sábado, 2 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 7





Una vez más, tuvieron la sensación de pasar horas de aquel modo. Película favorita. Estación favorita. Momento favorito en el deporte. A veces estaban de acuerdo y a veces no, pero lo que importaba era compartir y la comunicación. 


Hablar de cosas que existían a la luz del día les permitía creer que el mundo seguía allí fuera. 


Ambos necesitaban creerlo.


Oyeron más máquinas, más gritos apagados, luego silencio. Después, tras largo rato, una débil luz llegó hasta ellos, como si hubieran descubierto uno de los extremos de la cavidad en que se encontraban. Alfie volvió a gritar y alguien lo oyó en aquella ocasión.


—¡Estamos aquí! ¡Vamos a por vosotros, amigo!


—Somos dos —respondió Alfie—. Paula tiene una pierna herida.


Les hicieron varias preguntas y los tranquilizaron. Debían haber asignado a alguien para mantenerles la moral alta, porque siempre era la misma voz, que pertenecía a un hombre llamado Brian. Pedro contestó «Alfie» cuando este le preguntó cómo se llamaba. Describió su posición y lo que suponía que los había salvado: el puente que se había formado sobre la cavidad gracias a las plataformas del andamio.


—No tardaremos mucho —prometió Brian—. Mientras esperáis vamos a mandaros aire caliente, ¿de acuerdo?


—Cuidado con la plataforma que hay sobre nuestras piernas —advirtió Brian—. Creo que está inclinada. No os llevéis nuestras piernas junto con ellas.


Sospechaba que Paula tenía clavada en la pierna una astilla de la madera de la plataforma, pero no quiso expresarlo tan gráficamente para no asustarla. Su necesidad de protegerla se estaba volviendo cada vez más acuciante. 


Protegerla del temor, el dolor y la tragedia, y no solo por esa noche...


«No necesito esto, y ella no me necesita a mí».


—Vamos a volver a poner en marcha las máquinas —advirtió Brian—. No voy a poder oíros. Pararemos cada pocos minutos para comprobar cómo estáis.


—De acuerdo —gritó Pedro. Las maquinas se pusieron en funcionamiento y, por encima del ruido, con urgencia, como si no fuera a tener otra oportunidad, dijo a Paula:
—No te cases con Benjamin. Si sientes que no está bien que lo hagas, cancela la boda. No ayudarás al bebé de ese modo. Da lo mismo que ya esté todo organizado.


No supo por qué había sentido la necesidad de hablar. Aquello no era asunto suyo y no quería verse implicado. Había sido arrogante y presuntuoso por su parte pensar que conocía el corazón de Paula hasta aquel punto. ¿Qué más le daba a él que estuviera dispuesta a llevar una triste vida? Era su elección. Nada de lo cual explicó su enfática repetición.


—Debes anularla. No te cases con él.


Paula no respondió al principio, y él notó su tensión.


—No puedes decirme algo así —dijo, finalmente.


—¿Porqué no?


—No es justo.


—¿Después de todo lo que me has contado sobre ti y sobre tu prometido esta noche?


—No es justo —repitió Paula, y su voz se quebró ligeramente —. No quiero oírlo. No ahora, con el bebé. Tengo que... quiero casarme con él. Todo está organizado.


—De acuerdo... de acuerdo.


Paula había empezado a temblar de nuevo. 


Instintivamente, Pedro empezó a besarla en la frente y en el pelo, pero ella echó la cabeza atrás.


—Dime quién eres, por favor.


—No. No, Paula.


—Puedo averiguarlo —era una amenaza que contenía una extraña mezcla de confianza y vulnerabilidad.


Por supuesto que podía averiguarlo, pensó Pedro. Con facilidad, ya que él tenía un contrato con la empresa de su padre. Probablemente reconocería su nombre en cuanto lo oyera.


—¿Lo harías? —preguntó—. Si supieras que no quiero volver a verte, ¿por qué ibas a hacerlo?


—Lo haría porque no voy a permitir que tomes mis decisiones emocionales por mí, Alfie. Soy yo la que va a decidir si se arrepiente o no de lo que te he dicho.


—Y quieres decidir por el camino más duro, ¿no? —Pedro fue tan brutal como pudo. Por ella, por Barby, por sus hijos, que no necesitaban que la gente supiera que nunca había amado de verdad a su madre, por sí mismo—. Mirándome a la cara y esperando a ver si te sientes como si te hubiera abofeteado, ¿no?


—¿Crees que soy una cobarde, o algo parecido? —preguntó Paula, molesta.


—¿Una cobarde?—Pedro rio —¿Después de esta noche?


—En ese caso, deja de tratar de protegerme de algo de lo que no necesito ser protegida, ¡y dime cómo te llamas!


—No.


Paula permaneció unos momentos en silencio.


—Esto no es solo sobre mí, ¿verdad, Alfie? Debería haberme dado cuenta. Antes has mencionado algo...


—Tengo otros motivos —admitió Pedro, reacio.


—De acuerdo... —dijo Paula lentamente —. De acuerdo.


Lo siguiente que supo Pedro fue que lo estaba besando con sus dulces labios.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario