sábado, 16 de mayo de 2020
MI DESTINO: CAPITULO 1
En Madrid, en el hotel Villa Aguamarina, se celebraba el quincuagésimo aniversario de su apertura.
La cocina del establecimiento funcionaba a un ritmo infernal. Los cocineros terminaban sus minimalistas creaciones dispuestos a deleitar a todas las personas que lo pasaban bien en el evento, mientras los camareros sacaban sin parar una bandeja tras otra.
—Hummm, qué rico... ¿Esto qué es? —preguntó Paula a Tamara.
—Ternera blanca con chocolate. ¿A que está bueno? —La joven asintió a la vez que se metía un trozo en la boca; su amiga la reprendió—: Vamos, deja de probarlo todo, que te van a pillar.
—Dios..., está riquíiiiiiiiiiiisimo.
En ese momento uno de los encargados abrió una puerta y se quedó mirando a las dos chicas. Con celeridad, ellas pasaron junto a él y, cuando éste se alejó lo suficiente, Tamara murmuró:
—Te lo dije... Te advertí de que te iban a pescar.
Al escuchar aquello, Paula sonrió. Tragó con rapidez y salió al salón dispuesta a repartir aquel estupendo manjar.
Paula era relativamente nueva en aquel hotel, aunque no en ese trabajo, y atendía a todos los comensales con una bonita sonrisa en el rostro. Por norma ni se fijaban en ella. Sólo se centraban en la bandeja que llevaba en las manos y en comer, comer y comer, como si el mundo se acabara o en su casa no hubiera nada en la nevera.
Cuando la fuente ya estaba medio vacía, al volverse vio a un hombre con un traje gris oscuro que escuchaba muy concentrado lo que otro comentaba.
Era alto, de pelo oscuro, elegante en su manera de vestir y con unos sensuales rasgos masculinos, aunque para su gusto, demasiado serios.
Durante un buen rato lo observó mientras se preguntaba si sabría sonreír.
Poco después, y sin querer evitarlo, Paula pasó innumerables veces por su lado, con la esperanza de que lo hiciera, pero él no lo hizo ni en una sola ocasión, y ella regresó a las cocinas. Parecía incómodo entre la gente. Tras salir de nuevo a la sala, cargada con otra bandeja, esta vez de minirrollitos de primavera, se acercó con decisión a él.
Sorprendentemente, el amigo del hombre elegante le guiñó un ojo con complicidad para llamarla y la muchacha se acercó con la fuente para ofrecerles su contenido.
Con una sonrisa se sirvió un rollito, mientras que el caballero que a Paula le atraía ni siquiera la miró, ni tampoco cogió nada de la bandeja.
Eso la desmoralizó y, cuando se alejaba, oyó que el amigo, risueño, comentaba:
—Es mona la camarera, ¿no crees?
Eso la hizo sonreír. ¡Se habían fijado en ella!
Su nuevo y moderno corte de pelo, rapado por un lado de la cabeza y largo por el otro, estaba causando furor entre sus colegas, pero su sonrisa se congeló cuando escuchó una voz ronca que decía en español con cierto acento inglés:
—Es una niña; además, no es lo suficientemente bonita ni interesante como para estar intrigado por ella, y menos con ese corte de pelo.
Paula se detuvo.
¡Sería idiota el tío!
Quiso darse la vuelta y estamparle la bandeja de rollitos en la cara a aquel estúpido prepotente por haberla hecho sentir fea y poca cosa. Pero no debía. Si lo hacía, lo más probable era que perdiera el trabajo y lo necesitaba. Sólo llevaba contratada allí dos meses y le gustaba el ambiente laboral.
—Pau... Pau... —la llamó Tamara sacándola de su enfado—. Vamos..., vamos, que tenemos que sacar el champiñón o esta gente se nos comerá por los pies.
Olvidándose del desafortunado comentario de aquel tipo, la joven apretó el paso, terminó de servir los rollitos y, ya con la bandeja vacía, se alejó. A partir de ese instante, continuó con su trabajo, pero no volvió a acercarse a aquel cretino. Si lo hacía, estaba segura de que nada bueno podría ocurrir.
Lo que había escuchado la había molestado.
Sabía perfectamente que no era una chica despampanante, sino más bien bajita y poca cosa, pero oír aquello le había sentado mal, y mucho.
¿Cómo podía ser tan desagradable?
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