sábado, 16 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO 4




Una vez en el exterior de la limusina, ella observó que seguían en la calle donde estaba su vehículo. Respiró aliviada. Miró al hombre que estaba a su lado y anunció:
—He de marcharme. Buenas noches.


Pero antes de poder dar un paso, éste la sujetó del codo que no estaba magullado y dijo:
—Mi nombre es Pedro Alfonso...


Al oírlo, lo miró boquiabierta y murmuró:
—Vale, Pepe, encantada y adiós.


—Pedro—corrigió mirándola—. Es Pedro.


—De acuerdo, Pedro Alfonzo.


—No es Alfonzo, es Alfonso. Mi padre es inglés.


Divertida al ver su ceño fruncido, lo escudriñó y cuchicheó:
—¿Te han dicho alguna vez que tus padres te pusieron el nombre de una marca de whisky? —Y volviéndose para que no la oyera, susurró—:
¡Menudos horteras, los colegas!


Por desgracia, él la oyó y protestó.


—Señorita, un respeto por mis padres, y le acabo de aclarar que es Alfonso, no Alfonzo.


Al darse cuenta de que él la había oído y ser consciente de que en cierto modo se había pasado, lo miró y musitó:
—Tienes razón... lo siento. Lo siento... Soy una bocazas y me meto en cada jardín que lo flipas, tío. Con razón mi madre se desespera conmigo. Si ella estuviera aquí, te diría que quería tener una princesa y lo que tuvo fue un X-Men. —Él la miró sorprendido y ella añadió—: ¿Sabes? Tenemos algo en común, mi padre también es inglés. El pobre hombre vino de vacaciones a Torremolinos hace veintiséis años y conoció a mi madre. Desde entonces vive en España, concretamente en el barrio de Aluche, aunque sigue siendo del Chelsea y disfruta mucho viendo jugar a su equipo por el canal que le pirateo en el ordenata.


Sorprendido por el chorreo incontenible de palabras y el desparpajo de aquella chica, Pedro la miró, a cada segundo más interesado, y preguntó:
—Una vez que ya sé que es medio inglesa, ¿su nombre es?


Pau, al oírlo, preguntó:
—¿Tenemos que tratarnos de usted?


—No nos conocemos de nada, señorita.


—Te he salvado la vida, ¡te parece poco! —Ella rio divertida ante lo ridículo de la situación.


—Insisto, me encantaría saber cómo se llama.


Negó con la cabeza mientras suspiraba, pensando en lo mucho que ese hombre le recordaba a uno de sus primos ingleses, y respondió:
—Da igual. Adiós, me tengo que marchar.


Pedro, acostumbrado a conseguir lo que se proponía, no se rindió.


—Seguro que es un nombre tan bonito como usted.


Incrédula al oír aquello tras saber lo que pensaba de ella, siseó:
—¡Serás falso, inglesito engreído!


—Y esa lindeza, ¿a qué viene ahora, señorita?—preguntó desconcertado ante aquella reacción.


Paula lo miró de arriba abajo. Era para darle con toda la mano abierta y, tras clavar su mirada en su perfecta americana, cuchicheó para que lo oyera:
—A ti te lo voy a decir.


Durante unos segundos, aquellos dos desconocidos se miraron. Hasta que él, sin perder su compostura ni su saber estar, sonrió y, desarmándola por completo con su sonrisa, respondió:
—Señorita, intento ser amable con usted y agradecerle que me haya salvado la vida. ¿Acaso no se da cuenta?


Con el corazón aleteándole desbocado por esa increíble sonrisa y la mirada tan penetrante que emitía, finalmente mintió, recordando a su compañera:
—Me llamo... Me llamo... Tamara Fernández.


Incomprensiblemente, el hombre levantó la barbilla, soltó una risotada de lo más sensual y, volviendo a clavar sus impactantes ojos en ella, murmuró bajito:
—Me está engañando, ¿verdad? —Ella no respondió y él afirmó—: Si su padre es inglés, dudo que Fernández sea su apellido. ¡Confiéselo!


«Mierda, ¿por qué tendré la lengua tan larga?», pensó al escucharlo.


—Además —prosiguió él sin moverse—, si mal no recuerdo, es una de las jóvenes que nos ha servido en la fiesta y, aunque el nombre de Tamara es precioso, creo haber oído que la llamaban por el nombre de Pau, ¿me equivoco?
«Vaya... pues sí que se fija en los detalles el amigo», consideró sorprendida y, al haber sido descubierta, finalmente respondió dándose por vencida.


—Vale, Pepe, tú ganas.


Pedro.


Sin importarle aquella corrección, prosiguió.
—Sólo te diré mi nombre si dejas de tratarme de usted. Me incomoda una barbaridad y parece que estemos en el siglo pasado.


Pedro lo pensó. Conocía a pocas personas como aquella joven, y por fin murmuró:
—De acuerdo. Trato hecho.


Con una candorosa sonrisa, la chica lo miró y dijo:
—Mi nombre es Paula. Paula Aurora, para ser más exactos. — Resopló—. Y sí, es una horterada de mucho cuidado. Mi padre quiso llamarme Paula como su madre, y la mía, Aurora, como la princesa del cuento de La bella durmiente y, ¡zas!, Paula Aurora. Me tocó el nombrecito. —Al ver cómo él la observaba boquiabierto, acabó diciendo —: Aunque, bueno, entre colegas y tal prefiero que me llamen Pau.


Atónito por aquella curiosa aclaración en cuanto a su nombre, y sin tiempo que perder, Pedro le cogió con caballerosidad una mano, se la besó y murmuró:
—Encantado de conocerte, Pau—Sorprendida por aquella galantería inglesa, se disponía a hablar cuando él añadió—: Déjame suponer que tu padre, siendo inglés, te llama Paula, ¿no es así?


Divertida por su sagacidad, respondió:
—Puede...


Pedro sonrió. Sin duda aquella muchacha era mucho más intrigante de lo que él había pensado cuando la había visto haciendo de camarera.


—¿Puede? —insistió. —Prefiero que me llamen Pau. Es corto, rápido y mucho más actual
que el recargado ¡Paula! Y ya no digamos el ¡Aurora! —se guaseó.


Ambos rieron por su comentario y, cuando se volvieron a mirar, él afirmó:
—Paula es un nombre precioso.




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