sábado, 13 de junio de 2020
MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 54
Durante toda la noche Pedro sólo pensó en una cosa. «No quiero que este sea el final de todo».
Sólo porque llevaba reloj supo que la cena con los Mulligan y el trayecto de trasladarlos al aeropuerto para subir al vuelo privado que los llevaría a casa habían durado seis horas; aparte de eso, no habría sido capaz de contar qué había sucedido durante la velada. Sólo fue consciente de Paula, del tono melodioso de su voz y de su risa. La arrebatadora belleza de su cara lo había mantenido hechizado.
Pero en ese momento temía apartar la vista del camino para mirarla, por miedo a que hablara. El absoluto silencio que había mantenido desde que se despidieron de los Mulligan tenía una cualidad ominosa.
Al girar el coche para entrar en la calle de ella volvió a verse abrumado por una inquietud emocional que no entendía. Necesitaba tiempo para pensar sin distracciones... un tiempo a solas. Pero por primera vez en su vida la idea de quedarse solo lo tenía casi paralizado de terror.
Por un lado parecía ridículo que Pau pusiera fin a su relación por no estar embarazada, cuando en todo momento se había negado a aceptar la posibilidad de estarlo. Por supuesto, había dejado que su relación evolucionara porque lo deseaba, y no porque creyera que era inevitable que tuvieran que casarse. Pero, ¿y si decidía que todo se había acabado al desaparecer la preocupación de los Mulligan y de ser padres?
Antes de que rechazara la idea de las vacaciones, Pedro había estado convencido de que en cuanto se alejaran de la sombra de Porter y del trato con los Mulligan, ella comprendería que lo que compartían iba más allá de los negocios y de un sexo estupendo. Que era... bueno, especial de alguna manera. ¿Qué posibilidades tenía de explicarle sus sentimientos cuando ni siquiera él mismo era capaz de entenderlos?
Seguía confuso cuando introdujo el coche en la entrada de la casa de Pau.
—Pedro, sé que Damian espera que vuelvas a tu piso, así que no hace falta que me acompañes dentro —Paula se había quitado el cinturón de seguridad antes de que el vehículo parara de golpe por la fuerza con la que él piso el freno. Cuando Pedro logró salir del coche ella ya cruzaba el césped hacia la puerta, donde se detuvo para rebuscar en el bolso—. ¡Menos mal! —rió, agitando las llaves—. Por un segundo pensé que tendría que entrar por la ventana y darle explicaciones a la policía.
—¿Por qué? —preguntó él con voz tensa—. ¿Es que cambiaste la cerradura cuando fui a buscar el esmoquin?
—Imagino que hace falta algo más de una semana para acostumbrarse a compartir; olvidé que te había dado un juego a ti.
—¿Es un modo indirecto de pedirme que te las devuelva? —se obligó a preguntar, a pesar de temer la respuesta.
—¡No! ¡Claro que no! —Pedro se sintió aliviado al observar su expresión angustiada.
—De acuerdo. Entonces, ¿por qué te muestras tan ansiosa por deshacerte de mí? —inquirió, alzándole la barbilla. Y en cuanto lo hizo se arrepintió—. Olvida que lo he preguntado —murmuró con la boca pegada a su frente—. Después de mi exhibición adolescente de conducta hormonal en el pasillo hoy, tienes derecho a pensar que seré lo bastante insensible como para saltar sobre ti lo desees o no.
—No es eso —se apresuró a contestar ella— Es que como Damian se queda en tu casa, se preguntará por qué tardas tanto. Y... y, bueno... preferiría...
—¿No anunciar el hecho de que somos amantes? —preguntó él. Pau bajó la vista. Pedro supo que si decía algo sin duda lo lamentaría, así que en silencio le quitó las llaves de los dedos y abrió la puerta por ella, encendió la luz y entró para desactivar la alarma. Respiró hondo antes de atraparla en sus brazos para darle un beso intenso, pero muy breve—. Buenas noches, cariño. Cierra bien la puerta —ella asintió—. Y escucha, no te molestes en poner el despertador. Te despertaré con el desayuno en la cama.
—¡No! Será mejor que mañana lleguemos por separado a la oficina —otra sonrisa forzada iluminó su rostro—. Es por Damian.
Pedro no se molestó en recordarle que por lo general Damian entraba en su despacho apenas amanecer, aun cuando no tenía que realizar el viaje de casi hora y media desde su hogar en las afueras.
Menos mal que conocía de memoria el camino hasta su casa, porque toda su atención la
consumió su preocupación por Pau. A la mañana siguiente la preocupación se tomó en
miedo al enterarse de que Paula había llamado a su secretaria para que cambiara
todas sus citas por hallarse indispuesta.
Cuando no respondió a su llamada ni saltó el contestador automático, se metió en el coche hecho un manojo de nervios. Logró realizar el trayecto de cuarenta minutos en treinta y dos.
Su temor no se evaporó al descubrir que la casa estaba vacía.
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