sábado, 2 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 8





Y él le devolvió el beso. No pudo evitarlo. Estaba tan cerca... Sus pechos eran como dos pequeños y cálidos animales acurrucados contra el suyo. Deseaba acariciarlos, comprobar si eran tan firmes como imaginaba.


Pero tendría que conformarse con su boca, cálida y sensual...


Unos segundos después oyó un pequeño suspiro y sintió que Paula apartaba sus labios.


—Tú ya sabes quién soy —dijo ella—. Ese es el verdadero problema, ¿verdad? Debería haberlo supuesto, ya que estabas visitando la obra. No estaba pensando con claridad. ¿Por qué no me lo has dicho?


—¿Por qué has vuelto a besarme?


—Contesta antes a mi pregunta.


Pedro dudó.


—Te estaba protegiendo. 


¿Era aquello lo más importante? ¿O era la culpabilidad lo más importante?


Su culpabilidad.


—Me estabas protegiendo —repitió Paula —¿Así como así?


—Me estaba protegiendo a mí mismo —admitió Pedro.


—Porque te sientes culpable por no haber lamentado lo suficiente la muerte de tu mujer.


—Sí. ¿No te sentirías tú culpable?


—No sé. Nunca me he visto en esa situación.


—Te aseguro que sí.


Pedro sentía una urgencia terrible por contarle más, por soltarlo todo como si no fuera a tener otra oportunidad en su vida. Pero se negó a ceder a la tentación y cerró la boca con firmeza.


¿Por qué había sentido aquella necesidad de confiarse a una extraña? No había hablado de aquello ni con su madre, ni con su hermana mayor, ni con su mejor amigo. Su madre aún caminaba de puntillas a su alrededor, como si su corazón hubiera quedado enterrado en la misma tumba que Barby. Nunca había admitido ante su madre que se había casado con Barby por una mera cuestión de honor, y nunca lo haría. Era un código de creencias que había heredado de su padre. El verdadero heroísmo residía en hacer lo correcto y en no divulgarlo después.


Pero había algo más. Pedro no quería admitir ante su madre el error que había cometido al complicarse en una relación con su secretaria.


Él supo desde el principio que Barby se sentía atraída por él. Desde que tenía quince años sabía que el sexo opuesto se sentía atraído por él, y nunca le habían gustado las risitas de las amigas de su hermana cada vez que lo veían. 


Desde entonces no había sido capaz de tratar con mujeres que se mostraran descaradamente interesadas en él. Su actitud lo echaba para atrás. Y como Barby podría haber escrito un tratado sobre aquella clase de comportamiento, él la había ignorado.


Hasta que murió su padre.


Entonces sí supo lo que era sufrir.


Y Barby reaccionó de un modo tan considerado, tan amable y cariñoso... Dejó de flirtear y de planear tácticas para poder quedarse a solas con él cuando todo el mundo se había ido. En lugar de ello volcó todas sus energías en anticipar sus necesidades y deseos.


En una fiesta de la empresa bebió un poco más de lo debido y Pedro tuvo que llevarla a casa y meterla en la cama. ¡Cómo lamentaba lo que sucedió a continuación! Al cabo de un mes resultó que había habido un «error» y Barby estaba embarazada. Para entonces Pedro ya pensaba que la palabra «error» podía aplicarse a toda su relación.


Culpa más que pesar. Debería haber seguido sus instintos iníciales respecto a Barby Gordon. 


No debería haberse acostado con ella. No debería haber permitido que la muerte de su padre enturbiara su juicio...


—De manera que me has mentido —dijo Paula finalmente.


—No.


—¿No?


—No te he mentido. Simplemente no te he dicho que sabía quién eras.


—Ni tu nombre.


—Ni mi nombre —asintió Pedro —. ¿Por qué has vuelto a besarme?


—Porque no siento ningún remordimiento y quería demostrarlo.


Pedro suspiró. Quería decirle que todo le parecería distinto a la luz del día. «Te casarás con Benjamin y serás infeliz desde el primer día. Te enfrentarás a un caro divorcio y me odiarás porque habré escuchado la verdad de tus labios cuando ni siquiera tú misma estabas preparada para escucharla».


—¿Cómo te llamas? —repitió Paula suavemente.


—Alfie —contestó él —. Lo siento, pero sigo llamándome Alfie. Haz lo que quieras, pero nunca podrás decir que no he hecho lo posible por facilitarnos las cosas.


Las maquinas se detuvieron y Paula creyó percibir algo de luz por encima de ellos. La voz de Brian llegó una vez más a través del conducto.


—Siento el ruido, amigos. Casi os hemos alcanzado. ¿Seguís bien?


—Estamos bien —contestó Alfie.


—¿Paula?


—Sí, estoy bien.





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