—Es verdad que hueles de maravilla —bromeó, pero en vez de sonreír, Pau lo miraba como si le hubiera salido una segunda cabeza.


—¿Tú? —le dio un golpecito en el pecho—. ¿Pedro Alfonso, que nunca se ha tomado más de medio día libre... bueno, Dios sabe en cuántos años, está sugiriendo que dejemos todo
en un momento crucial y nos vayamos de vacaciones... —chasqueó los dedos— ...así?


—Claro. Los dos nos las merecemos. Y como ya le dijimos a sir Frank que llevábamos separados semanas antes de que fueras a la isla, parecerá una explicación legítima para nuestra ausencia.


—¿Estás seguro de que no eres víctima de algo que podría clasificarse como un Expediente X? —lo miró con suspicacia.


—Sólo soy víctima de ti —le enmarcó el rostro entre las manos—. Y ahora deja de hacerte la graciosa y reconoce que es un gran plan.


—¿Qué ha dicho Damian al respecto?


—Se lo contaré cuando vuelva a la oficina —se encogió de hombros y le besó una comisura de los labios, luego se centró en la otra—. Pensé que podríamos ir a la casa de la bahía, donde sólo tendremos que ir de la playa al dormitorio.


—¿Eso significa que ya no piensas alimentarme?


—Pediremos pizzas —murmuró, centrando la atención en su cuello. El cuerpo de Paula se retorció en señal de aprobación, lo cual era todo lo que él necesitaba para avanzar, emparedarla con su cuerpo y capturar su jadeo con la boca. 


La respuesta de ella fue rápida y potente, y Pedro maldijo que el calor de sus manos en su cintura se viera mitigado por la camisa.


—Hmm... eh... no creo que Damian lo apruebe —dijo en cuanto él volvió a mordisquearle el cuello.


—Sí lo hará. Sabe que cuanto menos contacto tengamos con los Mulligan, mejor... —calló cuando le alzó la cabeza para que lo mirara.


—Me refiero a perder tiempo de la empresa y a besarnos en los pasillos.


—Oh, cierto. Y también le molesta que se haga el amor en los despachos, ¿no? —ella asintió—. ¿Cómo crees que le sentará en el cuarto donde se guardan los artículos de oficina? —preguntó con cómica especulación.


—Del mismo modo que si le decimos que lo dejaremos solo para enfrentarse a los Mulligan —al leer la protesta en el rostro de Pedro, añadió—: De todos modos, Pedro, no puedo irme de vacaciones ahora mismo. Tengo trabajo que recuperar hasta la próxima década —no era del todo mentira. Pero el verdadero motivo por el que no quería usar sus vacaciones era porque las reservaba para el día lluvioso en que él le dijera que su relación se había terminado. Hizo a un lado ese pensamiento y se obligó a sonreír—. Deja de preocuparte, Pedro. Confía en mí, sobreviviremos a esta noche y ahí se acabará
todo.





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