viernes, 12 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 52




—Damian acaba de hablar con sir Frank —le dijo Pedro por teléfono interior dos días después—. Al parecer Rebeca insiste en cenar con nosotros.


—Quieres decir contigo —corrigió Paula—. A mí me odia.


—Si quieres, te libro de la situación diciendo que te sientes mareada —rió y ella experimentó temblores del otro lado de la línea—. A propósito, ¿sabías que los mareos puedes sentirlos en cualquier momento del día y no sólo por la mañana?


Paula contuvo las lágrimas. La noche anterior Pedro se había enfrascado en la lectura de una revista femenina que había comprado y que dedicaba un artículo especial al embarazo. 


Su profundo interés y su constante recitación de diversos hechos, estadísticas y técnicas de alumbramiento estuvieron a punto de desgarrarle el corazón. Al día siguiente debía llegarle el período, y todas las señales indicaban que no se retrasaría. Tenía los pechos más plenos y sensibles, le dolía la cabeza y se sentía
completamente desgraciada.


—¿Pau? ¿Me has oído...?


Pedro, ¿quieres olvidarte de ello por un rato? —gritó—. No estoy embarazada, ¿de acuerdo? —se mordió el labio.


—¿Has tenido el período?


—Eh... no, todavía no. Pero créeme, lo tendré mañana. Sé reconocer todos los síntomas preliminares —forzó una risa por miedo a que él notara su decepción—. Uno de ellos es mi estado de ánimo irritable. Lo siento, Pedro, no pretendía saltar...


—¿Mañana? Pero me dijiste que tenía que llegarte hoy.


—Quería decir que sería mañana por la mañana, pero si no eres capaz de esperar tanto, pondré el despertador para que suene cada hora de esta noche, y así no te verás obligado a soportar el suspense más tiempo del necesario. Volviendo a los Mulligan —continuó, desesperada por finalizar la llamada—, no voy a dejarte en la estacada, así que arregla lo que sea mejor para Damian y para ti. ¿De acuerdo?


—Pau, yo...


—Debo colgar. Le dije a Damian que le echaría un vistazo a unos planos que había trazado Ivan. Nos vemos luego —repuso con una alegría que no sentía y colgó para largarse de su despacho.


Quince minutos en el cuarto de baño de los ejecutivos la ayudaron a serenarse y a arreglarse el maquillaje. Sabía que actuaba como una idiota. En todo momento había sabido que no estaba embarazada. Pero, de algún modo, el falso matrimonio, el conmovedor interés que había mostrado Pedro en el embarazo, junto con el absoluto júbilo de despertar cada día junto al hombre que amaba, había hecho que sus sueños se mezclaran con la realidad.




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